Rafael
Martínez Rodríguez
El
combate a la corrupción es el estandarte que tomo el presidente de la república
para marcar su política de gobierno, donde se ha encargado de poner en el
banquillo de los acusados a los diferentes actores políticos que se han visto
manchados por actos de corrupción, lo que resalta en el tema es que solo ha
señalado a los opositores a su gobierno.
Sin duda alguna los mexicanos estamos
a favor en el combate a la corrupción, estamos a favor de la transparencia de
los recursos y de la rendición de cuentas del erario público, y la política del
presidente se ha centrado en señalar a diario los actos corruptos de las
administraciones pasadas, tratando de castigar y a la vez de realizar un circo
político de esas acciones.
Presentar ante el público la decisión de
enjuiciar a los ex presidentes por actos de corrupción y ponerlos como viles
delincuentes, coloca al presidente como un caballero de la justicia, atrae más
seguidores de sus políticas públicas, genera un rechazo mayor a los actos
corruptos y sus actores, además de señalar un sin número de responsabilidades
de ex funcionarios que colaboraban en las administraciones pasadas.
Todo lo anterior de forma
repetitiva se escucha en los medios de comunicación, donde se está
generalizando el rechazo a la corrupción y sus practicantes, y esto se ha hecho
muy peligroso para el presidente, porque comenzaron a conocerse todas las
atrocidades corruptas realizadas por sus hermanos, sus hijos, primos hermanos y
demás familiares que se han beneficiado con el nepotismo y la corrupción, donde
la espada de la justicia resulto ser de doble filo y ahora está alcanzando a
dañar la imagen del Presidente, que día con día se ve más cansado en tratar de
desviar la atención de los actos corpudos de su administración.
El mal cálculo de las políticas impuestas por
la actual administración ha hecho que para tapar sus propias corrupciones, se
vean obligados a dejar en el olvido el estandarte que tanto calvario les ha
costado y por consecuencia se viene la avalancha de desacreditación por parte
del electorado, pues lo vemos en el caso Duarte, en el caso Lozoya, Cienfuegos
etc., donde no solo se solaparon entre sí, si no que han desviado la atención
para que no estén en los reflectores, por ello deducimos que la corrupción se acabó,
se acabó, pero de perseguir, se acabó de señalar, y por el contrario, comenzó a
consentirse. Ser portavoz del combate a la corrupción y ser corrupto es lo más
vil e inmoral del político, pues lo convierte en un ser despreciable del que su
compañía no es grata; y termino con la frase de Cicerón, que es muy atinada
“Servirse de un cargo público para
enriquecimiento personal resulta no ya inmoral, sino criminal y
abominable.”
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