Pedro
Vargas Avalos
Desde
que México logró su independencia de España, las pugnas políticas ocuparon
protagónico papel en la vida de la nación. En la cruenta guerra de
independencia (1810-1821), los bandos se habían dividido con suma claridad: por
un lado, los realistas, y en la otra parte, luchando contra ellos, los
insurgentes.
Al
lograse la independencia nacional, en 1821, los partidarios de la monarquía
pugnaron por imponer un sistema imperial, surgiendo en 1822 el primer imperio
mexicano, con Agustín de Iturbide como soberano. Ese gobierno fue efímero,
terminando al año siguiente con la abdicación del ambicioso Iturbide.
Los
realistas-monarquista, ahora ya denominados conservadores, se transformaron en
centralistas, y sus adversarios políticos en liberales. En ambos bandos se abrazó la idea de
pronunciarse republicanos, pero adoptando los conservadores la forma
centralista, en tanto que los liberales fueron federalistas.
Finalmente,
se impusieron los federalistas y en 1824 se inició la vida de ese sistema,
teniendo como primer presidente al antiguo insurgente Gral. Guadalupe Victoria,
y como último presidente del Congreso Constituyente, al respetado maestro
jalisciense de los federalistas de ese tiempo, Doctor José de Jesús Huerta
Leal, oriundo de Santa Ana Acatlán, hoy de Juárez.
Esa
etapa liberal fue breve, los conservadores volvieron a la carga y con su
caudillo Antonio López de Santa Anna, derrumbaron la república federal y con
sus intrigas establecieron el centralismo, sistema que en 1836 produjo la
constitución centralista llamada de las Siete Leyes. Es de mencionar que en
1833 se había registrado el primer experimento de Reforma política, con el Dr. Valentín
Gómez Farías como encargado de la presidencia del país, ensayo que bloquearon
los conservadores, y por tanto quedó como precedente de la reforma juarista.
En
la década de 1840-50, los liberales (donde destacó Mariano Otero) que
sostuvieron los estandartes federalistas, no pudieron evitar las desgracias
nacionales, como la pérdida de territorio y el arribo de la dictadura
santanista, que, con el aplauso de los conservadores, en el clímax del
paroxismo de su caudillo, aceptaron llamarlo Alteza Serenísima.
La
revolución de Ayutla (1854) vino a salvar nuestra república, teniendo como su
líder a Juan Álvarez y como su primer mártir a Don Gordiano Guzmán, el de
Tamazula. Sin embargo, los testarudos reaccionarios (conservadores)
emponzoñaron el pensamiento y desataron la Guerra de Tres años (1857-1860), en
la cual de nueva cuenta fueron derrotados, ahora por el abanderado de la
Reforma, D. Benito Juárez.
Moral
y militarmente vencidos, los conservadores buscaron apoyos en el extranjero y
de esa manera volvieron a poner, como en la injusta guerra contra Estados
Unidos, en predicamento a la nación mexicana, pues trajeron a un príncipe
extranjero para dizque gobernar un quimérico imperio. Esta caricatura de
monarquía se derrumbó en 1866-67, siendo fusilado Maximiliano y sus corifeos
Miramón y Mejía en el Cerro de las Campanas.
Tal
parecía que los conservadores ahora se encubrirían de plano. Acogotados verían
las luchas entre liberales, hasta que se impuso el oaxaqueño Porfirio Díaz en
1876. El vencedor de Tecoac, se convirtió en árbitro nacional y con mano férrea
dirigió a la república. Sus lineamientos fundamentales fueron tres: 1) Ese
pollo quiere “máiz” (sic), es decir, a todo ciudadano que proteste y destaque,
hay que cooptarlo, otorgándole premios y prebendas.2) Poca política y mucha administración,
o sea, que la actividad política quedó reducida al accionar del presidente y
sus portavoces, debiéndose dedicar toda la burocracia a sus tareas
administrativas. 3) Mátenlos en caliente, extremo procedimiento para aplicar a
quienes no se sujetasen a los dos anteriores principios.
Agazapados,
adheridos y camuflajeados en el porfirismo, los conservadores pervivieron hasta
la revolución de 1910. Sus zarpazos fulguraban de vez en vez: se levantaron
contra Madero y lo asesinaron. Tras el constitucionalismo vencedor, procuraron
enquistarse con algunos generales o ciertos intelectuales, pero no pudieron
evitar la entrada en vigor de la Constitución de 1917, redactado su proyecto
por el liberal jalisciense Luis Manuel Rojas, presidente además de la Asamblea
de Querétaro. ¡Cuánto le debemos a este enorme mexicano, y ni en México ni en
su tierra le hemos hecho justicia!
