Víctor
Hugo Prado
La
docencia es una profesión emocionalmente apasionante, profundamente ética e
intelectualmente exigente; cuya complejidad solamente es vivida por quienes
suelen poner el cuerpo y el alma en el aula, afirma Michael Fullan.
Durante
el periodo de gobierno del sexenio anterior, se fue afianzando una contradicción
entre la línea discursiva sobre la importancia de maestras y maestros y el
desprestigio social y profesional del que fueron objeto. Generando la
obligatoriedad de evaluarse. Se responsabilizó a los docentes de forma desproporcionada
de los malos resultados del logro en el aprendizaje de las niñas, niños y
adolescentes. La credibilidad y la
imagen histórica de la función del maestro se puso a prueba, debilitando el aprecio
social de éste.
De
ahí que, en diciembre de 2018, se impulsaron las reformas, incluso
constitucionales, al legado de Peña Nieto, para concebir un nuevo enfoque del
quehacer docente: una profesión compleja y multifacética, enmarcada en
condiciones laborales desiguales a través del territorio nacional, guiada por
la convicción de que maestras y maestros son los agentes principales de la
mejora de la educación, pero que los resultados de logro en el aprendizaje
escolar no dependen exclusivamente de ellos.
Hoy
el docente no debe ser situado como un ejecutor disciplinado del currículo, de
las políticas y los programas que otros elaboran, y que deben poner en práctica
a partir de sus carencias. No, no puede ser solo reconocido por evaluaciones
estandarizadas, dejando fuera los contextos de la práctica y las condiciones
institucionales. Como tampoco pueden
quedar fuera de los esfuerzos de para lograr su profesionalidad. La Comisión
Nacional para la Mejora Continua de la Educación, establece considerar, tanto
la profesionalización ‒asociada con el reconocimiento social y la importancia
que éste otorga al desempeño de sus funciones‒ como al profesionalismo,
relacionado con el manejo experto y el mejoramiento constante de su práctica.
La
revalorización del trabajo docente, es tarea del sistema institucional, de
autoridades, de padres de familia, de alumnos, del maestro mismo, reconociendo que
transitar a un profesionalismo, cuyas habilidades, conocimientos y saberes son
resultado de un proceso formativo escolar, pero también de su experiencia
cotidiana en el aula y en la escuela, y del desarrollo de su capacidad para
vincularse y comprometerse con sus estudiantes y colegas, con la comunidad y el
entorno en donde laboran.
La
tarea de maestros y maestras no ha sido fácil, menos ahora donde la pandemia
afectó la vida escolar por cerca de dos años. Por ello, invito a que
reconozcamos el esfuerzo encomiable de profesoras y profesores por hacer de su
profesión un apostolado, que construyen día a día los cimientos del México del
mañana.
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