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lunes, 7 de diciembre de 2020

El primer tercio de la cuatro T


 

Pedro Vargas Avalos

 

 

El 29 de noviembre, en una zona marginada de Tijuana, el primer mandatario recordó el inminente segundo aniversario de su gobierno: "no ha sido fácil, porque enfrentamos la pandemia, la crisis económica y enfrentamos a los conservadores que querían mantener el mismo régimen de corrupción y de privilegios", advirtiendo a éstos: no van a poder.



Con la salida de Alfonso Romo, del importante cargo de jefe de la Oficina de la Presidencia, el México polarizado que vivimos, quedaron escasos puentes para que las partes que están enfrentadas (partidarios de la 4T y adversarios conservadores) se entiendan entre sí. En muco se debe a que AMLO, al calificar a quienes lo embisten, los descarta porque “no somos iguales” y a cada rato esa “minoría rapaz” arremete irracionalmente contra su gobierno.


No cabe duda de que el primer al terminar el primer tercio del sexenio de la 4T, lastimosamente los mexicanos no hemos podido caminar unidos. Por cualesquiera motivos terminamos raspándonos unos a otros, y fanáticamente le echamos porras a nuestros “gallos” ideológicos, lo cual es algo lamentable.


 Durante las campañas presidenciales, la mayoría estábamos de acuerdo con el diagnóstico: la corrupción había alcanzado niveles insoportables: la desigualdad social y la economía informal eran muestra palpable de que el sistema se había agotado en lo esencial y las muestras de rabia y desesperación de los de abajo barruntaban riesgos reales de inestabilidad. De cara a la indignación y a la tensión creciente, latente desde hacía años, en 2018 se consideró que era “el tiempo de los pobres por el bien de todos”. Esa fue premisa en la que podían coincidir la mayoría de los mexicanos en lo general, por lo que se decidió que “juntos haremos historia”. Y el presidente ha privilegiado la atención a las clases populares, “destacando que los apoyos sociales se han elevado a nivel constitucional para que, sea quien sea el que esté en el gobierno, los programas para adultos mayores, becas y apoyos a niños con discapacidad se preserven”. (La Jornada, 29-XI-20).





Es de considerar que el estilo de López Obrador, provocador y confrontador, alza ampollas y genera polarizaciones sociales. Y como para pelearse cuando menos se necesitan dos, de los sectores medios y altos emergieron los contendientes, no incluyendo entre estos a los periodistas que son necesarios en el engranaje social. Pero de los pudientes y aliados podemos decir que una cosa es aceptar, aparentando gentileza y altruismo, que había de hacerse algo por los pobres, y combatir a la corrupción, y otra cosa muy distinta es sonreír cuando resulta que poner en práctica esas ideas, implicaba perder ciertos privilegios: a los acaudalados les gusta aplicar el viejo dicho de “hágase la justicia...en los bueyes de mi compadre”.


AMLO fue elegido por más de 30 millones de ciudadanos, mismos que exigían un cambio, y justamente lo  ha intentado hacer, desde luego que a su buen saber y entender. Se decidió de prisa y corriendo, levantar el poder adquisitivo de los más desprotegidos, lo que se prueba con dos botones de muestra: a) en programas sociales les hizo transferencias económicas de casi 700 millones de pesos, algo nunca visto en nuestra historia; b) determinó aumentar radicalmente el salario mínimo, llevándolo de 80 pesos a 185.56 pesos diarios en la Zona Libre de la Frontera Norte y 123.22 pesos diarios para el resto del país. Toda una proeza.


            También combate la evasión fiscal de los sectores privilegiados, que se sintieron lastimados por ello, después de tanto apapacho que habían recibido en sexenios anteriores. Otro renglón fue cambiar la legislación sindical para debilitar a los líderes charros que tanto han dañado a la clase obrera, a la cual impúdicamente dicen defender, y que habían llevado a la penuria.





 No se puede negar sus acciones para abatir el gasto suntuario del Gobierno, que siempre había sido una afrenta al pueblo mexicano , funcionando bajo la divisa de “gobierno rico con pueblo pobre”; a la par busca separar el poder económico del político, lo que implica quitar las capas empresariales engordadas por tratos desvergonzados en agravio de la nación, de allí que sea indispensable quitarle a ese poder el control político, “para que el gobierno represente a todos, que no sea una oligarquía al servicio de una minoría rapaz”.


            Otra premisa ha sido combatir la corrupción en la administración pública, lo cual no se ha logrado totalmente porque es un mal crónico no solo del gobierno federal, sino de los estatales y de los municipios, incluyendo instituciones descentralizadas y figuras como los fideicomisos. Preocupado por regiones atrasadas, como la del sureste de donde él proviene, les destinó el flujo de recursos. En fin, multiplicó planes para apoyar a las clases sociales más desprotegidas, lo que le vale acervas críticas de sus impugnadores, que sin embargo no pueden negar que todo se ha hecho sin violencia o represión, y lo más admirable, sin recurrir al endeudamiento externo, el incremento de impuestos o el déficit público, recursos usuales no solo de los gobiernos populistas, sino de los regímenes de la llamada etapa neoliberal.


Como afirma Jorge Zepeda Paterson, “El Gobierno hizo bien en hacer cirugía mayor en materia de fideicomisos o del llamado outsourcing, por ejemplo, porque los abusos y la corrupción resultaban evidentes. Pero también es obvio que se utilizó cuchillo de carnicero donde tenía que haberse empleado un bisturí.” (El Informador, 29-XI-20).  Sin embargo, ya sabemos que cuando se trata el cáncer, se sacrifican células sanas  so pena de que la curación no sea efectiva al eliminar las partes enfermas. Y en nuestro país, la corrupción no cabe duda de que tiene rango de cáncer.


Breve fue el mensaje del uno de diciembre desde Palacio Nacional, apenas 43 minutos. Pero en ellos se mencionaron logros, que aquí hemos anotado y se reconocieron esfuerzos, por ejemplo al personal médico que combate la pandemia o a las fuerzas armadas que con lealtad y entrega trabajan por la nación. Y AMLO admitió limitaciones: “Todavía queda mucho para pacificar el país”, así como desterrar la corrupción y abatir ilícitos graves. “No todo es perfecto”, afirmó, pero “ya logramos sentar las bases para la transformación de México”.


             En el análisis de los dos primeros años de la Cuatro T, afirma el escritor antes citado, que “en lo sustancial concluiríamos que el Gobierno se inclinó en la dirección correcta” aunque claro, hubiera sido preferible que no se hubiesen provocado enfrentamientos y se hayan evitado desplantes. Al respecto, debe atenderse la propuesta de los gobernadores “aliancistas” que han ofrecido mediante el diálogo, sumarse a la tarea de trabajar coordinadamente los poderes y los órdenes de gobierno, con lo cual se ensancha el horizonte de la nación.


En conclusión, me adhiero al juicio del multicitado Zepeda: “Pese a sus rusticidades e improvisaciones me parece que los errores de la 4T son preferibles que los errores de sexenios anteriores, porque al menos está intentando hacer algo sobre la deuda moral que tenemos con los de abajo. Estoy de acuerdo que tampoco puede ignorarse indefinidamente a la otra mitad de México, la más próspera, y que tras el repentino giro en el timón habrá que recomponer, restañar heridas y restablecer el tejido sano que sí ha sido afectado. Dos años polémicos y complicados, con el agravante de una pandemia histórica en el camino. Y, sin embargo, algo por fin se mueve para los que durante tanto tiempo habían sido desdeñados”.




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