José Luis Vivar
¿A quién no le gusta la alta
velocidad? ¡A muchos! Por eso las
carreras de autos y las películas de acción, tipo Rápido y Furioso gustan tanto
al público. El problema es cuando más de uno toma en serio esa fantasía para llevarla
a la realidad como el nuevo Checo Pérez, y maneja más allá de lo permitido, sin
importar el tipo de vehículo que conduzca.
Correr
es un síntoma de estos tiempos. Muchos conductores desearían que no existieran
semáforos, ni el acuerdo vial entre damas y caballeros de uno y uno. Tampoco
quisieran que los peatones, ciclistas o los que andan en las motos les
obligaran a detenerse. Todos hemos visto o conocemos a más de uno, cómo les
enfurece que esto suceda.
Demasiada
gente lleva prisa. Cada quien con sus razones. Aunque no siempre es porque se
le haya hecho tarde para un compromiso, o porque recibió una llamada de
emergencia. No, simplemente es un hábito adquirido, una costumbre que sin saber
se va extendiendo. Y si no cree, vea la cantidad de percances automovilísticos que
en los últimos meses han ocurrido en nuestra ciudad, algunos con saldo rojo. Aunque
los peores son aquellos donde el alcohol está ligado al volante y al
acelerador.
Originalmente
la planificación de nuestras calles y avenidas no fueron diseñadas para el
futuro. Basta ver lo angosto que son muchas arterias, especialmente del primer
cuadro y sus alrededores. Y como nunca se reestructuraron, nunca hubo un nuevo
diseño, hace ya rato que se están pagando las consecuencias.
Basta
ver lo complicado de transitar por determinadas zonas, sin importar la hora, como
por ejemplo donde se ubican el Templo del Santuario de Guadalupe y el Mercado
Constitución, conocido como el Mercadito. Entre tantos automovilistas resulta
un verdadero peligro para los transeúntes.
Porque
finalmente, con muy contadas excepciones, en la mayoría de las poblaciones de
México, las vías de comunicación están pensadas para el tránsito de los
vehículos, jamás para las personas. Desde la semaforización que establece la
vuelta continua -un hecho sin precedentes-, pasando por la construcción de
banquetas estrechas, hasta la limitación de zonas peatonales. En otras
palabras, en el inconsciente colectivo de nuestro país, los vehículos tienen la
preferencia.
No
es un juego, pero para muchos conductores después de las veintidós horas la
noche invita a pasear por las calles. Hay menos circulación de máquinas
rodantes, es muy escasa o nula la presencia de personas, y los agentes de
tránsito brillan por su ausencia. Es el momento esperado para correr, para sentirse
libre, porque la velocidad brinda esa sensación.
El
único problema es que nadie es corredor de autos, y la cinta asfáltica no es
una autopista, es solo otra calle de nuestra ciudad. Por si esto no fuera
suficiente la pericia detrás del volante con la aguja del velocímetro hasta
arriba no es tan fácil como se supone. Por eso los accidentes, por eso los
daños en propiedad ajena, por eso los muertos.
Ciudad
Guzmán es vulnerable a los accidentes de tráfico. Cada vez se ven más casos de Bólidos
que se incrustan en las fachadas de las viviendas. El centro histórico no ha
sido la excepción. Colocar más topes, aumentar el número de semáforos, elevar
las multas podrían ayudar, pero no serían la solución.
Hace
falta mayor voluntad política, mayor conciencia ciudadana, y desde luego,
entender que nadie anda arriba de un vehículo las veinticuatro horas del día.
En determinados momentos debe bajarse para ser un peatón como cualquier otro, y
vivir en carne propia lo que padecen aquellos que no tiene un automóvil. Sí,
hace falta empatía.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario