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martes, 16 de marzo de 2021

Los excesos de la desinformación


 

La vida continúa

 


 

José Luis Vivar

 

 

La novela Frankenstein o el Moderno Prometo, de Mary Shelley es uno de los mejores ejemplos para entender los beneficios y perjuicios de la ciencia. En síntesis, la mencionada obra cuenta cómo deslumbrado por los alcances de la electricidad, el joven doctor Víctor Frankenstein se obsesiona por lograr que un cuerpo humano vuelva a la vida. Para esto reúne órganos y extremidades de diferentes cadáveres, mismos que se dedica a armar con esmero, y tras muchos esfuerzos -ensayo y error-, consigue por fin que un rayo estimule aquella materia inerte, y la devuelva a la vida, aunque las consecuencias no son las que su creador esperaba, y las tragedias provocados por esa criatura se multiplican de forma constante.




            Entre líneas, Shelley establece que entre los alcances y los excesos de la ciencia -en este caso representados por la electricidad-, deben existir límites. Esos mismos límites que con el paso del tiempo en diferentes ocasiones han sido ignorados, provocando catástrofes. De cualquier forma, la ciencia acompaña a la humanidad para lograr el progreso. 


            Entre esos progresos se encuentra el de la comunicación virtual. Esa misma que se maneja a través de una computadora o algo más común, en un teléfono celular. Millones de mensajes son enviados todos los días, con el propósito de mantener comunicación y entretener a los usuarios.





            Resulta increíble que en menos de veinte años nos hemos acostumbrado a saludar, a enviar y recibir todo tipo de información, y de acuerdo a la temática del día lo más novedoso, verdadero o falso. Para mucha gente lo importante es dar un punto de vista, confirmar o negar lo que se ha enviado. Y esto sucede en todo el mundo, o por lo menos en los países que brindan la libertad a sus ciudadanos.


            Es decir, la ciencia aplicada a la comunicación ha permitido que los mensajes sean enviados al momento. Nadie tiene que esperar varios días para informar de un suceso, o esperar una respuesta. Y si además se desea es posible acompañarla de audios y videos para hacerla más completa.


            Por desgracia, algunos ven una oportunidad para desinformar, para asustar, o simplemente para engañar. Además de las extorsiones telefónicas que continúan a la orden del día, los falsos perfiles en las redes sociales afectan la vida de infinidad de personas que caen en esas trampas virtuales, sumando cifras de casos que diariamente recibe la policía cibernética, que es quien se encarga de atender.





            Lo peor de todo en estos momentos son los mensajes de WhatsApp que juegan con la necesidad imperante de las vacunas para los habitantes mayores de sesenta años de esta ciudad. La desinformación se presenta con elaborados mensajes apócrifos de instituciones, seguida de audios donde voces anónimas aseguran ser trabajadores de la Salud, o ser familiar de alguien que le avisó en forma confidencial de que un cargamento de vacunas está por llegar.


            La confusión aumenta y muchas veces los afectados ponen en tela de juicio la información verídica, como ya ha ocurrido con otras problemáticas. El monstruo de Frankenstein en el fondo es bueno, las circunstancias que vive lo vuelven violento y ataca a todos por igual. La aplicación de WhatsApp -creado en el 2009- de Jan Koum, con una idea de Brian Acton, jamás imaginaron los alcances que habría de tener su proyecto en tan solo doce años.


            La ciencia trae beneficios y también quebrantos. Quizás la mayoría de estos personajes que se dedican a inventar mentiras se olvidan que detrás de la pantalla de un teléfono celular hay una persona que tiene un vida y es sensible en mayor o menor escala al daño que provocan todo ese tipo de mensajes, los cuales por lo visto no tienen límites.

             

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