Fernando
G. Castolo*
Una
generosa luz ha anunciado el nacimiento de novedosas letras que se nos revelan
como las tablas de la ley de los documentos bíblicos del antiguo testamento...
Retengo
en mi mente, vagamente, una hermosa residencia con sus desniveles al interior y
una arquitectura nada parecida a las viejas casas de Zapotlán, con sus
zaguanes, su patio ajardinado al interior, y las habitaciones en su torno,
ubicada en la montaña oriente, en el tramo conocido como San Cayetano.
La
casa le pertenece a la familia Espinoza Roque, y la única hija del matrimonio,
que es mi compañera en el bachillerato, nos ha invitado por alguna razón que ya
no recuerdo. A mí me cautiva sobremanera la rara distribución de la moderna
finca, amueblada con el excelente y pulcro gusto de la señora de la casa.
ada cual tomó su senda por los caminos de la profesión que
decidimos perfeccionar en Guadalajara. Hoy, después de treinta años he tenido
un maravilloso reencuentro con esta familia.
Tengo
en mis manos un libro, escrito por aquella mujer y señora de su casa, doña
Carmen Roque. En este volumen, bellamente empastado en lujo, reúne 25 cuentos,
trabajados bajo la tutela del maestro Ricardo Sigala, del Taller de Literatura
de la Casa de la Cultura.
Como lo anuncia el título del libro "Hombres de mi pueblo en el siglo XX hasta 1970", se trata de historias que ella misma palpó y que se dieron dentro del medio social en el cual se desarrolló. Solamente a un estudioso de la historia local y conocedor de las historias particulares de la sociedad zapotlense como su servidor, no le son velados los relatos sobre estos hombres, protagonistas de su tiempo y de su circunstancia.
Hombres marcados por el rancio
machismo, aceptados o vetados, exitosos o mediocres, alegres o tristes,
caballeros o pendencieros, al final se cae en la conclusión, más allá del morbo
que pueda suscitar su lectura, de que se trata de historias de seres humanos,
semejantes que merecen todo nuestro respeto, todos ellos vecinos de este
pueblo, pero velados al común lector porque Carmen Roque tuvo la delicadeza de
cambiar nombres y apellidos.
Si
bien, no se trata de una exquisita literatura, con ese lenguaje coloquial, doña
Carmen Roque, ha conquistado mi atención, y el libro que depositó en mis manos
se ha aferrado de tal manera a la voracidad de mis sentidos.
Poco
o nada me interesa la lectura de los libros, en parte porque soy más selectivo
y, en parte, porque el tiempo no nos lo permite; pero, en el caso particular de
la obra de Carmen Roque, me ha dado la gran lección de que todos tenemos algo
que compartir a través de la escritura.
A
la lectura de las 139 páginas de esta prosa ejercitada le he dedicado tres
tardes que me parecieron deliciosas. No conozco a Carmen Roque, y creo nunca
coincidí con ella, o simplemente no recuerdo; lo cierto es que su obsequio me
ha hecho reconocer en ella a una mujer tan segura de sí misma que,
contrariamente al exacerbado feminismo en boga, ella dedica con su prosa un
homenaje a esos hombres, de un tiempo determinado, que inspiraron sus relatos,
y que nos los comparte con aquella generosidad. Esperemos que no sea su única
obra y que nos obsequie mucho más de su talento en torno a las letras, como luz
diamantina que invade los cielos de este valle zapotlense, donde se siguen
forjando nombres de mujeres y hombres que dan cuenta palpable de que
cohabitamos en una "cuna de grandes artistas".
*Historiador e investigador.
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