martes, 2 de marzo de 2021

La vida continúa


 


 Ciudad vulnerable

 

José Luis Vivar

 

¿A quién no le gusta la alta velocidad? ¡A muchos!  Por eso las carreras de autos y las películas de acción, tipo Rápido y Furioso gustan tanto al público. El problema es cuando más de uno toma en serio esa fantasía para llevarla a la realidad como el nuevo Checo Pérez, y maneja más allá de lo permitido, sin importar el tipo de vehículo que conduzca.



            Correr es un síntoma de estos tiempos. Muchos conductores desearían que no existieran semáforos, ni el acuerdo vial entre damas y caballeros de uno y uno. Tampoco quisieran que los peatones, ciclistas o los que andan en las motos les obligaran a detenerse. Todos hemos visto o conocemos a más de uno, cómo les enfurece que esto suceda.


Demasiada gente lleva prisa. Cada quien con sus razones. Aunque no siempre es porque se le haya hecho tarde para un compromiso, o porque recibió una llamada de emergencia. No, simplemente es un hábito adquirido, una costumbre que sin saber se va extendiendo. Y si no cree, vea la cantidad de percances automovilísticos que en los últimos meses han ocurrido en nuestra ciudad, algunos con saldo rojo. Aunque los peores son aquellos donde el alcohol está ligado al volante y al acelerador.





Originalmente la planificación de nuestras calles y avenidas no fueron diseñadas para el futuro. Basta ver lo angosto que son muchas arterias, especialmente del primer cuadro y sus alrededores. Y como nunca se reestructuraron, nunca hubo un nuevo diseño, hace ya rato que se están pagando las consecuencias.


Basta ver lo complicado de transitar por determinadas zonas, sin importar la hora, como por ejemplo donde se ubican el Templo del Santuario de Guadalupe y el Mercado Constitución, conocido como el Mercadito. Entre tantos automovilistas resulta un verdadero peligro para los transeúntes.


Porque finalmente, con muy contadas excepciones, en la mayoría de las poblaciones de México, las vías de comunicación están pensadas para el tránsito de los vehículos, jamás para las personas. Desde la semaforización que establece la vuelta continua -un hecho sin precedentes-, pasando por la construcción de banquetas estrechas, hasta la limitación de zonas peatonales. En otras palabras, en el inconsciente colectivo de nuestro país, los vehículos tienen la preferencia.





No es un juego, pero para muchos conductores después de las veintidós horas la noche invita a pasear por las calles. Hay menos circulación de máquinas rodantes, es muy escasa o nula la presencia de personas, y los agentes de tránsito brillan por su ausencia. Es el momento esperado para correr, para sentirse libre, porque la velocidad brinda esa sensación.


El único problema es que nadie es corredor de autos, y la cinta asfáltica no es una autopista, es solo otra calle de nuestra ciudad. Por si esto no fuera suficiente la pericia detrás del volante con la aguja del velocímetro hasta arriba no es tan fácil como se supone. Por eso los accidentes, por eso los daños en propiedad ajena, por eso los muertos.


Ciudad Guzmán es vulnerable a los accidentes de tráfico. Cada vez se ven más casos de Bólidos que se incrustan en las fachadas de las viviendas. El centro histórico no ha sido la excepción. Colocar más topes, aumentar el número de semáforos, elevar las multas podrían ayudar, pero no serían la solución.


Hace falta mayor voluntad política, mayor conciencia ciudadana, y desde luego, entender que nadie anda arriba de un vehículo las veinticuatro horas del día. En determinados momentos debe bajarse para ser un peatón como cualquier otro, y vivir en carne propia lo que padecen aquellos que no tiene un automóvil. Sí, hace falta empatía.


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