Fernando G. Castolo*
Zapotlán le debe a Virginia Arreola su
alma; esa alma envuelta en sus recuerdos, donde hay alegrías y dolores que se
cuelan presurosas por entre las rendijas del par de monolitos de Los Compadres,
y se esparcen por todo el valle, haciendo que la laguna se erize y que el
nevado se estremezca en la dulzura de su delicada literatura.
Virginia es mi hermana, expresó Juan
José Arreola; y así, Virginia es nuestra hermana, nuestra poetisa, nuestra
musa, la que contempla expectante y tiene la capacidad de amar los espíritus
extraviados que deambulan en este ambiente orozquiano con su deliciosa palabra
que cincela como pulcra filigrana. Virginia tiene en Zapotlán a su ordo amoris,
porque aquí están sus querencias: en la hoja del árbol, en el murmullo de las
aves, en la calidez del ambiente, en el bronce de la campana tempranera, en el
surco del maíz dorado, en las primeras gotas de la lluvia de junio... Ella es
el alma de Zapotlán. En sus décimas y sonetos se encapsulan las cualidades de
esta tierra que logra eternizar los sueños; y, cuando son leídos, se liberan
con la emoción que despiertan, porque en sus bellos conceptos que se entrelazan
hay una pasión extraordinaria por lo que Zapotlán representa, y eso lo tiene
fundido en su corazón.
En Virginia hay un espíritu sensible
que invita a la emoción por lo que se es y por lo que se tiene, y su voz
privilegiada, certera y sincera, precisa y preciosa, aún es posible
disfrutarla. Virginia Arreola es ¡el alma de Zapotlán!
*Historiador e investigador.
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