Los
conservadores volvieron a la carga en la década de los veintes, estremeciendo a
todo México con la rebelión cristera. Apagado ese incendio, se unificó a la
supuesta familia “revolucionaria”, la cual se aglutinó en el PNR (Partido
Nacional Revolucionario) en marzo Jefe4 de 1929. Quien lo impulsó, el Gral.
Plutarco Elías Calles, se proclamó “Jefe Máximo” hasta que fue expulsado por
Lázaro Cárdenas, quien trocó el partido callista en el PRM o Partido de la
Revolución Mexicana en 1938. Al año siguiente en septiembre se fundó el PAN,
por Manuel Gómez Morín y el jalisciense Efraín González Luna, entre otros, y
desde ese momento fue enconado el forcejeo ideológico político entre ambos
institutos. El PRM se “modernizó” en 1946, con Ávila Camacho, y se transformó
en PRI (Partido Revolucionario Institucional): los encontronazos entre ambos
partidos crecían a cada momento, si bien su común denominador fue siempre
civilizado, a diferencias de otros grupos de derecha, que propiciaron la
violencia.
Entre
esas agrupaciones de ultraderecha, se encontraron los sinarquistas, los
pedemistas, el Yunque, el MURO y contemporáneamente, el FRENAAA, etc. Sin embargo,
de una manera u otra, todos concuerdan en el panismo.
Los
enfrentamientos entre priistas y blanquiazules, fueron colosales. No había
semana en que no se lanzaran puyas y embestidas. Sus posiciones parecían
irreconciliables.
Sin
embargo, tras el gobierno de López Portillo se observó un giro gubernamental,
que vale decir priista: De La Madrid, el presidente de una falsa “renovación
moral” dio un golpe de timón y encausó a la república rumbo a la derecha, pues
privatizó muchas empresas estatales, y lo peor, entregó el timón al peor
exponente del neoliberalismo: Carlos Salinas de Gortari. Este dio una vuelta al
reloj de la historia, devolviendo derechos políticos y civiles a la iglesia y
clero, acelerando la privatización de organismos del Estado y casi acabando con
la propiedad social. El colmo fueron los asesinatos políticos.
Con
Zedillo y su “Sana Distancia” del priismo, la crecida derecha se preparó para
el asalto al poder, lo cual realizó el año 2000, al asumir el poder ejecutivo
federal un locuaz cuanto frívolo sujeto: Vicente Fox. Este le falló a los mexicanos que esperaban
mucho de la transición democrática. La administración replicó el sistema
priista, endeudó al país no obstante el boom petrolero que hubo entonces y a la
democracia la apuñaló al auspiciar el desafuero del jefe de gobierno del DF y
conspirar contra la democracia electoral, entregando el poder a Felipe
Calderón, quien aceptó haber ganado “haiga sido como haiga sido”.
El
PRIAN, o sea, la unión del PRI con el PAN, algo que parecía contranatural unos
años antes, ahora se volvía[LPVA1]
un hecho. Y el colmo llegó con Enrique Peña Nieto, el tricolor que hundió al
país en la corrupción y la impunidad, a tal grado que daba la impresión podría
haber un desquiciamiento social.
Los
comicios de 2018 demostraron que cuando el pueblo se decide, él manda. Y
cansado de tanto gatopardismo de panistas y priistas, dio la oportunidad a una
tercera vía: la de una izquierda nacionalista con cimiento popular. De acuerdo
a ese mandato, se implementó una serie de cambios que se dio en denominar la
cuarta transformación, o Cuatro T.
Ante
este panorama, en el afán de bloquear el sendero del lopezobradorismo, que en
esencia es la Cuatro T, sus adversarios acordaron lo que si bien en los hechos
se había registrado, formalmente se estaba muy lejos de documentar: y se firmó
una especie de alianza para luchar contra el partido en el poder y, en las
vecinas elecciones de junio, quitarle la mayoría de la Cámara de Diputados
Federal, con lo cual creen maniatarían al presidente y el avance de la Cuatro
T. por si fuera poco esa unión
pragmática, se les agregó lo que resta de un partido que erró su senda y ahora
es una especie de cascajo, el PRD. Y con ellos, grupos empresariales de la
derecha furibunda.
Afirma
el investigador Hervey Rivera, de la universidad de Puebla, que esa alianza
electoral, es sin ideología y solo busca objetivos pragmáticos, iniciando con
ganar los comicios de junio. El historiador Enrique Semo, agrega que, de darse
ese hecho, estaríamos ante la antesala de una especie de golpe de estado
blando.
Como quiera que sea, lo cierto es que el pacto entre PAN y PRI, confirma que los tiempos cambian y que ahora el prianismo existe y amaga con volver por sus fueros, que no son otros que gobernar al estilo de Calderón y Peña Nieto. La ciudadanía tiene la última palabra: ojalá acredite que como se dice, son un pueblo sabio y así lo demuestre el 6 de junio.
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