Aquiles Córdova Morán
El
presidente de la República no se cansa de repetir que, gracias a la democracia
participativa que ha puesto en práctica, el pueblo mexicano ya cambió, ya
despertó y ya no se deja engañar por las mentiras de los políticos corruptos ni
por los intelectuales a su servicio, voceros nostálgicos del pasado neoliberal
que solo enriqueció a la mafia del poder. Ahora es diferente, dice, el pueblo
ya conoce sus derechos, reconoce a sus verdaderos representantes y los apoya y
defiende decididamente.
Yo
no tengo duda que un pueblo bien educado, politizado y consciente, no solo de
sus derechos sino también de sus circunstancias, del mundo que lo rodea y de
los problemas básicos que enfrenta, debe ser la meta a perseguir por un
gobierno en cualquier época y lugar. Porque solo un pueblo así es realmente
capaz de sostener y arrastrar hacia delante, al mismo tiempo, a la sociedad en
que vive y de la que vive. Pero sé con toda seguridad, porque me lo ha enseñado
la experiencia y porque conozco lo que sobre esto han dicho y escrito algunos
de los grandes líderes de masas del mundo, que lograr la transformación
intelectual de un pueblo entero es la tarea más difícil, la más laboriosa y
tardada a que se enfrenta un verdadero transformador de la conciencia social de
las masas trabajadoras. De aquí precisamente surge mi duda: ¿qué tanto hay de
cierto en los milagrosos efectos transformadores de la democracia
participativa? Es más, ¿qué tan auténtica es esa misma democracia
participativa?
Yo entiendo por democracia
participativa la participación organizada (la repetición es intencional),
independiente y sistemática del pueblo en la gestión de los asuntos del país,
tanto los que le atañen directamente como los que afectan a todo el conjunto
social, del que forma parte orgánica y contribuye a la conservación y
reproducción de su vida, que es, al mismo tiempo, garantizar la suya propia. El
pueblo pone de manifiesto su educación política y su conciencia social en el
carácter de los problemas que aborda y de las soluciones que propone para los
mismos. En ello refleja siempre su espíritu igualitario, su solidaridad con los
demás sectores y su pleno respeto a los derechos legítimos de todos sus
semejantes. Esto es lo que lo distingue de las clases altas, siempre egoístas e
insensibles a los sufrimientos ajenos. Un gobierno inclinado hacia los
intereses populares es siempre hijo y no padre de la auténtica democracia
participativa. Esta es la principal contradicción del discurso de López
Obrador.
En el México de la 4T, el pueblo
despierto y organizado y actuando por iniciativa propia en los asuntos
nacionales no se ve por ningún lado, y sí, en cambio, se mira y se oye con
bastante frecuencia el accionar de los órganos represivos del Estado (tanto la
fuerza pública como el aparato jurídico, convertido en instrumento de
persecución y amenaza para los opositores) al menor intento de las masas por
sacar su protesta e inconformidad a las calles.
La “democracia participativa” que
opera en los hechos, se reduce a convocar a las masas, casi siempre sin la
información mínima ni preparación previa de ningún tipo, para que acudan a las
urnas y decidan con su voto sobre asuntos que le son totalmente desconocidos o
apruebe decisiones previamente tomadas por el presidente de la República. Esto,
en buena ley, no es democracia, y menos participativa; es manipulación pura y
simple, aunque el presidente jure y vuelva a jurar que todo se hace pensando en
el beneficio del pueblo mismo. La persona que se ve forzada a decidir sobre un
problema que le es totalmente ajeno o se le pone una papeleta delante para que
conteste con un escueto sí o no sobre la pertinencia de una medida que tampoco
conoce, no ejerce en ese acto su libre y soberana voluntad democrática, sino
que es víctima de un censurable acto de imposición. Y con mayor razón deben
calificarse de ese modo, como sucia manipulación de los más débiles e
indefensos, esos eventos de “democracia participativa” en que, para asegurarse
la asistencia masiva a las urnas, se recurre a la presión, al soborno, a la mentira
o al abierto chantaje.
