Pedro Mariscal
A Juan Manuel Ávila Hernández, escultor de talla en
madera.
Por Pedro Mariscal.
En la herrumbrosa soledad de casa
En medio de figuras maderiles
Y extraños objetos silenciosos
Surge la idea que da vida a la materia.
Son los primeros versos con que inicia el poemario
De Madera y Canto. Un poemario que Juan Manuel Ávila Hernández alentó desde que
le propuse escribir bajo la inspiración de sus hermosas esculturas. Juan dictó
el tema de algunos textos, pues en gran medida su obra es autobiográfica.
Generalmente el proceso creativo surge en soledad.
Los escritores dan vida a sus obras en horas solitarias y nocturnas. En el seno
de la noche se han forjado las más asombrosas historias, novelas, cuentos,
poemas, ensayos y dramas. El escultor Juan Manuel Ávila escogía sus horas
solitarias inmerso en el silencio de su taller, o en de la sala de la casa en
turno que estuviese ocupando, generalmente en presencia de la luz del día.
Un acontecimiento fortuito me llevó a visitar a
Juan en su casa de Reforma. Un amigo común de nombre Daniel Cerrillos Chávez me
invitó a visitarle. El recinto de la sala era confortable. Sus paredes lucían
cuadros de talla en madera, programas de presentación de su obra en diversos
foros y municipios del sur de Jalisco; fotos de familia y de personajes
destacados de la ciudad, como Juan José Arreola y el Profr. Ernesto Neaves
Uribe, entre otras curiosidades. El humeante y oloroso café no tardaba en
ponerse a la mesa de centro. La charla entre los tres se prolongaba por varias
horas.
Se conformó en derredor de Juan un grupo de
admiradores de su obra artística, mismos que le acompañábamos en sus
exposiciones individuales y/o colectivas dentro de la región sur de Jalisco.
Algunos de nosotros nos convertimos en promotores de su obra y le llevamos a
presentar sus esculturas y cuadros de talla en madera en escuelas primarias, en
La Normal y en la UPN de Cd. Guzmán. Fue una época de florecimiento de la
creatividad artística en Zapotlán el Grande. El cultivo de las bellas artes
estuvo en auge.
En este grupo de amigos puedo recordar, incluido el
profesor Daniel Cerrillos; al Lic. Manuel Munguía Castillo, quien fue director
de la Casa de la Cultura de Cd. Guzmán y promotor del semanario Pueblo; al
Maestro José Luis Vivar Ojeda, odontólogo y escritor; al Sr. Ramiro Solórzano
Cervantes, historiador y promotor cultural; a la Maestra Teresa Gómez
Cervantes, académica de la UPN, poeta y cuentista; al maestro Antonio Ramírez
Díaz, académico de la UPN, escritor y poeta; a mi esposa, la maestra Delia
Refugio González Gómez. También supimos de la cercana amistad de Juan Manuel
con el profesor Adrián López Virgen, originario de vecino estado de Colima.
Con el pintor Héctor Orozco y el Dr. José Luis
Vivar Ojeda, dieron impulso al Consejo Municipal para la Cultura y las Artes,
en el periodo de gobierno municipal que presidió el Ing. Alberto Cárdenas
Jiménez (y subsecuentes, con Ríos Martínez, Eduardo Cárdenas y Luis Carlos
Leguer), etapa en la cual organizaron ferias del libro y dieron impulso a la
creación artística, según relata el propio escritor Vivar Ojeda.
En septiembre 1984, la generosidad de Juan Manuel
hizo que utilizara —en préstamo— su estufa, el cilindro para gas y un
cristalero. Mi esposa y yo, recién casados, no completábamos el mobiliario
mínimo para echar a andar un hogar. Juan fue generoso con mi esposa y conmigo
al facilitarnos parte de su mobiliario doméstico mismo que en esos momentos no
necesitaba él. Fue un gesto humano y profundo de solidaridad que nunca
olvidaré.
Las décadas de 1980 al 2000 fueron sumamente
productivas en la vida artística del escultor. Ocupó los principales escenarios
de la cultura regional y estatal. Su obra estuvo en el Salón del Surrealismo
del Teatro Degollado, de Guadalajara, Jalisco, en 1985. Constituyó un ícono y
un referente cultural muy importante, dentro de la comunidad artística de
Zapotlán el Grande, hasta la fecha en que Juan sufrió un accidente
cerebrovascular durante la cirugía de hernia hiatal que le practicaron en un
nosocomio de la ciudad de Colima, mismo que le afectó el hemisferio del habla.
De esa fecha en adelante, el proceso de autoconfinamiento fue gradual. Poco se
le ve en lugares públicos; casi no sale de casa. Allí le vistan familiares,
amigos y vecinos.
Lo que destaco de la obra del escultor es su
sentido crítico y de denuncia social. Su obra escultórica constituye una
respuesta a la adversidad física y emocional que Juan Ávila sufrió en su
juventud: el accidente que lo imposibilitó laboralmente y el rompimiento de su
matrimonio. Ese dolor Juan lo transforma en obra artística a través de la talla
en madera, oficio que aprendió en el taller de ebanistería de su maestro J.
Luis Villalvazo Ramírez.
Su obra recibió el reconocimiento del escritor Juan
José Arreola, quien le dedica un hermoso texto: “El enigma de la fealdad tú no
lo has descifrado, dijeron a un tiempo en mi memoria Gabriela Mistral y Amado
Nervo …Juan Ávila se talla cuerpo a cuerpo con la madera y labra con todas sus
manos el cuerpo de esta madre original, materia mater y materna. Y descifra
lentamente la veta del cedro y la caoba, del fresno y de la encina, para
decirnos lo que lleva dentro, mediante oficio sutil de gubias, formones y
buriles…”.
Del Quijote Iracundo, su primera creación, el Dr.
Juan José Elizondo Díaz nos dice: “representa un yo acuso a nuestra época.
Inutilidad de los ideales (la lanza rota), frente al universo mecanizado,
materialista, de molinos fríos”.
Por los aportes al engrandecimiento de la cultura
de Zapotlán el Grande y de Jalisco, aplaudo y celebro este homenaje que le
ofrecen el Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara, y el
Gobierno Municipal de Zapotlán el Grande, al escultor Juan Manuel Ávila
Hernández. Es un acto de generosidad y de justicia.
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