Salvador
Manzano
Ricardo
Sigala Gómez, el profesor, es como un texto bien escrito en cualquier género
literario. Un impecable personaje de boina, termo y mochila (con libros,
apuesto); que lee más que respirar, que escribe más que comer, fluye entre
líneas de un párrafo a otro, consumiendo páginas, de un capítulo hasta el
último, de un libro a otro y solo puede ser interrumpido por un trago a su buen
vino.
Ente
de librerías y bibliotecas, de los pasillos del oloroso y buen café, entre la
espera de volúmenes pedidos en línea, en el cuestionamiento sobre un libro o
autor determinado y el severo escrutinio de la calidad del mismo, jamás el
crítico mordaz y canino, no el irreverente y mezquino; sí el definitivo y
certero.
Es
como un texto escrito a la perfección porque no tiene o no sabe ser de otro
modo, trae abstracciones y nos obliga a emplearnos a fondo para comprenderlas
con el sabor que propone. Trae la enfermedad incurable de no mostrar errores y
de corregir hasta lo que está impecable.
En
los registros dice que es tapatío, que come virote y que baila el jarabe; pero
más parece del sur de Jalisco, de Zapotlán el Grande, de raíces bien agarradas
a tierra mazorquera, están sus huellas en el barro de la laguna y es tan típico
de este lugar como la mejor palanqueta de nuez.
Es
un monstruo que se alimenta de letras, pero no de pasta, sino de letras de los
libros, de revistas literarias, de uno que otro periódico, porque si hablamos
de sopas la única que consume es la maruchán, calma su sed con tinto y café,
cuando él quiere, donde él quiere, a la hora que él quiere; todo ese es su modo
de ser.
El
hombre lucha incansable por tener un bajo perfil y nunca lo logra, siempre
sobresale y brilla, como la luz del filo de la espada de Gabriel, su elemento en
su incansable búsqueda del paraíso.
Pasé
por su taller, su proeza de aguantarme es algo extraordinariamente loable, 9
años dijo él y yo digo que 10 porque el último en pedacitos también cuenta.
Cuando formé parte de esa historia aprendí bastante, mucho mejor que en
cualquier lado, y él también aprendería de mí, se hizo méndigo, bromista y
alburero.
Divago
un poco en sus inicios, como maestro de Taller, esta línea de tiempo ya de un
cuarto de siglo más uno, la llegada de Ricardo, primer día, el sentimiento
genuino de inseguridad, arquea la ceja y mira a todos lados… ¿Quién vendrá? ¿Cómo
será esta gente? ¿Qué pensarán de un taller literario? ¿Cómo empezaré? ¿Cuánto
duraré?
Las
incógnitas iban y venían y se fueron resolviendo día a día, fue forjando nuevos
escritores, nuevas generaciones, si no escritores, buenos lectores, amantes del
arte, críticos, uno que otro desbalagado, pero todos amigos.
El
Taller de Literatura prospera y sobrevive, a los temblores, a los cambios
políticos, del ir y venir de las autoridades de cultura, de las circunstancias
y adversidades que han ido apareciendo con el paso del tiempo. El profesor
sigue, no se inmuta, él y su literatura continúan con un show interminable,
siempre renovándose e inmune al tedio o al hastío.
Me
imaginaré al maestro cuando llega al recinto cultural, saluda a los empleados,
su parco y característico saludo a medio sonreír, se registra y se dirige al
aula, su laboratorio de letras, deja sus cosas en la silla de al lado, toma asiento
y un sorbo de café, a la espera de sus discípulos, los que lleguen, rara vez
sabe cuántos son, cuantos se irán, probablemente algún día no cabrán en el
aula, el sin embargo, continúa indetenible con su literatura. Previo saludo
empieza a alimentarlos con su magia.
El
profesor Sigala, nunca exige, el solo hace ir y venir el conocimiento, lo
arroja como aves a revolotear por el aula; vuela la narrativa, la poesía, cada
uno de los géneros literarios, las historias y caen las plumas del conocimiento
sobre nosotros, cada quien sabe cómo hacer su penacho.
Con
el paso del tiempo las caras van y vienen, las caras cambian, ninguna igual, algunas
persisten, otras desisten, el profesor no se inmuta, intachable sigue con inusitada
constancia con su catedra amada.
Es
difícil saber su desaprobación más allá de un arqueo que cejas; aunque si este mismo
va acompañado de una tenue sonrisa… es ya un magnífico buen augurio.
Descubrí
en su sonrisa el orgullo manifiesto por ver los libros escritos o los premios
logrados por sus discípulos. El maestro calladamente espera este momento, con
ansía, a veces desespera, pero no lo dice y después que fructifica su gestión,
renace en el la alegría, más que del maestro, la del formador de escritores.
El
maestro como escritor pregona con el ejemplo, de él surgieron varios libros Periplos, Paraíplos, Domar quimeras,
Extraño oficio y Letra sur publicados en varios idiomas; además infinidad de
aportaciones en diferentes medios. Y por si fuera poco su complicidad en todo
lo que escribimos quienes aprendimos de él.
También
ganaría premios como la Rosa de Oro de los Juegos Florales de Zapotlán el
Grande 2012 con su poema “Tríptico del cuerpo”, y un sinnúmero de
reconocimientos por su trabajo.
El
maestro locutor, su voz cultural se convierte en frecuencias que viajan hasta
nuestros hogares en el programa de radio Cumbres de Babel de la Universidad de
Guadalajara, agregando un granito más de arena a su gran aporte a Zapotlán el
Grande y el estado de Jalisco.
El
legado cultural del profesor Ricardo Sigala al pueblo de Zapotlán el Grande, es
colosal, es increíble y lo más grande de todo es que…continúa.
Mi
respeto, mi gran admiración.
TAMBIÉN PUEDES LEER:
Taller literario, Ricardo Sigala
No hay comentarios.:
Publicar un comentario