Los
actos de esta naturaleza que el propio presidente López Obrador ha calificado
de demostración palmaria de la existencia (y de ejemplos modélicos al mismo
tiempo) de su “democracia participativa”, son pocos y bien conocidos por todos:
la cancelación del aeropuerto de Texcoco, la de la fábrica de cerveza de
Constellation Brands en Mexicali, B.C., la consulta sobre el enjuiciamiento de
los ex presidentes de la República y la revocación de mandato del propio López
Obrador. El caso de la cervecera se decidió por votación a mano alzada de los
asistentes a un mitin; en los demás, sí se recurrió a la votación por
papeletas. La consulta para la cancelación del NAICM no tuvo ninguna seriedad
formal y la podemos dejar a un lado; de las dos restantes, en la relativa al
enjuiciamiento de los ex presidentes se respetó la libre decisión del ciudadano
de asistir o no a las urnas y fue un sonado fracaso: de los más de 35 millones
de votos que se requerían, apenas se reunieron unos ocho millones.
Al parecer, fue este fracaso el que
convenció a los Morenos de que en futuras consultas deberían aplicar métodos
más eficaces si querían llevar a la gente a las urnas, y los mecanismos
escogidos para tal efecto se pudieron apreciar claramente ya en la revocación
de mandato: amenazas veladas, presiones, engaños, promesas, compra de votos,
chantajes y acarreos a la hora de la votación. Esas medidas de “democracia
participativa”, además, corrieron a cargo de servidores de la nación pagados
con dinero público, empleados y funcionarios a todos los niveles de gobierno,
que violaron la ley electoral que les prohíbe participar en tales “tareas”,
todo en el afán de promover el mayor número de votantes. Para hacerles llegar
los mensajes y la propaganda, emplearon todas las vías de comunicación
posibles: espectaculares, videos, llamadas por teléfono, volantes
“clandestinos” metidos bajo las puertas, caricaturas, memes, esquematizaciones
con “monitos”, etc. Fue así como lograron unos quince millones de votos, muy inferior
a la cantidad necesaria para validar la consulta (más de 37 millones). Se ha
documentado que hasta para llenar el zócalo en los AMLO-Fest, se recurre al
acarreo, las tortas y los refrescos.
Hoy acabamos de presenciar la
elección de los nuevos consejeros que integrarán el congreso nacional de Morena
que, a su vez, elegirá a los premiados con alguna candidatura en las elecciones
que se avecinan, incluida la del próximo presidente o presidenta de la
república. Y lo que sucedió nos reafirma en la idea de que la “democracia
participativa” es más bien un auténtico herradero donde la manipulación, la
transa, la deshonestidad y el acarreo final de los electores es la única y
verdadera lección para las masas, muy lejos de lo que pregona con tanto orgullo
el presidente López Obrador. “Quema de urnas, acarreo, enfrentamientos y compra
de votos en elección de consejeros de Morena” (Reporte Índigo, 31 de julio);
“Se ensucia la interna de Morena, se reportan acarreos y compra de votos” (La
Política Online, 30 de julio); “Por segundo día, registran agresiones y acarreo
en elecciones internas de Morena” (EL UNIVERSAL, 31 de julio); “Se quejan en
redes sociales de más excesos en la elección de morenistas” (La Jornada, 31 de
julio).
Son solo algunas muestras que
respaldan lo que acabo de decir. Todos los reporteros aclaran que su
información está documentada con fotos, videos, audios y declaraciones de
testigos presenciales, la mayoría de ellos morenistas inconformes con las
maniobras ilegales de que se sienten víctimas y que amenazan con denunciar ante
la autoridad correspondiente. Omito aquí, para no hacer demasiado farragoso
este artículo, otras maniobras de muy dudosa legitimidad, como la afiliación a
Morena de muchos votantes a pie de urna, que exigían votar porque tenían que
mostrar la evidencia a sus líderes, so pena de perder la pensión; la
prepotencia de algunos poderosos del partido, los golpes, las agresiones
verbales, quema de urnas y otras lindezas de la “democracia participativa”.
