Ramón Moreno
Rodríguez
Quizá alguien podría
replicarme respondiendo que en efecto eso pasó con los indios, lo cual es
lamentable, pero que no habría que perder de vista que el presidente de México
no es un indio, sino un mestizo, y que por ello las cosas cambian, porque a lo
mejor sus padres cristianos podrían haber deseado darle un nombre cristiano.
A tal afirmación yo respondería diciendo que
de nuevo se yerra haciendo tales conclusiones edulcoradas de la conquista y
colonización de México (repito que esto que diga vale para toda
Hispanoamérica). Eso no fue bello ni edificante, sino por el contrario hórrido
y malévolo. Ninguna guerra de conquista es bella ni edificante, como no lo fue
la que los romanos le hicieron a los celtíberos, por ejemplo. En fin, ninguna
guerra (sin apellidos) es bella y edificante, aunque el señor Aznar piense que
la de España en América fue muy luminosa y ejemplar. Hablemos pues del origen
del mestizaje.
La conquista trajo aparejada muchas
calamidades, muchas más que la guerra misma. Una de ellas lo fue el mestizaje.
Lo primero que habría que decir es que éste se dio (normalmente) entre
españoles (hombres) e indias (mujeres), casi nunca al revés. Esto es un rasgo
evidente de la prepotencia del acto. Los primeros mestizos nacieron de mujeres
indias que los españoles recibían como regalo (algo ya se dijo de ello en esta
serie de artículos), lo cual entiendo que no era la aceptación de tales dones
algo edificante, moralmente hablando (lo digo desde la moral hispana, la moral
católica; aunque Cortés replicó hipócritamente diciendo, “bueno, las
recibiremos, pero para no pecar, primero las bautizamos”. Doble pecado, diría
el padre las Casas, pues hacían cristiana a una persona que ni lo era ni lo
podía ser y quizá ni lo quería), pero en fin no me detengo en ello. Eso fue muy
al principio, pero en los momentos en que se fueron imponiendo los extranjeros
entre los pueblos del Nuevo Mundo, durante la guerra y mucho después de
concluida la conquista de México (1521) se dejaron ver muchas atrocidades que
los españoles hicieron en contra de las indias. El padre las Casas, por
ejemplo, cuenta cómo los hispanos competían unos con otros invitando a amigos a
sus casas y mostrándoles cuatro, cinco y más indias que vivían con ellos a las
que llamaban “criadas” porque las habían recogido y eran como sus “hijas
criadas” o “hijas de crianza”, pero lo decían socarronamente, aludiendo a que
aquella servidumbre diurna se convertía en mancebía nocturna. Los invitados
también sonreían y correspondían al convite llevando a los otros,
diligentemente, a visitar sus casas para mostrar sus “criadas”, grupo que, por
supuesto, era más nutrido que el exhibido inicialmente. Esto lo dijo no un
mexicano resentido en contra de los españoles tozudos como el señor Aznar, sino
un español que lo vio, lo vivió y dejó testimonio de ello. Seguimos hablando de
los pecados veniales. Vamos al cogollo del problema.
El origen del mestizaje no es otro que el de
la violación y el estupro. Ni más ni menos. Y no me lo invento, hay sobrados
testimonios de aquellos tiempos que lo dejan clarísimo y patente. Sin duda hubo
variantes, pero fueron tan viles y abyectas como las violaciones. Si hay tiempo
y espacio hablaremos de estas variantes, como por ejemplo, lo que le pasó a
doña Isabel Moctezuma.
Pruebas de esa violencia sexual en contra de
las indias hay muchas. Menciono un caso. Cuando terminó el sitio de la ciudad
de México, Cuauhtémoc pidió a Cortés la devolución de las nobles cacicas que
les habían sido robadas en esos largos meses de asedio y destrucción de la
ciudad tenochca. Los españoles respondieron sonriendo que con gusto las
devolverían, pero que sería difícil que las señoras se alejaran de sus captores
porque todas o casi todas estaban embarazadas.
Esto lo dicen los cronistas de entonces, como Antonio de Herrera, o
historiadores modernos como Hugh Thomas.
Así pues, aceptemos, sin desgarrarnos las
vestiduras, que nosotros, los mestizos, descendemos de las indias violadas. No
es posible que haya sido de otra manera. Para concluir este breve repaso,
insistiré en decir que aunque haya ilusos (o deliberados hipócritas) que
quieran vendernos la imagen de la india enamorada del conquistador, eso es una
mistificación insostenible. Tal falacia la podemos ver, por ejemplo, en el
escudo de armas de Tonalá, Jalisco, que nos muestra a una india enamorada de un
español apoyando su rostro en el pecho del conquistador enfundado en su
armadura.
Por lo tanto, nosotros, los mexicanos de hoy,
que somos mestizos en su gran mayoría, algo así como el 90% de la población,
nada tenemos que agradecer a los hispanos hipócritas que no quieren ver la
verdad de la conquista y la colonización. Por fortuna, son los menos, pues la
mayoría del pueblo español no se deja engañar con torpes mentiras.
*Doctor en literatura española. Imparte clases en la carrera de Letras Hispánicas en la UdeG, Cusur.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario