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domingo, 10 de abril de 2022

Guillermo Solano o el arte alfarero de un orgulloso arribeño


 

 

Fernando G. Castolo*

 

 

Reconocer las cualidades que honran a los pueblos es identificar todo aquello que nos hace únicos, poseedores de una personalidad que nos otorga particularidades respecto de otras latitudes geográficas y centros poblacionales.



Zapotlán, desde el arribo mismo de los peninsulares (y aún antes) ha sido un pueblo alfarero por excelencia. Al fundarse el pueblo español de Santa María de la Asunción, los indígenas naturales quedaron hacinados en una orilla del valle que se conoció como Analco.





 Esta orilla, ubicada en la parte suroriente, repegado al pie de la montaña, es decir, en su parte arribeña (los de arriba del valle), se caracterizó por la presencia rica en barro; una gran superficie territorial del virreinal Analco era puro tepetate.


Bien fue aprovechada esta materia prima para que los naturales echaran a volar su imaginación y generar una peculiar loza que se hizo famosa en toda la comarca. Miembro de aquellos antiguos linajes que dominaron el arte alfarero pervive Guillermo Solano Vázquez, personaje asistido de una enorme sencillez que abrazó la herencia de sus antepasados y que se ha ocupado en transmitirla a la subsiguiente generación.





Las piezas de este artista-artesano guardan la calidez de la alfarería zapotlense, generando su propio sello en la fabricación de jarros (los típicos poncheros) en todos tipos y tamaños. Una de las piezas más celebradas de los Solano (de Guillermo y sus hijos) han sido sus espectaculares árboles de la vida, que contienen entre sus ramas hitos referentes de nuestra cultura local: los sonajeros, las sagradas imágenes, los personajes ilustres y la naturaleza icónica que nos envuelve.


Esta época de vientos furtivos y espíritus compunjidos (por el rito católico anual de la Semana Santa), también se tiñe de los colores vivos del barro cocido de la fábrica de Guillermo Solano, loza que se exhibe, de forma obligada, en la tradicional expo-venta de El Ramos (nombre que adquiere por el Domingo de Ramos), esa especie de tianguis popular que forma parte de los más acendrados usos y costumbres de la antigua Zapotlán.


Vamos, pues, consumiendo lo nuestro, porque en cada objeto que adquiramos de este orgulloso zapotlense, reconoceremos su valiosa mano de obra, la que ha sido honrada allende las fronteras.


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