Y
¿qué educación revolucionaria se dejó ver y sentir en estos eventos
penosos? “«No quiero perder mi pensión»
dicen adultos mayores que votan en elección de Morena” dice Luis Carlos
Rodríguez en EL UNIVERSAL del 31 de julio. “«No nos obligan, pero sí nos
comentan que si no participamos y no se mantiene este gobierno en 2024 pueden
desaparecer las pensiones. Hay que apoyar para que sigan», comentó don Aurelio,
de 75 años. Empacador en un centro comercial de Calzada del Hueso y Miramontes,
acudió ayer sábado, como cientos de adultos mayores, a afiliarse a Morena y
participar en la elección de consejeros. «La petición fue clara por parte de
los dirigentes de Morena en Culhuacán y de las señoritas que nos tramitan la
tarjeta de adultos mayores: o participamos o está en riesgo la pensión en 2024.
No es acarreo, no lo veo así, pero sí nos insistieron mucho», dijo a EL
UNIVERSAL… Sin embargo, el adulto mayor emitió su voto en medio de las viejas
modalidades del priismo del pase de lista, del acarreo en microbuses y hasta la
velada advertencia de participar o se eliminará la pensión del Bienestar”.
Este es el resultado de la “nueva”
educación de la 4T. Humildes y necesitados trabajadores en el umbral de la
ancianidad, no alcanzan a ver presión ni chantaje en la insistencia de los
abusivos y aprovechados morenistas para que asistieran a votar, ni ven amenaza
alguna en la advertencia de perder la pensión, sino solo “advertencia”, casi un
favor para ayudarlos a conservar su pensión. Como señala el propio reportero,
ni los métodos de presión y manipulación, ni la sumisión de la gente obligada
por su necesidad son nuevas, vienen desde los ya remotos inicios del PRI.
¿Dónde quedó, entonces, el efecto educativo-revolucionario de la “democracia
participativa”?
Un último y conmovedor ejemplo:
“…don Nicolás llegó desde el pueblo de Culhuacán, en los rumbos de Taxqueña.
Casi no puede caminar porque, además de sus 85 años, tiene artritis. Fue
llevado por su esposa, doña Josefina, de 79 años y su nieta. «No tenemos silla
de ruedas y es muy difícil traer a mi abuelito, pero les dijeron que era
necesario que voten para que les sigan pagando la pensión», externó Érika,
nieta de la pareja”. Uno no sabe realmente qué decir ante la indefensión moral
e intelectual de esta pobre gente, que no tiene siquiera la iniciativa de
cambiar su voto por una miserable silla de ruedas a los morenistas que la
obligan a votar por su gente. ¿Qué pasó, pues, con la rebeldía revolucionaria
que les debería inyectar la “democracia representativa” de AMLO? Y sobre esta
miseria material y espiritual está montado el aparato de poder que esgrime la
4T como la redención que los pobres estaban esperando.
Como
dije antes, la educación política y la acción organizada de las masas
trabajadoras no es tarea sencilla; por el contrario, es el problema más difícil
que debe enfrentar todo verdadero revolucionador de las conciencias, y no está
al alcance de vendedores de baratijas políticas ni de curanderos sociales
improvisados. Ese trabajo requiere de un revolucionador previamente
revolucionado hasta las entrañas; y nunca puede ser, además, un individuo
aislado, por iluminado que se crea. Tiene que ser, por fuerza, un despertador
colectivo, la conciencia organizada de las masas formada y educada expresamente
para esa tarea y no para saltimbanqui o funámbulo de los señores del poder y
del dinero.
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