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jueves, 2 de junio de 2022

No restar importancia a la educación


 


Víctor Hugo Prado

 

 

Quienes tenemos como actividad principal la enseñanza de los hijos de otras familias, nada es quizá más satisfactorio que ver crecer y madurar a los jóvenes, hombres y mujeres, a los que, con el paso de los años te encuentras convertidos en personas de bien, algunos son papás o mamás, otros profesionistas, empleados, empresarios, servidores públicos, personas con éxito, algunos emularon tu actividad y se convirtieron en profesores.  



Es indescriptible como se entrelazan sentimientos de felicidad, orgullo, sorpresa, ánimo y confianza que da saber, que tus esfuerzos, los que aplicas con tus alumnos son recompensados al lograr que las personas tengan aprendizajes que sirven para enfrentar las complejidades de la vida. De ello obtienes un beneficio indirecto y la suficiencia para seguir haciendo lo correcto, lo que un profesor sabe hacer, enseñar. El impacto directo de esos esfuerzos, son los propios alumnos o egresados, sus familias, la sociedad en conjunto.





Restar importancia a la educación, provenga de donde provenga la sustracción, es cerrar horizontes y oportunidades a los jóvenes, es dar ocasión a la emergencia de conflictos sociales como la pobreza y la desigualdad, es cerrar oportunidades para el desarrollo económico, es dejar la puerta abierta a condiciones culturales poco proclives para el desarrollo de lo mejor de la humanidad, es limitar el acceso a mejores condiciones de vida, entre ellos el empleo, el acceso a la justicia social, es condicionar el bienestar, pero además se inhibe la posibilidad de generar los valores que rigen la más sana convivencia social.


En la acción de educar, los actores son ahora múltiples: el profesor que enseña o facilita la enseñanza, el alumno que aprende, los padres que educan desde casa, con los principios y valores que les dieron sus familias y sus escuelas en generaciones anteriores; participan las comunidades, en donde conviven y se desarrollan, en la colaboración, en el compromiso con las causas ajenas y propias. Así, la educación no se confina al conocimiento de disciplinas básicas, específicas o profesionalizantes, sino además en la labranza de valores, tan indispensables en sociedades donde el desorden y caos se ha apoderado del control de las distintas esferas sociales. Hay que aprender operaciones aritméticas y algebraicas, o los tecnicismos del idioma, pero también hay que poner en el centro de los aprendizajes, la estima y autoestima, la honestidad y el respeto. A reconocer las afecciones socioemocionales, a encontrar la felicidad, y con ello vivir bien y en armonía con otros. Si lo hacemos bien, eclipsaremos las posibilidades de que emerjan tragedias desgarradoramente tristes como la de Uvalde. 

 

 


 

 

 

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