Pedro
Vargas Avalos
Lugar
común es decir que el pueblo padece hambre y sed de justicia. Los políticos,
los funcionarios, los empresarios, los religiosos y en general toda la
población, hacen suya esa verdad. La constante repetición de ese concepto,
parece disco rayado.
En
nuestro sistema republicano, con su referente de división de poderes, toca a la
rama judicial impartir la justicia. No porque a los otros dos ramos
(legislativo y ejecutivo) se les impida, en su ámbito de competencia, hacer
actos justicieros, sino porque la clásica concepción sobre administración de la
justicia así lo contempla.
Los
característicos órganos emblemáticos de los tres poderes públicos (judicial,
legislativo y ejecutivo), son a nivel federal, la Suprema Corte de Justicia,
las Cámaras de la Unión (diputados y senadores) y el presidente de la
república. Todos y cada uno debe actuar ajustados a derecho, lo que implica
realicen acciones justas: dictar sentencias ecuánimes, redactar leyes
equitativas y ejecutar operaciones intachables.
El
grave problema del servicio público en cualesquiera de los ramos predichos, es
que sus integrantes relegan la noción de que deben desempeñarse no por disfrutar
cargos, posiciones o privilegios, sino por principios y convicciones. Al
respecto tenemos suficientes ejemplos tanto en magistrados, ministros, jueces y
miembros de organismos autónomos, que prefieren salvaguardar sus canonjías a
conducirse con legitimidad, que es muy diferente a conforme la ley. La
legitimidad incluye lo justo y lo razonable a la par de la norma; en cambio lo
legal, solo requiere apego a la legislación, aunque esta sea inicua.
Por
ello es indispensable que quienes ocupen los cargos en la administración
pública, sean personas ajenas a la hipocresía, que no sean falsarios ni
venales, es decir, ciudadanos competentes, honestos, con mística de servicio y
sólida conciencia cívica, que actúen con rectitud, aplicando el principio de
que al margen de la ley nada y por encima de la ley nadie.
Hoy por
hoy se ha proclamado una cruzada contra la corrupción. Esta penetró hasta lo
más recóndito del sector público, contagiando a veces al privado. La corrupción
resulta incongruente en las áreas gubernamentales, pero cuando lo que se
prostituye es la justicia, resulta degradante e inexcusable.
En
consecuencia, el desafío por adecentar, modernizar y hacer genuina la
administración de justicia mexicana, se tiene que vencer. Y el esfuerzo debe
abarcar tanto el fuero federal como el estatal, porque en unos y otros, afirma
el presidente del más encumbrado juzgado de la Nación: “quien diga que en los
tribunales no hay corrupción, o no ha estado en un Tribunal o miente
descaradamente”.
Pero
ante lo tardo del actuar estatal, donde todo se soslaya ante la ansiedad por
devengar jugosos salarios y disfrutar apetecibles privilegios, por lo pronto tocó
el turno a la justicia federal, en virtud de lo cual comentaremos los avances
que se registran en ese contorno, que ojalá sirvan de orientación para que los órganos
judiciales en las Entidades Federativas, asuman su turno y los adopten o hasta
mejoren.
El
presidente de la república manifestó el 10 de agosto: “Los ministros que vienen
del antiguo régimen, están acostumbrados a servirle a los potentados, no al
pueblo. Menos van a estar pensando como Morelos, que decía: ‘Que haya
tribunales que protejan al débil de los abusos que comete el fuerte’. ¿Ustedes
creen que ellos coinciden con eso? Nada más están al servicio del fuerte, no
protegen, no ayudan a los débiles, a los pobres, a los que no tienen
agarraderas”. Sobre este tema, es pertinente aclarar que el actual presidente
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Arturo Zaldívar, ha tomado
decisiones para encarrilar al máximo tribunal, superando recias oposiciones de
sus mismos pares y de infinidad de subalternos.
El
mismo ministro Zaldívar, calificado por el primer mandatario como gente
honrada, seria y responsable, declaró (El Universal, 9-8-21) que “tres redes de
corrupción operaban en el poder judicial”, siendo una conformada por despachos
de abogados muy influyentes, otra armada por políticos poderosos y finalmente
la generada por la venalidad, todo agravado por la enraizada cuanto nefasta tacha
del nepotismo dentro de la estructura de la Corte. Para erradicar esos vicios,
se demanda poder, talento y voluntad férrea.
La
tarea es de romanos, o sea, muy difícil, pero no imposible. A la fecha se
aplica la nueva Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, vigente desde
el 7 de junio anterior. Este ordenamiento, se segura trae muchísimos adelantos
para que el poder judicial sea renovado, moderno, fresco, con mayor
sensibilidad social y humana, dispuesto a servir de mejor manera al pueblo de
México. Dentro de ello, enfatiza el ministro Zaldívar, “La justicia federal
debe ser una vía de conciliación y de pacificación social; coadyuvar a tener un
mejor país como instrumento para el desarrollo económico y social pero también
para emparejar la cancha a quienes nunca han tenido acceso a la justicia”.
De
lo anterior se deduce que ahora sí actuarán los jueces y magistrados
anteponiendo el interés público, el de la nación y desde luego, impartiendo una
justicia con rostro humano que llegue a los más pobres y marginados. Para
lograr este último objetivo, anunció que se fortalece como nunca la Defensoría
de Oficio, con lo cual se evitará, “La justicia de las clases burguesas”, que,
según la notable luchadora social Rosa de Luxemburgo, es una especie de malla
que permite escapar a los tiburones voraces, y solo atrapa a las indefensas
sardinas. Desde luego, que no solo basta tener buenos juristas defensores, sino
que los jueces apliquen las líneas socráticas: escuchar educadamente, acordar
con conocimiento de causa, valorar sensatamente y resolver con prontitud e
imparcialidad.
Otra
meta del dirigente de la SCJN, es alcanzar la paridad de género, exponiendo que
“ha sido y seguirá siendo una prioridad en mi administración y por ello se incluye
en la reforma. Queremos más y mejores mujeres en más y mejores cargos.” Eso sí,
agregamos nosotros, ni con varones ni con damas, debe contemplarse una vuelta
al pasado, ni más corrupción, ni una cultura de nepotismo.
Ojalá
que en Jalisco se retomaran las ideas de nuestros grandes jurisconsultos, tales
como Mariano Otero, Ignacio L. Vallarta y Luis Manuel Rojas, para que muy
pronto, el poder judicial y el foro jalisciense, volvieran a ser el faro de la
justicia y la guía del derecho nacional, que en otros tiempos fue. Por todo lo
anterior, es que consideramos que ya es tiempo de que el poder judicial del
Estado, tome su turno y a la par de la justicia federal, honre nuestra historia
y sirva verdaderamente a nuestro pueblo, lo cual solo puede ser si sus sentencias
siempre se ajustan al precepto de que, “fuera de la ley nada y por arriba de
ella, nadie”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario