Fernando
G. Castolo
Muchos
pensaron que la entrada triunfal del Presidente Madero a la capital de la
República había provocado tal hilaridad que el país entero se estremeció; y, en
efecto, aquel 7 de junio de 1911 un fuerte sismo se suscitó, dejando lastimosas
pérdidas humanas y materiales tanto en la Ciudad de México como en nuestra
Zapotlán el Grande.
Eran
cerca de las 4:30 de la mañana, la gente dormía, cuando el suelo empezó a
moverse, según consigna el párroco don Silviano Carrillo, "el cual empezó
con poca fuerza y siguió con creciente intensidad hasta llegar a tal grado que
nunca, según creencia general, se había sentido cosa semejante...".
Varios
monumentos de la ciudad colapsaron de forma inevitable, entre otros el vetusto
templo de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, mismo que se localizaba en el
mismo espacio en que actualmente se erige el Santuario de Nuestra Señora de
Guadalupe; el templo del Sagrado Corazón (hoy conocido como El Sagrario),
también sufrió severos daños al derruirse su gran cúpula central.
El
recién inaugurado Hospital San Vicente se nutrió inmediatamente de heridos, así
como de varias voluntarias que se esforzaron en atender la crisis que vivió el
vecindario. Destaca en estas tareas una aristocrática dama zapotlense: doña
Marcelina Preciado Hernández. Por su parte, el Cura Carrillo tuvo a bien convocar
a los más notables residentes (banqueros, hacendados, terratenientes,
industriales y comerciantes), con quienes trazó un plan para mitigar las
heridas morales y materiales que había dejado el terrible acontecimiento.
Pronto
se organizaron dividiendo a la ciudad en sectores, evidenciándose una generosa
muestra de solidaridad como nunca lo registró la historia de este pueblo. Los
recursos económicos no se hicieron esperar, y varios notables personajes del
clero y del gobierno estatal y nacional hicieron llegar de forma expedita sus
apoyos.
La
ciudad tenía un aspecto de urbe recién bombardeada, y en medio de aquellos
montículos de escombros salió airosa la figura paternal del juramentado patrono
Señor San José que, paseado por las calles, irradió de bendiciones a la dolida
comunidad. Cuánta impotencia se sentía y cuánto consuelo se requería.
Oficialmente se registraron 35 defunciones, pero, como siempre, muchos no
registrados quedaron como inertes anónimos entre la ruina de las fincas.
En
Guadalajara una comitiva de médicos y practicantes se traslada en ferrocarril.
Todos ellos portan un brazalete distintivo en el brazo: una banda blanca con
una cruz roja pintada, debidas al pincel del distinguido artista tapatío
Roberto Montenegro que también viene acompañando al grupo socorrista. Se han
levantado casas de campaña en plazas y jardines públicos.
La gente tiene miedo de que se repitan los
movimientos telúricos y perecer en ellos. Hoy, han pasado ya 111 años del
suceso y, aunque en la colectividad se recuerda con más ahínco el temblor del
19 de septiembre de 1985, no tenemos de olvidar que estamos en una zona
geográfica de gran sismicidad, por ello debemos de salvaguardar en la memoria
estas experiencias que han marcado el devenir histórico en la identidad de esta
antigua Zapotlán el Grande, la que se emplaza en un valle al pie de un gran
volcán.
*Historiador
e investigador.
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