Fernando
G. Castolo*
En
leves susurros las gentes comentan la trágica noticia que tiene en zozobra a
todo el vecindario. Se han prendido todas las veladoras, de todas las casas,
donde devotamente se ofrecen mandas y promesas a la corte celestial, a fin de
que el infortunio que padece uno de los principales y más notables caballeros
de la ciudad, muy pronto se resuelva y vuelva la calma a los corazones
oprimidos.
La
casa-habitación de don José María, casado en la época con doña María de Jesús
Rojas Gutiérrez, se localizaba en la esquina de las calles San Antonio y Teatro
(hoy, Federico del Toro y Refugio Barragán de Toscano, respectivamente),
espacio que aún conserva la delicadeza de sus formas arquitectónicas del estilo
barroco, primitiva sede de las Casas Consistoriales o de la administración
gubernamental.
Era
Presidente Municipal don Isidoro S. Ortiz Cruz (nativo de la Villa de la
Encarnación, Jalisco, y avecindado en Zapotlán), quien convoca al vecindario en
general para ir en busca y persecución de los malhechores que habían plagiado
al ilustre ciudadano. Los bandidos solicitaron a la familia, por el rescate, la
cuantiosa cantidad de cinco mil pesos oro. Un mes estuvo en cautiverio don José
María y, una vez entregado el rescate, fue abandonado a las puertas de su
residencia, aunque vivo, en un estado físico muy lamentable.
Su
bisnieto, el escritor y diplomático Guillermo Jiménez, dejó testimoniado el
hecho en su libro “Zapotlán” (1940), en donde habla sobre el mal físico que sus
familiares adquirieron después de este suceso: «[…] El tío Justo murió
repentinamente; todos sus hermanos, el tío Juan, la tía Pepa, la tía Mercedes,
el tío Pepe, el tío Rafael, murieron del mismo mal: del corazón. La enfermedad
de la entraña les vino de una pena que tuvieron cuando niños […] plagiaron los
bandidos del Nevado de Colima a mi bisabuelo don José María Urzúa […] Por la
congoja, por la diaria incertidumbre, por el prolongado sufrimiento, todos los
niños enfermaron del corazón, mal incurable que segó a la familia entera […]».
Y
fue así como los miembros de la familia Urzúa Rojas fallecieron, por un infarto
que les venía de la nada: mientras caminaban, mientras dormían, mientras
estaban sentados; todos murieron por ese mal que les aquejó a partir del
secuestro de don José María, el rico terrateniente que fue Presidente Municipal
en 1845, y mayordomo de la función josefina en 1858.
En los viejos papeles, las voces del
vecindario siguen susurrando el infeliz acontecimiento que los mantuvo en zozobra
en aquel año de 1869.
*Historiador
e investigador.
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