Los
conjurados
Ricardo
Sigala
El
pasado 5 de noviembre recibimos la noticia de la muerte de Jesús Flores. Cierto
que lo había visto enfermo en los últimos tiempos, pero la muerte casi siempre
es una sorpresa, y más cuando se ensaña en la gente que queremos, admiramos o
respetamos.
Lo conocí en 2014, me buscó porque
quería pintar un retrato de Venus, mi hija que entonces tenía diez años. Me
confesó que la había visto en el jardín principal o en un café del centro y que
algo en ella le impidió dejar de pensar en que necesitaba pintar ese rostro, en
que algo le decía esa expresión infantil. El 30 de abril de 2015 me entregó el
retrato, para entonces ya habíamos conversado lo suficiente para comenzar a
respetarnos mutuamente, en especial en lo referente a nuestro trabajo, yo
reconociendo la autenticidad de sus pinturas, él convirtiéndose en un lector
atento y receptivo de mis textos.
Nuestro punto de encuentro no planeado
fue siempre la librería Lapso, ahí coincidíamos comprando café o leyendo algún
libro, ahí convivimos con la cortesía y la distancia con que se relacionan los
tímidos o los que se admiran secretamente. Ahí compartimos lecturas y supimos
que teníamos amigos en común, ahí me dijo que quería pintar a Dafne, mi hija
mayor, y ahí me pidió que le dedicara mis libros. Siempre lo vi en las
presentaciones de mis libros, y siempre tuve la impresión de que sus
comentarios sobre mi obra, por cierto, vertidos en privado y con discreción,
fueron generosos e inmerecidos.
Al amparo del azar, fuimos
conociéndonos y él me habló de su pasión por la pintura, de su inclinación por
la buena literatura, del lujo que representó para él haber sido un joven en los
años setenta, de la música de rock, de sus viajes por Europa, y la fascinación
que le despertaba que yo tuviera un Fiat 500, la cinquecento, decía él en la lengua de Dante, y me contaba que
había tenido uno en alguna de sus estancias en el viejo continente.
He hablado de la autenticidad de la
obra de Jesús Flores, la cual puede encontrarse en diferentes causas, una de
ellas tiene que ver con la necesidad. Derivado de una enfermedad respiratoria,
el maestro no debía utilizar óleo ni ningún material que contuviera solventes,
por lo que lo sustituyó por acuarela tanto para su trabajo en papel como en
lienzo; sin embargo, algo que contribuyó en demasía al carácter de su obra
emana de su fuerte influencia de la cultura pop, de la que se nutrió en su
juventud.
En abril de 2018, Jesús Flores tuvo
una importante exposición en el Centro Cultural “José Clemente Orozco”, la
tituló: “Reinas, princesas y personajes”, unos meses más tarde decidió donar al
ayuntamiento varios cuadros de dicha exposición. Sin embargo, el maestro no sólo
ha legado su obra al ayuntamiento y a otras instituciones, muchos zapotlenses
cuentan con obras de Jesús Flores en sus casas, que sin duda ya son un
patrimonio de la cultura de nuestra ciudad.
Estos meses de confinamiento nos
alejaron unos de otros, y por desgracia ya no vi a Jesús Flores, y ya no
podremos verlo más. Echaremos de menos sus retratos en sus redes sociales, y
sus fotografías crepusculares del centro de Zapotlán.
A pesar de lo que he dicho tengo la
sensación de que no conocí al maestro Jesús Flores, o en todo caso que lo
conocí muy poco, que hizo falta mucho por saber de él, que pude haber
aprovechado mejor el tiempo de nuestros encuentros. Así pasa siempre con los
finales. Toda vida es un misterio, como la muerte. Hoy el misterio se ha venido
a posar entre nosotros.
Descanse
en paz el maestro Jesús Flores.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario