Víctor
Hugo Prado
Recientemente
tuve la oportunidad de leer un artículo publicado en el Diario Milenio, por Arturo Zaldívar, Presidente de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación, en el que apunta que, procura usar un lenguaje
no sexista e incluyente que suele molestar a muchas personas, las que le
recuerdan que la Real Academia Española ha aclarado que el uso del masculino
incluye a hombres y mujeres según el contexto, y que ha llegado el caso de presentarle un video de Vargas Llosa
burlándose del lenguaje incluyente. Para Zaldívar abordar el tema desde una
perspectiva gramatical es ocioso. Lo que no es ocioso, es abordarlo desde una
perspectiva que permita cuestionar y reflexionar sobre lo que el lenguaje y sus
normas significan y representan en nuestra sociedad.
El
lenguaje como fenómeno cultural y reflejo de una realidad social, es en el
presente y ha sido en el pasado, sexista. En un mundo en el que se discrimina a
las mujeres, en el que se reproducen estereotipos y prejuicios que imperan en
las relaciones de género. Por desgracia en el entramado social, las mujeres
siguen manteniendo un estatus de inferioridad –así lo señalan indicadores en la
política, empresa, mundo laboral o deporte- reforzado con muchas prácticas y
modos culturales, entre las que se incluye el lenguaje.
En
comunión con el ministro Zaldívar, el lenguaje incluyente no pretende ser
correcto. El lenguaje incluyente pretende cambiar una realidad, desafiarla y
transformarla, poniendo en entredicho al lenguaje, producto patriarcal como lo
han sido muchas leyes y normas jurídicas que están siendo modificadas para
dejar ser discriminatorias.
Señala
además que, el lenguaje incluyente contribuye a generar el cambio cultural y
normativo necesario para que las mujeres puedan alcanzar la verdadera igualdad
sustantiva. Habrá quien no piense así, pero los argumentos a favor insisten en
la importancia que tiene el lenguaje en el desarrollo del pensamiento y la
identidad; en la interpretación, visibilización e incluso, en la creación de la
realidad; en el establecimiento de valores y reconocimiento social. En último
término, los argumentos zaldivarianos a favor, se basan en la convicción de que
el lenguaje puede y debe ser un instrumento para el cambio.
No
por nada, organismos de gran calado como el Instituto Nacional Electoral o la
Comisión Nacional de Derechos Humanos han generado documentos de tipo práctico
para poder utilizar un lenguaje incluyente, que reduzca las desigualdades, pero,
sobre todo, la invisibilidad de un sector tan importante.
Una
gran tarea para los profesores y profesoras de la Universidad de Guadalajara,
del alumnado, y claro, de las y los egresados de la Benemérita Universidad,
quienes ostentan enorme reconocimiento nacional e internacional.
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