Fernando
G. Castolo*
Reconocer
las cualidades que honran a los pueblos es identificar todo aquello que nos
hace únicos, poseedores de una personalidad que nos otorga particularidades
respecto de otras latitudes geográficas y centros poblacionales.
Zapotlán,
desde el arribo mismo de los peninsulares (y aún antes) ha sido un pueblo
alfarero por excelencia. Al fundarse el pueblo español de Santa María de la
Asunción, los indígenas naturales quedaron hacinados en una orilla del valle
que se conoció como Analco.
Esta orilla, ubicada en la parte suroriente,
repegado al pie de la montaña, es decir, en su parte arribeña (los de arriba
del valle), se caracterizó por la presencia rica en barro; una gran superficie
territorial del virreinal Analco era puro tepetate.
Bien
fue aprovechada esta materia prima para que los naturales echaran a volar su
imaginación y generar una peculiar loza que se hizo famosa en toda la comarca.
Miembro de aquellos antiguos linajes que dominaron el arte alfarero pervive
Guillermo Solano Vázquez, personaje asistido de una enorme sencillez que abrazó
la herencia de sus antepasados y que se ha ocupado en transmitirla a la
subsiguiente generación.
Las
piezas de este artista-artesano guardan la calidez de la alfarería zapotlense,
generando su propio sello en la fabricación de jarros (los típicos poncheros)
en todos tipos y tamaños. Una de las piezas más celebradas de los Solano (de
Guillermo y sus hijos) han sido sus espectaculares árboles de la vida, que
contienen entre sus ramas hitos referentes de nuestra cultura local: los
sonajeros, las sagradas imágenes, los personajes ilustres y la naturaleza
icónica que nos envuelve.
Esta
época de vientos furtivos y espíritus compunjidos (por el rito católico anual
de la Semana Santa), también se tiñe de los colores vivos del barro cocido de
la fábrica de Guillermo Solano, loza que se exhibe, de forma obligada, en la
tradicional expo-venta de El Ramos (nombre que adquiere por el Domingo de
Ramos), esa especie de tianguis popular que forma parte de los más acendrados
usos y costumbres de la antigua Zapotlán.
Vamos,
pues, consumiendo lo nuestro, porque en cada objeto que adquiramos de este
orgulloso zapotlense, reconoceremos su valiosa mano de obra, la que ha sido
honrada allende las fronteras.
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