Cine sin Memoria
José Luis Vivar
El pasado 3 de noviembre, de haber
estado con vida, Charles Dennis Buchinsky, conocido como Charles Bronson,
habría cumplido cien años. Nada mal para un actor que sin proponérselo
estableció los parámetros de los antihéroes en el género de las películas de
acción: rudo, de mal carácter, pero noble de corazón, buscando siempre hacer
justicia por los más débiles, o por otras circunstancias que afectaran su vida.
Nació en Ehrenfeld, Pensilvania en el seno de una familia muy pobre cuyos padres habían emigrado de Lituania. Siendo uno más de los quince hijos de esa pareja, se vio obligado a trabajar desde muy chico en las minas de carbón al lado de su padre y sus hermanos. Como en su casa no se hablaba más que lituano, aprendió el inglés cuando era ya un jovencito.
Desempeñó
diversos oficios y combatió en la Segunda Guerra Mundial como artillero en
aviones bombarderos. En las pocas entrevistas que concedió, no le gustaba
hablar de su paso en el ejército ni que había recibido el Corazón Púrpura por
las heridas recibidas en combate, solo refería haber desempeñado diversos
oficios, hasta que después de volver a la vida civil se inscribió en un taller
de teatro, donde aprendió actuación.
Para
quienes fueron sus maestros en aquellos tiempos debió haber sido difícil
conseguir que Bronson expresara ciertas emociones como la tristeza o el dolor,
ya que su rostro, aun siendo joven, era más bien inexpresivo. Las marcadas
arrugas que años más tarde le acompañarían habrían de impedir que sus
personajes demostraran debilidad, abandono, o incluso melancolía.
Debutó en el cine con Veracruz
(Robert Aldrich, 1954), un Western protagonizado por Gary Cooper y Burt
Lancaster, cinta que con el tiempo se ha convertido en un clásico, y que para
Bronson significó el inicio de una carrera que se prolongaría por cuarenta y
nueve años, y 164 trabajos actorales en el cine y la televisión.
El ascenso de su carrera fue lento
pero seguro. Su cara y su físico llamaban la atención de los productores porque
rompía con los esquemas de los galanes de Hollywood, y gracias a series como La
Dimensión Desconocida o Alfred Hitchcock Presenta, llegó a tener su propio
programa de televisión: Un Hombre con una Cámara, producida entre 1958 y 1960,
lo que le dio un reconocimiento más amplio en el medio.
Títulos
como Los Siete Magníficos (John Surges, 1960); El gran Escape (John Sturges,
1960); Doce al Patíbulo (Robert Aldrich, 1968), o Érase una vez en el Oeste
(Sergio Leone, 1968), son filmes que lo perfilan con un estilo propio: la
parquedad en sus diálogos, mucha acción física, experiencia en armas y jamás
atemorizado o débil ante el peligro.
Durante
la década de los años sesenta y setenta el nombre de Charles Bronson
garantizaba la taquilla. Pero al ver que en los Estados Unidos los papeles que
le ofrecían eran en esencia lo mismo, toma el ejemplo de Clint Eastwood y se
marcha a Europa donde además de filmar lo que se llamaba Espaguetis Western,
logra trabajar con directores de renombre como René Clement, y comparte crédito
con actores como Alain Delon, o Toshiru Mifune.
En
el Viejo Continente hizo todo tipo de películas, algunas buenas y otras para el
olvido. Esto le trajo beneficios porque a su regreso a Hollywood le llueven los
contratos porque su imagen estaba más consolidada. Y así como representaba a un
misterioso agente, también podía ser un apache como Chato (Michael Winner,
1972), que con sus diminutos ojos lograba trasmitir la pasión, el dolor y la
venganza.
Sería
con El Vengador Anónimo (Michael Winner, 1974) que conseguiría el éxito y el
reconocimiento mundial por tratar un tema que —nuevamente hay que citarlo—,
Clint Eastwood había comenzado con la saga de Harry el Sucio. Ambos personajes,
cansados de que sean las mismas autoridades quienes entorpecen el castigo a los
delincuentes, sean ellos los que hagan justicia. Sin embargo, mientras Harry
Callahan (Eastwood) es un detective; Paul Kersey (Bronson) es un ciudadano
común y corriente. El primero mata delincuentes que por la impunidad quedarán libres;
el segundo también asesina a maleantes, con la esperanza de que sean los que
mataron a su esposa y violaron a su hija. Luego se acostumbra a matar con la
idea de limpiar a la sociedad de esa escoria.
Este
Vigilante como también se le conoce, llega a convertirse en el antihéroe más
admirado, y esto permitió que Bronson diera pie a una saga que se prolongaría
hasta los años noventa. El único problema es que después de la segunda parte,
el resto de esas cintas fueron disminuyendo de calidad en sus argumentos, hasta
volverse totalmente predecibles.
Antes
de Bruce Willis, Steven Seagal, Jean Claude Van Damme; Jason Statham o incluso
Vin Diesel, estuvo Charles Bronson. Además de cowboy, fue peleador callejero,
espía, mercenario, militar, o simple policía que sale a enfrentarse a toda
clase de peligros. Cada uno de esos papeles supo interpretarlos con verdadero
profesionalismo.
Pero
si hay un director que logró sacarle mejor provecho, ese fue John Lee Thompson.
Sus nueve películas lo muestran seguro, espontáneo, y con una destacada calidad
interpretativa. Detrás de ellos estaba el productor Pancho Kohnner (hijo de
Lupita Tovar, la acrriz de Santa, primera cinta sonora del cine mexicano); y
una mujer que fue su compañera, colega y cómplice: Jill Ireland, cuya muerte en
1990, le afectó profundamente.
Charles
Bronson falleció el 30 de agosto de 2003 de neumonía, después de haber padecido
por varios años la enfermedad de Alzheimer. Para sus familiares, amigos y
colaboradores, él nunca superó la pérdida de Jill, a pesar de haberse unido con
Kim Weeks, y vivir varios años con ella.
Detrás
de ese rostro lleno de surcos y cuerpo fornido, estaba el hombre sensible y
tierno que disfrutaba de su familia y que odiaba la violencia. Dejó como legado
sus películas, las que sus admiradores vuelven a ver una y otra vez, porque
decir Bronson es decir acción garantizada.
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