Víctor
Hugo Prado
El
proceso de reforma educativa impulsada desde el 2019 por el actual gobierno de
la república conlleva entre otras cosas la modificación del Marco Curricular Común
que fue puesto en operación en educación media superior en el año 2008, que se sustentaba en el desarrollo de competencias como así lo
estableció el acuerdo 444 de ese año, que en síntesis planteaba que cualquier
egresado de bachillerato en el plan de estudios que fuera, sea federal,
estatal, autónomo o particular, debería lograr como componente de su perfil de
egreso un conjunto de competencias genéricas, al menos esas. En otra palabras,
las competencias, sobre todo las genéricas, eran comunes a todos los egresados, se definieron como
competencias clave, por su importancia y aplicación a lo largo de la vida. Se
definieron transversales relevantes, en la medida que influirían en todas las
disciplinas a estudiar por los alumnos.
En
tal sentido las competencias genéricas se pensaron, se dicutieron y analizaron por
docentes, autoridades, la misma ANUIES, para que los estudios de bachillerato
las generaran y desempeñaran, lo que les permitirían comprender al mundo e
influir en él; les dotaban de herramientas para seguir aprendiendo de forma
independiente a lo largo de su vida, para
desarrollar relaciones armónicas con quienes los rodean, para participar en los
ámbitos social, político y profesional.
Pues
bien, en estos momentos se discute en el
país la conveniencia de continuar con un modelo de Bachillerato por Competencias
o de modificarlo. La lógica del cambio se sustenta en redimensionar el qué se
enseña, cómo se enseña y para qué se enseña, sin perder la
perspectiva de un mundo cada vez más interconectado, complejo y desafiante, a
la vez que se concilia con nuevos retos en los ámbitos locales, regionales y
nacionales vistos como desafíos individuales, de grupo, comunidad o nación.
Nadie en su sano juicio, podría renunciar a que
todo lo que abone a la mejora del sistema educativo nacional, y con ello, a la
formación de mejores estudiantes sea bienvenido, sobre todo cuando en el centro
se pone a ciudadanos que acrecienten el amor por México, responsables
socialmente y activos participantes con valores éticos y honestidad de la
transformación social, sin perder la perspectiva humana e individual. Ante
ello, debe imperar el equilibrio entre lo social e individual, emprendiendo a
favor del bien común que tanto requiere este país, donde los jóvenes son presas
fáciles del crimen, la violencia y la inseguridad. Cambiar para transformar es
la premisa.
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