La
vida continúa
José
Luis Vivar
La
novela Frankenstein o el Moderno Prometo, de Mary Shelley es uno de los mejores
ejemplos para entender los beneficios y perjuicios de la ciencia. En síntesis,
la mencionada obra cuenta cómo deslumbrado por los alcances de la electricidad,
el joven doctor Víctor Frankenstein se obsesiona por lograr que un cuerpo
humano vuelva a la vida. Para esto reúne órganos y extremidades de diferentes
cadáveres, mismos que se dedica a armar con esmero, y tras muchos esfuerzos
-ensayo y error-, consigue por fin que un rayo estimule aquella materia inerte,
y la devuelva a la vida, aunque las consecuencias no son las que su creador
esperaba, y las tragedias provocados por esa criatura se multiplican de forma
constante.
Entre líneas, Shelley establece que entre
los alcances y los excesos de la ciencia -en este caso representados por la
electricidad-, deben existir límites. Esos mismos límites que con el paso del
tiempo en diferentes ocasiones han sido ignorados, provocando catástrofes. De
cualquier forma, la ciencia acompaña a la humanidad para lograr el
progreso.
Entre esos progresos se encuentra el
de la comunicación virtual. Esa misma que se maneja a través de una computadora
o algo más común, en un teléfono celular. Millones de mensajes son enviados
todos los días, con el propósito de mantener comunicación y entretener a los
usuarios.
Resulta increíble que en menos de
veinte años nos hemos acostumbrado a saludar, a enviar y recibir todo tipo de
información, y de acuerdo a la temática del día lo más novedoso, verdadero o
falso. Para mucha gente lo importante es dar un punto de vista, confirmar o
negar lo que se ha enviado. Y esto sucede en todo el mundo, o por lo menos en
los países que brindan la libertad a sus ciudadanos.
Es decir, la ciencia aplicada a la
comunicación ha permitido que los mensajes sean enviados al momento. Nadie
tiene que esperar varios días para informar de un suceso, o esperar una
respuesta. Y si además se desea es posible acompañarla de audios y videos para
hacerla más completa.
Por desgracia, algunos ven una
oportunidad para desinformar, para asustar, o simplemente para engañar. Además
de las extorsiones telefónicas que continúan a la orden del día, los falsos
perfiles en las redes sociales afectan la vida de infinidad de personas que
caen en esas trampas virtuales, sumando cifras de casos que diariamente recibe
la policía cibernética, que es quien se encarga de atender.
Lo peor de todo en estos momentos
son los mensajes de WhatsApp que juegan con la necesidad imperante de las
vacunas para los habitantes mayores de sesenta años de esta ciudad. La
desinformación se presenta con elaborados mensajes apócrifos de instituciones, seguida
de audios donde voces anónimas aseguran ser trabajadores de la Salud, o ser
familiar de alguien que le avisó en forma confidencial de que un cargamento de
vacunas está por llegar.
La confusión aumenta y muchas veces
los afectados ponen en tela de juicio la información verídica, como ya ha
ocurrido con otras problemáticas. El monstruo de Frankenstein en el fondo es
bueno, las circunstancias que vive lo vuelven violento y ataca a todos por
igual. La aplicación de WhatsApp -creado en el 2009- de Jan Koum, con una idea
de Brian Acton, jamás imaginaron los alcances que habría de tener su proyecto
en tan solo doce años.
La ciencia trae beneficios y también
quebrantos. Quizás la mayoría de estos personajes que se dedican a inventar
mentiras se olvidan que detrás de la pantalla de un teléfono celular hay una
persona que tiene un vida y es sensible en mayor o menor escala al daño que
provocan todo ese tipo de mensajes, los cuales por lo visto no tienen límites.
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