Fernando
G. Castolo*
Con 107
años de vida, el Padre Munguía deambuló su longeva figura por las calles de
esta vieja ciudad. Nativo de Tapalpa (1904), realizó estudios en el Seminario
de Zapotlán. Una vez ordenado sacerdote (en 1930) le fue encomendada la vetusta
capilla de Atequizayán, la que embelleció y dirigió por más de 70 años, y en
donde legó una profunda devoción por la Virgen de la Sierra, llamada Nuestra
Señora de la Defensa.
A
partir de 1944, se hizo responsable de las obras de reconstrucción del templo
caído del Sagrado Corazón, hoy Parroquia de El Sagrario.
Su vida transcurrió con las preocupaciones y ocupaciones de todo ser humano; sin embargo, esa dimensión de trascendencia que adquirió al paso de los años, con aquella su afable palabra y sus nobles gestos, fue determinante para consolidar su presencia en la comunidad, donde se le considera un "santo". Miraba con ojos niños y conversaba de las cosas que vivió con un dominio de conocimiento y con una ternura inusitable.
"A
mi padre lo mató Pedro Zamora". Recordaba con nostalgia que, en plenos
años de la revuelta cristera, un buen día llegó este bandido a la puerta de su
casa. Ahí cuestionó al jefe de familia sobre el paradero de su hijo "el
padrecito", al que andaba buscando para colgarlo. El señor de la casa se
limitó a guardar silencio. Ante esta aptitud, el bandido de Zamora, con la
rabia que le caracterizaba, descargó su pistola. El cuerpo inerte y lleno de
sangre cayó a los pies del Padre Munguía y de su desolada madre. "Mi padre
no me delató y yo tuve que honrar su sacrificio siendo un buen sacerdote".
Y así lo hizo. Con aquella pasión llevó su ministerio y fue reconocido por ello
por su feligresía...
La
gente ha elaborado leyendas en torno a este santo varón: "Durante la
Eucaristía, al momento de la transubstanciación, con las manos elevadas al
cielo, el Padre Munguía levitaba, se elevaba sobre el suelo mientras estaba en
una especie de éxtasis...". Otras voces aseguraban: "Cuando iba a
Atequizayán la gente que le encontraba en el camino se acomedía a llevarle. Él
siempre se negó y seguía su caminar; sí, porque se iba caminando de Ciudad
Guzmán hasta la Delegación. Cuando esa gente que le vio, por el aquel empolvado
camino de terracería, llegaba a Atequizayán, azorados veían que el Padre
Munguía ya estaba en la capilla diciendo misa...". Y así se multiplican
las hazañas milagrosas del recordado sacerdote. Lo cierto es que llevar esa
vida de compromiso y de congruencia, era lo que causaba la admiración de
propios y extraños.
Don
José Manuel de Jesús Munguía Vázquez fallecería en diciembre del año 2011,
después de que tuvo la dicha de ostentar la importante mayordomía de las
solemnidades en honor a Señor San José (en calidad de honroso miembro de
Caballeros de Colón), al tiempo en que en La Ciudad Eterna, el Papa le otorgaba
la dignidad de Monseñor; sin duda, un muy merecido reconocimiento para alguien
de la dimensión de nuestro querido y recordado Padre Munguía, cuyos restos
mortales descansan al interior de su gran obra reconstructora: el templo
parroquial de El Sagrario.
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