Fernando G. Castolo*
Zapotlán,
desde su refundación como pueblo virreinal por los franciscanos peninsulares en
el siglo XVI, siempre se ha caracterizado por su acendrado conservadurismo, escenario
bajo el cual ha desarrollado su peculiar identidad en el devenir histórico.
En parte, esta peculiaridad se debe a la
mansedumbre que ya caracterizaba a los pobladores prehispánicos asentados en el
valle, un pueblo que siempre fue sometido a los intereses de los diversos
grupos en pugna en la región, como fue el caso de los reinos de los purépechas,
de los colimotas o de los de Teuchitlán.
Ese rasgo tan característico de nuestra
situación geográfica fue esencial en esta constante invasión. Cuando llegaron
los frailes encontraron un pueblo manso, dispuesto en acoger sus buenas y
cristianas costumbres. La presencia de liberales en la comunidad ya se
documenta desde el mismo siglo XVI, cuando el erasmista Francisco de Sayavedra
justifica ante las autoridades de la Santa Inquisición su inasistencia a los
ritos eucarísticos de la Iglesia Católica.
Lo
cierto es que estos esquemas logran radicalizarse durante la segunda mitad del
siglo XIX, cuando aparece la figura del terrateniente juarista don José María
Manzano quien, en conjunto con otros leales aliados, esparcen su capacidad
territorial aprovechando la ingenua mente de los grupos indígenas nativos que,
horrorizados, se persignaban para todo.
Con
la llegada del siglo XX en Zapotlán fue más evidente el "estira y
afloja" entre conservadores y liberales, condición que concluye en la
fundación de grupos organizados para defender sus posturas. Por el lado de los
conservadores aparecen la Acción Católica (en 1917) y Caballeros de Colón (en
1921); por el lado liberal se funda una organización masónica hacia 1920.
Del lado de los conservadores, casi todos
industriales, comerciantes, terratenientes y hacendados, miembros de rancias
familias, concentraron sus energías en el protagonismo que detentaron desde las
mayordomías de las solemnidades juramentadas a Señor San José, escaparate bajo
el cual hicieron saber su poder e importante influencia social.
Por
el lado de los liberales, quienes eran obreros, líderes sindicales y
profesionistas, éstos se afianzaron desde el poder civil, incluyéndose sus
nombres como parte de los Ayuntamientos. Muchos de ellos fueron Presidentes
Municipales: Jesús Otero Pablos en 1919, 1920 y 1927; Rafael Pila Dávalos en
1925; Pascual Gómez Luis Juan en 1919; Inocencio Gil Gómez en 1926; Ramón
Paniagua Meza en 1932 y 1933; el sacerdote José Félix Montes de Oca Santana en
1924; por mencionar algunos. Mientras que los conservadores, con sus buenas
relaciones con el clero, encabezaban las mayordomías: José Jiménez Gómez en
1911; José Dolores Vergara Silva en 1913; Juan Palomar Calvillo en 1919;
Ignacio Enríquez Vergara en 1922; Ángel González Ramírez en 1929; entre otros.
La
época de los años veinte y treinta del pasado siglo fue la que más se destacó
en los duros enfrentamientos que se suscitaron entre liberales y conservadores,
protagonizándose, inclusive, tremendos zafarranchos que pusieron en zozobra a
la población entera, como el verificado en 1926 cuando se pretendió quemar la
taumaturga imagen josefina.
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