Ramón Moreno Rodríguez*
En fechas recientes el expresidente del gobierno
español, José María Aznar, se preguntaba retóricamente cuál sería el origen del
nombre del presidente de México. Como en toda pregunta de este tipo, el que interroga
no tiene interés en escuchar la respuesta, sino que la da por entendida y por
lo tanto no espera oír nada o él mismo se la contesta. Y con supuesta ironía el
señor Aznar se respondió así mismo, deduciendo con fingido sentido común que el
presidente mexicano se llama como se llama “gracias” a España, que, entre otras
cosas, le hizo el favor a México e indirectamente a López Obrador, de traer la
civilización y el cristianismo y que gracias a ello nuestro país se benefició
de tan generosa donación. Y abundó que, sin explicarlo, por ello él no pediría
disculpas de nada, como el mexicano en una carta pidió eso, que se disculpase,
al rey de España por los atropellos cometidos contra los antiguos mexicanos en
el siglo XVI por la monarquía española.
Es
muy recurrente en muchas personas, y entre muchos políticos es una práctica
frecuente, el no escuchar. Y el señor Aznar es uno de ellos. No escucha. Así
pues, van aquí algunas consideraciones sobre el origen de los nombres españoles
en México (que es el mismo caso en el resto de Hispanoamérica) no para el
político hispano, sino para el amable público lector mexicano. Porque ya sé que
el señor Aznar no escucha, a pesar de las orejas que tiene.
Con
la supuesta pregunta el hispano sólo demuestra su ignorancia, porque si supiera
las causas últimas de por qué se usan en México los nombres y los apellidos
hispanos, mejor se callaría y no lo preguntaría, porque al escupir para arriba,
el esputo le cayó en la cara. Nadie niega (creo que ni los políticos de la
derecha española como el señor Aznar) que en la conquista de México se cometieron
muchos abusos e injusticias y atropellos y saqueos y destrucciones y robos y
matanzas. Y también creo que nadie niega que hubo españoles bien intencionados
que viajaron a México con el deseo de ayudar a los indios a aligerarles y
hacerles menos gravosa la esclavitud que los conquistadores y las autoridades
virreinales les impusieron.
El
señor Aznar piensa que el uso de los nombres es uno de esos gestos bien
intencionados que entonces hubo. Lo primero que habría que decir es que el
político español sólo ve la parte de la realidad que su trasnochada ideología
le permite ver, la que lo acusa y señala se la calla porque no es bueno
mencionar la soguilla en casa del ahorcado. Y él sólo ve los “buenos” actos de
los españoles en nuestro país. Pero se equivoca. El uso de los nombres no fue
una generosa donación, sino una violenta imposición, una abuso más de los
muchos cometidos contra los indígenas, equivalente a herrarles el rostro o aún
peor, pues al imponer por la fuerza los nombres hispanos intentaban destruir y
negar la cultura de los pueblos que habitaban el actual territorio mexicano.
Con este tipo de “gestos civilizadores” obligaron a los indios a negarse a sí
mismos, a negar su ser y su identidad, obligándolos a entrar en un proceso de
enajenación del que ya nunca pudieron salir.
Los
encargados de realizar tal obra destructiva y enajenadora fueron los religiosos
evangelizadores. Y por supuesto que eran conscientes de la labor destructiva
que eso implicaba y algunos cronistas religiosos como el padre Mendieta así lo
registran en sus crónicas. Sabían que estaban destruyendo un pueblo y una
cultura con este tipo de imposiciones, y si se habían atrevido a destruir sus
templos y quemar sus libros, por supuesto que no tendrían miramientos en
quitarles sus nombres.
Pensaban
que eso era lo mejor para los indios, creían que arrebatarles su identidad, su
imagen, sus valores sociales, sus valores morales, sus señas de identidad los
beneficiaba, porque los sacaban de las garras del infierno. No dudo que hubo
muchos evangelizadores que se creían a pies juntillas este supuesto beneficio,
pero otros, como el padre Mendieta ya aludido o el padre las Casas o el padre
Sahagún no estaban de acuerdo con obligarlos a cambiarse los nombres.
Mencionemos
el caso de los cuatro señores de Tlaxcala. Se dice que el clérigo Juan Díaz los
bautizó y que Huehue Xicoténcatl dejó de llamarse así y le pusieron por nombre
don Gonzalo y Maxixcatzin pasó a llamarse Lorenzo y Tlehuexolotzin Vicente y
Citlalpopocatzin Bartolomé. ¿Alguien sostendría que ellos eligieron esos nombres
y que prefirieron dejar los que habían utilizado toda su vida para llamarse de
una manera extraña e impronunciable?
Y
tan es así que fue un uso abusivo y violento, que, en la actualidad, cuando un
chino o un africano se bautiza católico no lo obligan a dejar su nombre
tradicional. ¿Será casualidad? Por supuesto que no, porque entienden que es
sumamente violento hacer eso. ¿Cuántos jerarcas de la iglesia católica negros
conservan sus nombres y apellidos tribales? No uno ni dos. A este tipo de
asuntos alude muy veladamente el papa cuando dice que hubo “errores cometidos
en el pasado que han sido muy dolorosos” y que por eso él y sus antecesores han
pedido perdón.
Así
pues, si los indios dejaron de llamarse Tabscoob, o Moctezuma o Cuauhtémoc, no
fue algo que ellos eligieran. En efecto, señor Aznar, es muy probable que
Andrés Manuel López Obrador no se llamara así, sino precisamente Tabscoob, que
era como se llamaba el tlatoani tabasqueño que enfrentó y luchó contra los
invasores hispanos, pero si ahora ya nadie usa esos nombres no fue una elección
sino un acto de violencia. Así pues, le recomiendo que antes de abrir la boca
para roznar (con perdón de los burros) trate de pensar (ya sé que es pedirle
mucho) no vaya a ser que sus propios argumentos se vuelvan contra usted, como
ahora se lo he demostrado.
*Doctor en literatura española. Imparte clases en la carrera de Letras Hispánicas en la UdeG, CUSur.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario