jueves, 7 de octubre de 2021

Respuesta a José María Aznar de por qué Andrés Manuel López Obrador se llama así y no de otra manera

 



 

Ramón Moreno Rodríguez*

 

 

En fechas recientes el expresidente del gobierno español, José María Aznar, se preguntaba retóricamente cuál sería el origen del nombre del presidente de México. Como en toda pregunta de este tipo, el que interroga no tiene interés en escuchar la respuesta, sino que la da por entendida y por lo tanto no espera oír nada o él mismo se la contesta. Y con supuesta ironía el señor Aznar se respondió así mismo, deduciendo con fingido sentido común que el presidente mexicano se llama como se llama “gracias” a España, que, entre otras cosas, le hizo el favor a México e indirectamente a López Obrador, de traer la civilización y el cristianismo y que gracias a ello nuestro país se benefició de tan generosa donación. Y abundó que, sin explicarlo, por ello él no pediría disculpas de nada, como el mexicano en una carta pidió eso, que se disculpase, al rey de España por los atropellos cometidos contra los antiguos mexicanos en el siglo XVI por la monarquía española.



Es muy recurrente en muchas personas, y entre muchos políticos es una práctica frecuente, el no escuchar. Y el señor Aznar es uno de ellos. No escucha. Así pues, van aquí algunas consideraciones sobre el origen de los nombres españoles en México (que es el mismo caso en el resto de Hispanoamérica) no para el político hispano, sino para el amable público lector mexicano. Porque ya sé que el señor Aznar no escucha, a pesar de las orejas que tiene.


Con la supuesta pregunta el hispano sólo demuestra su ignorancia, porque si supiera las causas últimas de por qué se usan en México los nombres y los apellidos hispanos, mejor se callaría y no lo preguntaría, porque al escupir para arriba, el esputo le cayó en la cara. Nadie niega (creo que ni los políticos de la derecha española como el señor Aznar) que en la conquista de México se cometieron muchos abusos e injusticias y atropellos y saqueos y destrucciones y robos y matanzas. Y también creo que nadie niega que hubo españoles bien intencionados que viajaron a México con el deseo de ayudar a los indios a aligerarles y hacerles menos gravosa la esclavitud que los conquistadores y las autoridades virreinales les impusieron.


El señor Aznar piensa que el uso de los nombres es uno de esos gestos bien intencionados que entonces hubo. Lo primero que habría que decir es que el político español sólo ve la parte de la realidad que su trasnochada ideología le permite ver, la que lo acusa y señala se la calla porque no es bueno mencionar la soguilla en casa del ahorcado. Y él sólo ve los “buenos” actos de los españoles en nuestro país. Pero se equivoca. El uso de los nombres no fue una generosa donación, sino una violenta imposición, una abuso más de los muchos cometidos contra los indígenas, equivalente a herrarles el rostro o aún peor, pues al imponer por la fuerza los nombres hispanos intentaban destruir y negar la cultura de los pueblos que habitaban el actual territorio mexicano. Con este tipo de “gestos civilizadores” obligaron a los indios a negarse a sí mismos, a negar su ser y su identidad, obligándolos a entrar en un proceso de enajenación del que ya nunca pudieron salir.





Los encargados de realizar tal obra destructiva y enajenadora fueron los religiosos evangelizadores. Y por supuesto que eran conscientes de la labor destructiva que eso implicaba y algunos cronistas religiosos como el padre Mendieta así lo registran en sus crónicas. Sabían que estaban destruyendo un pueblo y una cultura con este tipo de imposiciones, y si se habían atrevido a destruir sus templos y quemar sus libros, por supuesto que no tendrían miramientos en quitarles sus nombres.


Pensaban que eso era lo mejor para los indios, creían que arrebatarles su identidad, su imagen, sus valores sociales, sus valores morales, sus señas de identidad los beneficiaba, porque los sacaban de las garras del infierno. No dudo que hubo muchos evangelizadores que se creían a pies juntillas este supuesto beneficio, pero otros, como el padre Mendieta ya aludido o el padre las Casas o el padre Sahagún no estaban de acuerdo con obligarlos a cambiarse los nombres.


Mencionemos el caso de los cuatro señores de Tlaxcala. Se dice que el clérigo Juan Díaz los bautizó y que Huehue Xicoténcatl dejó de llamarse así y le pusieron por nombre don Gonzalo y Maxixcatzin pasó a llamarse Lorenzo y Tlehuexolotzin Vicente y Citlalpopocatzin Bartolomé. ¿Alguien sostendría que ellos eligieron esos nombres y que prefirieron dejar los que habían utilizado toda su vida para llamarse de una manera extraña e impronunciable?


Y tan es así que fue un uso abusivo y violento, que, en la actualidad, cuando un chino o un africano se bautiza católico no lo obligan a dejar su nombre tradicional. ¿Será casualidad? Por supuesto que no, porque entienden que es sumamente violento hacer eso. ¿Cuántos jerarcas de la iglesia católica negros conservan sus nombres y apellidos tribales? No uno ni dos. A este tipo de asuntos alude muy veladamente el papa cuando dice que hubo “errores cometidos en el pasado que han sido muy dolorosos” y que por eso él y sus antecesores han pedido perdón.





Así pues, si los indios dejaron de llamarse Tabscoob, o Moctezuma o Cuauhtémoc, no fue algo que ellos eligieran. En efecto, señor Aznar, es muy probable que Andrés Manuel López Obrador no se llamara así, sino precisamente Tabscoob, que era como se llamaba el tlatoani tabasqueño que enfrentó y luchó contra los invasores hispanos, pero si ahora ya nadie usa esos nombres no fue una elección sino un acto de violencia. Así pues, le recomiendo que antes de abrir la boca para roznar (con perdón de los burros) trate de pensar (ya sé que es pedirle mucho) no vaya a ser que sus propios argumentos se vuelvan contra usted, como ahora se lo he demostrado.

 

*Doctor en literatura española. Imparte clases en la carrera de Letras Hispánicas en la UdeG, CUSur.




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