Jorge
Mauricio Barajas
Figura
imprescindible para el Cabildo tapatío del que llegó a ser Deán después de
escalar uno a uno los peldaños de la intrincada burocracia eclesiástica católica,
siempre velo por el bien moral y económico de los zapotlenses desde la sede del
arzobispado en Guadalajara.
Francisco
Arias y Cárdenas nació el 19 de mayo de hace 200 años en Zapotlán el Grande,
hijo de don Mariano Arias y de doña María de la Luz Cárdenas. Realizó su
carrera eclesiástica en el Seminario Conciliar de San José de Guadalajara donde
estudió latín y el Curso de Artes que terminó en 1839. El 1 de agosto de 1847
en plena intervención norteamericana, recibió el presbiterado de manos del
obispo Diego Aranda y Carpinteiro. Hizo al mismo tiempo estudios de
jurisprudencia recibiendo el título de abogado el 11 de noviembre de 1846 por
el Supremo Tribunal de Justicia del estado. En marzo de 1850 recibió el
doctorado en Derecho Civil por la Universidad de Guadalajara. El obispo Pedro
Espinoza y Dávalos lo nombró prosecretario en 1852. Al año siguiente fue
nombrado secretario de cámara y gobierno, ejerciendo dicho puesto hasta 1857.
Durante la Guerra de Reforma, acompaño en el destierro a su obispo en un viaje
por Roma y Tierra Santa. Regresaron a Guadalajara en 1863 con el nombramiento
de protonotario apostólico otorgado por el Papa Pío IX.
Ingresó
al cabildo eclesiástico como medio racionero en 1864, y fue electo canónigo de
gracia el 1 de marzo de 1869. Ascendió a maestreescuela en 1878, nombrado
chantre en 1883, el 6 de noviembre de 1886 ascendió a arcediano y finalmente
presidió el coro catedralicio como deán desde el 12 de julio de 1892. Presidió
el cabildo de Guadalajara desde entonces y hasta su muerte. Fue gobernador de
la mitra, provisor, director diocesano, juez sinodal del Primer Concilio
Provincial de Guadalajara. Tuvo el gran honor como vicario capitular de dirigir
la sede arzobispal en dos ocasiones y casi seguidas una de otra, en las
vacantes por fallecimiento de los señores obispos Pedro Loza y Jacinto López en
los años de 1898 y 1901 respectivamente, tocándole la honra de presidir y
ejecutar los servicios fúnebres de ambos prelados. Dotado de un espíritu
diligente y laborioso fue durante un cuarto de siglo el más eficaz y fiel de
los colaboradores del arzobispo Pedro Loza quien presidió la sede arzobispal
durante 47 años, uno de los más largos de la historia.
Fue
un incansable promotor del arte. A él se debe la fina y excelente ornamentación
en la Catedral de Guadalajara, de la Capilla de la Purísima Concepción
construida por el arzobispo Pedro Espinoza. Al morir éste en 1866 en la ciudad
de México, su cuerpo fue trasladado a Guadalajara y dicha capilla le sirvió de
mausoleo. Ahí serían sepultados posteriormente el arzobispo Pedro Loza y el
arzobispo Francisco Orozco y Jiménez.
De
su propio peculio, de las herencias recibidas de sus padres que constituían un
fuerte capital y propiedades, sostuvo una escuela en su natal Zapotlán para la
enseñanza de la niñez. Personalmente trajo de Francia a las religiosas que se
hicieron cargo de dicha escuela, donde además funcionaba un asilo y un
orfanato. La escuela aún permanece en pie, una enorme finca que mantiene su
función primigenia, llamada ahora “Mercedes Madrigal”. Inició la construcción
de un asilo, que terminó el señor cura Silviano Carrillo Cárdenas, y se empeñó
en terminar la magna obra del templo Parroquial, la hoy Catedral, en honor de
la Santísima Virgen de la Asunción, patrona fundadora del pueblo, apoyado en el
señor cura Carrillo, párroco de Zapotlán. No desestimo recursos materiales,
monetarios y morales para lograr la bendición de dicha parroquia, teniendo la
gracia de ser él a sus 80 años de edad, en representación del arzobispo quien
dé propia mano la bendijera, el 8 de octubre de 1900. Trajo como regalo en ese
día tan especial, una hermosa copia del viacrucis que Miguel Cabrera realizó
para la Catedral de Puebla, para ser colocado en la parroquia. Los 12 óleos
cuelgan aún hoy dentro del recinto.
Y
ante tanto amor de su parte hacia el pueblo que lo vio nacer, tan prodigo en
dotar a Zapotlán de escuela, asilo, orfanato e iglesia, su pueblo lo mantiene
en el total olvido. Su iglesia que es la primera que debió honrar su natalicio
permanece muda, ignorante del hombre al que le debe la dignidad de su casa.
Zapotlán una vez más, da muestra de su cultura al negarle el lugar que le
corresponde como hijo predilecto de esta cuna de grandes “artistas”.
Francisco
Arias y Cárdenas falleció el 14 de agosto de 1903 celebrándose dignísimas
honras fúnebres en la Catedral de Guadalajara. Fue sepultado en el Panteón de
Belén, en la cripta de su familia.
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