Víctor Hugo Prado
Hace un
año y tres meses, la epidemia dejó a alumnos y profesores fuera de las aulas,
sin los apoyos didácticos, sin los muebles que ocupaban los alumnos, acaso en
algunas escuelas se apagaron los videoproyectores con lo que se apoyaba el
trabajo presencial, en esencia, los dejó sin herramientas para enseñar y
aprender. La relación de alumnos y docentes en el aula tuvo que ser
replanteada, al igual que la distribución de los tiempos de trabajo, horarios y
las prácticas a las cuales estaban tan acostumbrados.
El
docente acostumbrado a convivir con sus alumnos, tuvo que alejarse de ellos, de
su complemento educativo, de su objeto-sujeto del quehacer educativos que son
los alumnos -un maestro no tiene razón de enseñar si no hay alumnos-, de esa
preciada parte que da sentido a la labor que se realiza en la escuela. Y los
alumnos se separaron entre sí, dejaron de convivir y se refugiaron en sus
casas, sin las condiciones adecuadas para el estudio.
La
epidemia, impuso el reto de enseñar con apoyo de una computadora, sin
preparación previa de muchos de los docentes, a planear la educación, organizar
y dar clases en una modalidad que muy pocos conocían: la educación a distancia.
Lo mismo sucedió para afrontar compromisos de capacitación docente o evaluación
educativa. Con la agravante, de que un importante número de estudiantes y
docentes no contaban con los recursos ni las condiciones de trabajo en casa, ni
con computadora ni internet.
Michael
Reid quien escribe para The Economist al fenómeno del cierre de escuelas por
efectos de la pandemia lo ha denominado “La tragedia Silenciosa”, por todos los
efectos que está produciendo y que solo veremos con el tiempo, con estudio y
evaluación. La tragedia sigue, no se ve cuando se pueda regresar, la Ciudad de
México es hoy el laboratorio experimental de un posible regreso presencial,
pero el repunte de la pandemia ha obligado a detener la apertura.
La tragedia silenciosa está caracterizada por la escuela cerrada, los aprendizajes a distancia, la probable baja calidad de los aprendizajes y fenómenos como la reprobación y el abandono escolar incrementando y la eficiencia terminal a la baja. No por nada el día de ayer la Universidad de Guadalajara advertía que en educación media superior 7 de cada 100 estudiantes abandonaron los estudios. El dato puede ser mucho más grave.
Los
fenómenos de abandono y logro de los aprendizajes obligarán a que los gobiernos
hagan esfuerzos denodados para identificar su estado real y generar las
condiciones para la reinserción de alumnos y nivelar hasta dónde sea posible
los aprendizajes, revertir la tragedia. En educación, en estos momentos, no
creo que haya más altas prioridades que esas.
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