Pedro
Vargas Avalos
En
nuestro sistema político, que desde 1824 decidió ser federalista, con las
excepciones de la república centralista, la guerra de Reforma y la de
Intervención Francesa, los gobernadores de los Estados han sido factores
decisivos para la gobernanza y el desarrollo regional. Desde luego que su papel
va íntimamente ligado al presidente del país, pues ya sabemos que nuestro
sistema es eminentemente presidencialista. En consecuencia, dependiendo de los
vínculos que ambos gobernantes sostienen entre sí, es el mayor o menor apoyo
federal y por tanto, el grado de avance de cada Entidad federativa.
Lo anterior se debe al gran poderío que los
poderes federales tienen frente a las fuerzas de los Estados: el presupuesto
del gobierno general es infinitamente mayor que el de cada Entidad federada, y
los gastos de estas se cubren en gran porcentaje por las llamadas
“participaciones”, que en muchos casos alcanzan hasta el 75 por ciento de los
egresos anuales de cada Entidad. Por ello es trascendente que haya buenas
relaciones de los gobernadores con cada uno de los tres poderes
constitucionales de la república, y particularmente con el jefe del poder
ejecutivo de la nación.
El actual primer mandatario de la
nación, suele cada semana, llevar a cabo visitas a las regiones en que más
obras se realizan con recursos federales.
En tales ocasiones, se evidencian las relaciones entre el jefe de la
nación y los gobernadores estatales.
Como ejemplo de lo anterior podemos
citar los casos de Sinaloa y de Chihuahua, para luego compararlos con Jalisco.
Ya sabemos que el mandamás chihuahuense es Javier Corral, político
controvertido que con suma dificultad pudo ser candidato panista y luego,
haciendo la chica, alcanzar la gubernatura. El caso del priísta sinaloense
Quirino Aquino Coppel, fue distinto ya que ha navegado viento en popa. Por su
parte el jalisciense Enrique Alfaro, luego de avasallador triunfo, no las tiene
todas consigo y actualmente encara crudas críticas.
El gobernante del enorme Estado de
Chihuahua, luego de altibajas en su relación con AMLO, llegó a tal situación de
alejamiento con motivo del problema del agua que se debía entregar a Estados
Unidos, que cuando el presidente visitó Ciudad Juárez, ni siquiera fue
invitado. Los problemas de seguridad, corrupción, el atraso en la obra pública
y su poca atención a la problemática popular, lo ha despeñado en las
valoraciones que sus paisanos emiten. A la fecha, su porcentaje de aceptación
ciudadana según la empresa Mitofsky apenas llega al 39%, empero el periódico
Regeneración asegura que la población lo reprueba con elevado 72%.
Muy diferente es la evaluación del
tricolor gobernador de Sinaloa, Quirino Ordaz, quien afirma “Que exige a sus
funcionarios estar en las calles, mientras que él habla directamente con las
gentes” (El Financiero, 10-09-2020). Cuando recibió al primer magistrado
nacional el 5 de diciembre, con motivo de inspeccionar presas,caminos y
hospitales, con gran emoción le manifestó lo satisfactorio de su presencia en
lugares sinaloenses olvidados por otros presidentes. Le reiteró su
agradecimiento por múltiples acciones de gobierno en la Entidad y, con ahínco
le pidió siguiera ayudándolos, asegurándole que en esas tierras se le tenía
sumo afecto, gran respeto y puntual admiración. Un frente en que se ha
distinguido Sinaloa, es la forma en que enfrenta la pandemia del COVID 19,
siendo catalogado como el mejor calificado entre las 32 Entidades federativas;
en cuanto a la apreciación ciudadana en general, se le aprueba con un alto 67
por ciento.
Finalmente, sopesemos al gobernador
de Jalisco, el bello y dinámico Estado cuna del federalismo mexicano. El ing.
Enrique Alfaro fue un priísta que en su momento renunció a ese partido, y tras
ser diputado. local, llegó a la alcaldía de Tlajomulco de Zúñiga, diciendo que
era ciudadano independiente y que el respaldo de partidos políticos solo era
contingente. Se desempeñó con gran tino y enorme empuje, ganándose el aplauso
popular tanto por su labor progresista, como por no plegarse a los gobernantes
y líderes del estado y la Universidad oficial, incluso de la federación. En su
momento había apoyado a López Obrador en 2006.
Así llegó a la presidencia
municipal de Guadalajara, con el gobernador priísta (Aristótles Sandoval) supo
coexistir, no sin hacerle algunas críticas; dejó atrás sus diferencias con el
“líder Histórico” de la UdeG y cooptó a muchos panistas. Su idea de que para
ser buen político sólo resta “no mentir, no robar y cumplir lo prometido”,
siguió funcionando, lo cual resultó suficiente para lograr un holgado triunfo
electoral y ser gobernador. Pero ya en el poder, algo sucedió y tras faltar a
su frase divisa antedicha, se enfrentó a graves problemas de seguridad,
prestación inadecuada de servicios, ineficaz combate a la corrupción, retraso
en reformar el ramo de justicia y la cuestión penitenciaria, y para colmo
forcejear con el presidente, aliarse a los llamados gobernadores aliancistas y
cobijar una divagante idea de abanderarlos o como le achacan muchos, acariciar ser
adalid para posible candidatura presidencial en el aún lejano 2024. La
evaluación ciudadana según Mitofsky es de 52.3 por ciento, muy alejado de los
gobernadores de Sinaloa y Yucatán.
De gobernador a gobernador, cuál
actitud será más benéfica para la población y las instituciones: ¿la del
sinaloense, la del chihuahueño o la del tapatío? Usted amable lector, tiene la
palabra.
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