Un
Momento por Favor
J. Jesús Juárez Martín
Cargado
de optimismo, sus vientos frescos heraldos del invierno por arribar, como
siempre llegó diciembre, entre cascadas
de luces comerciales y ofertas que pulverizan el aguinaldo, que llega justo en
tiempo de lo que anteriormente llamábamos novenario de las posadas, práctica
religiosa popular, que nuestro pueblo y familias cumplían ritualmente y con
ellas nosotros como protagonistas o destinatarios, pero era incluyente, para
todos, que pervive, en nuestros barrios, comunidades rurales, minimizándose a
la mínima expresión, pero reversible si las volvemos a fomentar en nuestras
familias globalizadas que con el señor de rojo y trineo, representante de la
comercialidad, aunque se presente como “espíritu de navidad sin nacimiento del
niño Jesús.
Las
posadas se realizaban en el templo, barrio, colegio, hogares, hasta en lugares
públicos, según la apertura de los organizadores, se hacían con el rezo del
rosario, en cada decena de aves marías, un alegre villancico se intercalaba, la
calidad del canto jamás se garantizó, igual participábamos; el espíritu de
navidad nos invadía, si era desentonado, nos parecía divertido, si la ejecución
era de bien a excelente, lo admirábamos; al esperado momento de la letanía, se
salía del recinto y en una caminata, digamos “ordenada”, para “pedir posada”
rememorando las penas de José y María de Nazaret, que atribulados fueron a
Belén, la ciudad del Rey David al censo en cumplimiento del Edicto del
Emperador Romano y que María esperaba el nacimiento del niño Jesús. No
encontraron alojamiento en los mesones o posadas, ni con parientes, y le llegó
el momento del nacimiento del niño en un pesebre, en las afueras de la
población, en lugar apartado donde se dio el esperado cumplimiento de la
promesa del salvador.
Los
pastores fueron avisados con el mensaje milenario de “Gloria a Dios en el Cielo
y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” de la milicia angelical.
Momento que divide el antes y después histórico, cuando se cobró conciencia del
cumplimiento de la promesa hecha en el edén y la humanidad arrojada del paraíso
en las personas de Adán y Eva por no ser obedientes a los mandatos del Creador.
Así con
la sencillez catequética que me lo narraban cuando niño, lo escribo, las
verdades de fe arropadas con la tradición popular, el sentir del pueblo, en
especial los niños, la literatura y la magia de la escenografía personal y
colectiva, percibimos la singular Navidad.
La
posada no terminaba con la letanía, se cargaban en pequeñas andas a “los
peregrinos” José, y María casi siempre montada en burrita, pedíamos posada,
versos sencillos que al fin conmueven a los “amados caseros” y permiten la
entrada a los “santos peregrinos”. Era el culmen de la noche, la algarabía
llegaba al clímax cuando había piñatas, símbolo de alegría infantil, “de
esperados bienes caídos de lo alto” las disfrutaba tanto como los juegos y los
bolos de la despedida.
Partes
diferenciadas de la Posada, los rezos, villancicos, el acompañamiento a los
peregrinos y sencilla convivencia: lo religioso y lo lúdico social.
Las
güijolas: digamos silbatos atemperados con agua para evitar sonidos agudos que
de ordinario llevábamos los niños, porque las mujeres preferían el pandero o el
báculo sin que fueran privativas para los niños, las güijolas eran cargadas con agua y en tiempo del canto
su sonido era como de gárgaras, de más intensidad, no faltaba quiénes llevaran
silbatos como de árbitro de futbol, a escondidillas los tocaban, otros tapaban
el orificio de salida de aire y solo arrojaban agua a los “estimados
compañeros” a pesar de la prohibición, ahora ya no se usan, los báculos sonando
el piso con las campanillas cascabeles puestos en su adornado atuendo… Seguía
una sesión muy ágil de juegos, competencia y premiación, lo ordinario era que
después de la letanía nos daban el raquítico bolo, las menos veces en papel de
china con unos pocos dulces, colaciones de ordinario, alguna natilla o bien una
o dos frutas y nos retirábamos felices de rezar, cantar, jugar y hasta comer
algunas golosinas, con la renovada intención de no faltar al siguiente día del
novenario del 16 al 24 de diciembre, según costumbre de las localidades en que
se efectuaban.
Actualmente,
a cualquier reunión de oficina, trabajo, convivencia social o familiar en
diciembre dolosamente le llamamos “posada” aunque de aquella intención antigua,
de recordar las peripecias de José y María en Belén o de reconocer a Jesús como
el Señor, simplemente se ignora. Se ha abolido, no se conoce una reflexión
evangélica, moral o ética que se pretendía hubiera en los misterios del rosario
o en la lectura de las oraciones del día. Se expresan los buenos deseos de los
concurrentes hacia los demás entre el apapacho, bebida y comida, música y hasta
baile y el intercambio de abrazos de ¡Feliz Navidad!
Sin
embargo, ojalá pongamos en el centro de la celebración el espíritu de Jesús y
su nacimiento, así tendrá más sentido decir: ¡Feliz Navidad con la paz del Niño
recién nacido!
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