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martes, 6 de abril de 2021

Aniquilación de libros

 


La vida continúa

 

 

José Luis Vivar

 

 

Hace más o menos o mes el escritor Naief Yehya publicó en su cuenta de Twitter que, la casa editorial a la pertenecía le había avisado que, en breve, los ejemplares restantes de la reedición de su libro Camino a casa/La Verdad de la vida en Marte, iban a ser triturados. La noticia tuvo una respuesta inmediata: muchos tuiteros manifestaron su indignación por lo terrible del asunto, y al mismo tiempo se solidarizaban con el mencionado autor.



            Aunque no se puede negar que cada editorial tiene sus propias reglas, y que los escritores al momento de firmar un contrato están conscientes de estar sujetos a las mismas. Debido a eso disponen de la obra para su comercialización según convenga a sus intereses comerciales. Porque sin importar el género que se trate, el libro, a pesar de ser una obra artística e intelectual, es un producto que se oferta por un tiempo determinado.


            De acuerdo a su presupuesto, las editoriales promueven sus títulos en diversas publicaciones, a la vez que respaldan las presentaciones con los autores en distintos escenarios que en ocasiones incluyen ferias de libros. Todo con la intención de que el libro en cuestión llegue al mayor número de lectores y/o a instituciones educativas y bibliotecas. Claro que en esta promoción quien lleva ventajas son los grandes consorcios librescos que pueden ir más allá de las fronteras, exportando sus productos.





            Pero pasado el plazo de promoción, es muy probable que dicho título quede estancado en las bodegas y se le condene al olvido por un buen rato. Otras editoriales rematan los rematan a pequeñas librerías del interior del país. Y en el peor de los casos notifican que si no los adquiere, terminan triturándolos, como es el caso de Naief Yehya, quien por cierto no es el único que ha vivido esta devastadora situación.


            Hace unos años, una poeta amiga mía, se vio obligada a comprar 500 y tantos ejemplares de su libro porque le iban a hacer lo mismo. Se trataba de una editorial pequeña pero que tenía esa misma política. La angustia por conseguir el dinero le tomó más tiempo del plazo que le habían puesto. Viendo que tardaba, uno de los representantes le volvió hacer una última oferta: adquirirlos todos con un descuento del cincuenta por ciento. Ella aceptó al instante, porque era más o menos la cantidad que había conseguido. Así que, al día siguiente, en una camioneta prestada fue a recogerlos para acomodarlos en su casa. Venderlo es otra historia; triste, porque el valor unitario de cada poemario no llegaba a los quince pesos. Y, aun así, no vendió todos.


            Un libro no es solo un proyecto que se materializa, representa un esfuerzo intelectual; en algunas ocasiones su autor invirtió dinero en viajes e investigaciones; aparte le robó tiempo a la convivencia familiar y círculo de amistades. Y si no es escritor de tiempo completo, una o varias veces debió quedar mal en su trabajo.


            La aniquilación de libros es un acto espeluznante que parece arrancado de las páginas de la novela Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, donde está prohibido leer, y los bomberos se encargan de quemar todos los libros. Solo que en la realidad quienes los destruyen son los mismos que los fabrican. Increíble que suceda, cuando leer en estos tiempos de Pandemia es una bocanada de aire limpio para el espíritu humano.


            Los libros merecen otro destino. No debieran destruirse. 

           




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