Miguel
Salvador Rodríguez Azueta
Ximena
tenía 10 años cuando la lleve al Estadio Beto Ávila y 11 cuando el águila se
coronó campeón de la liga mexicana contra los Rieleros de Aguascalientes.
9
años después estábamos de regreso, padre e hija en un día especial, celebrando
la paternidad y a plomo con la pensión vencida.
Es
cierto, ya no éramos los mismos y me lo demostraba el sexto botón de mi jersey
de las glorias pasadas y ni que decir de la playera del campeonato que acabó
como trapo de limpieza.
Emocionados,
eso sí, por regresar al nido acompañado por aquella niña que jugaba con sus
amiguitos entre las plateas mientras yo hacía corajes y entripados con los
partidos.
La
primera impresión que tuve con la remodelación fue de sentirme orgullo de
contar con un estadio moderno, sin embargo, poco me duro el gusto cuando casi
me infarto al ver los costos de las localidades.
¡Oiga,
pero si no estamos en el yankee stadium! -le dije a la taquillera quien presto
oídos sordos a mi sarcasmo y se limitó a cobrarme el boleto de mi invitada,
porque por ser día del padre el deudor alimentario entraba de hoquis.
Las
localidades de gayola - las más baratas- estaban agotadas, así que tuve que
pagar mis 240 pesitos, para nuestro espacio con certificado de humildad, eso sí,
la taquillera me advirtió que la maquina no daba recibos y como dato extra los
boletos entregados marcaban $0 pesos,
como si los dos fueran promoción.
Camino
a la entrada los revendedores sin ningún empacho ofrecían los boletos de 100
pesos, los que en la taquilla estaban agotados ¿Dónde está la autoridad?,
afuera no; eso sí, adentro parecía un evento del presidente, porque marinos,
guardia nacional y seguridad privada pululaban.
Llegamos
a la 4ª entrada, los Leones de Yucatán estaban siendo apaleados por nuestras águilas;
contento y orgulloso observe las nuevas instalaciones recientemente remodeladas,
con sus cómodos asientos y en las alturas espacios fifis tipo celda de Hannibal
Lecter, a donde no pienso jamás aspirar, no porque sea yo un clasemediero
humanista, sino porque el desmadre está en la llanura, con el pueblo bueno.
Ya
instalados en nuestros cómodos asientos al lado derecho del campo empecé a notar
algunos cambios que me hicieron recordar el coraje que tenia por no haber sido
invitado a la inauguración, después de que la chica de prensa Paola Ríos me había
pedido cierta información histórica sobre un parque llamado Docurro donde jugo
el águila en los primeros años del siglo XX.
Anduve
investigando en el Dictamen y hasta una entrevista con Luis Álvarez de 95 años
le conseguí y pues con aquella frase de luego le llamo, así me quede esperando
la llamada, aunado a la invitación plantada de mi compadre Jorge Luis Fernández
Bravo, que bueno esa será otra historia.
Bueno,
bueno, cero corajes me dije, aquí vengo con mi invitada y a disfrutar del
partido y del ambiente jarocho... pero … ¿Cuál?
Mis queridos lectores de esta breve crónica, el ambiente en el estadio
más parecía el de un Estadio de Mazatlán o de cualquier otro lugar menos de
Veracruz, me explico.
La
clásica batucada brillaba por su ausencia, el místico águila roja, aquel personaje
popular que gritaba: “Ahora, ahora” no estaba, la música era norteña y a lo
mejor seleccionada por la chica que me dejo esperando la llamada, los
comentaristas deportivos tenían atole en la venas, con decirles que un gritón
beodo pero muy simpático al que apodamos “Pecho, pecho” – porque gritaba que el
pitcher tirara al pecho- lo sacaron del estadio los de seguridad por eso, ¡por
estar gritando!
¡No
pues guau!- dijesen los milenians.
Algo
esta sucediendo en el estadio, espero que sea modificado, porque sino va a
seguir con solo dos patrocinadores veracruzanos que son los que tienen letreros
publicitarios en el interior.
Preguntando
aquí y allá, obtuve algunos datos que voy a ir ampliando, que, si el gerente no
es veracruzanos, que la de relaciones publicas dejo en visto a la prensa local,
etc. esperemos que el ambiente jarocho regrese al nido.
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