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lunes, 16 de noviembre de 2020

In Memoriam Jesús Flores


 



Los conjurados

 


Ricardo Sigala

 

 

El pasado 5 de noviembre recibimos la noticia de la muerte de Jesús Flores. Cierto que lo había visto enfermo en los últimos tiempos, pero la muerte casi siempre es una sorpresa, y más cuando se ensaña en la gente que queremos, admiramos o respetamos.


            Lo conocí en 2014, me buscó porque quería pintar un retrato de Venus, mi hija que entonces tenía diez años. Me confesó que la había visto en el jardín principal o en un café del centro y que algo en ella le impidió dejar de pensar en que necesitaba pintar ese rostro, en que algo le decía esa expresión infantil. El 30 de abril de 2015 me entregó el retrato, para entonces ya habíamos conversado lo suficiente para comenzar a respetarnos mutuamente, en especial en lo referente a nuestro trabajo, yo reconociendo la autenticidad de sus pinturas, él convirtiéndose en un lector atento y receptivo de mis textos.


            Nuestro punto de encuentro no planeado fue siempre la librería Lapso, ahí coincidíamos comprando café o leyendo algún libro, ahí convivimos con la cortesía y la distancia con que se relacionan los tímidos o los que se admiran secretamente. Ahí compartimos lecturas y supimos que teníamos amigos en común, ahí me dijo que quería pintar a Dafne, mi hija mayor, y ahí me pidió que le dedicara mis libros. Siempre lo vi en las presentaciones de mis libros, y siempre tuve la impresión de que sus comentarios sobre mi obra, por cierto, vertidos en privado y con discreción, fueron generosos e inmerecidos.






            Al amparo del azar, fuimos conociéndonos y él me habló de su pasión por la pintura, de su inclinación por la buena literatura, del lujo que representó para él haber sido un joven en los años setenta, de la música de rock, de sus viajes por Europa, y la fascinación que le despertaba que yo tuviera un Fiat 500, la cinquecento, decía él en la lengua de Dante, y me contaba que había tenido uno en alguna de sus estancias en el viejo continente.


            He hablado de la autenticidad de la obra de Jesús Flores, la cual puede encontrarse en diferentes causas, una de ellas tiene que ver con la necesidad. Derivado de una enfermedad respiratoria, el maestro no debía utilizar óleo ni ningún material que contuviera solventes, por lo que lo sustituyó por acuarela tanto para su trabajo en papel como en lienzo; sin embargo, algo que contribuyó en demasía al carácter de su obra emana de su fuerte influencia de la cultura pop, de la que se nutrió en su juventud.


            En abril de 2018, Jesús Flores tuvo una importante exposición en el Centro Cultural “José Clemente Orozco”, la tituló: “Reinas, princesas y personajes”, unos meses más tarde decidió donar al ayuntamiento varios cuadros de dicha exposición. Sin embargo, el maestro no sólo ha legado su obra al ayuntamiento y a otras instituciones, muchos zapotlenses cuentan con obras de Jesús Flores en sus casas, que sin duda ya son un patrimonio de la cultura de nuestra ciudad.


            Estos meses de confinamiento nos alejaron unos de otros, y por desgracia ya no vi a Jesús Flores, y ya no podremos verlo más. Echaremos de menos sus retratos en sus redes sociales, y sus fotografías crepusculares del centro de Zapotlán.


            A pesar de lo que he dicho tengo la sensación de que no conocí al maestro Jesús Flores, o en todo caso que lo conocí muy poco, que hizo falta mucho por saber de él, que pude haber aprovechado mejor el tiempo de nuestros encuentros. Así pasa siempre con los finales. Toda vida es un misterio, como la muerte. Hoy el misterio se ha venido a posar entre nosotros.


Descanse en paz el maestro Jesús Flores.





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