jueves, 5 de noviembre de 2020

A dos siglos de su natalicio

 


 

Jorge Mauricio Barajas

 

Figura imprescindible para el Cabildo tapatío del que llegó a ser Deán después de escalar uno a uno los peldaños de la intrincada burocracia eclesiástica católica, siempre velo por el bien moral y económico de los zapotlenses desde la sede del arzobispado en Guadalajara.



Francisco Arias y Cárdenas nació el 19 de mayo de hace 200 años en Zapotlán el Grande, hijo de don Mariano Arias y de doña María de la Luz Cárdenas. Realizó su carrera eclesiástica en el Seminario Conciliar de San José de Guadalajara donde estudió latín y el Curso de Artes que terminó en 1839. El 1 de agosto de 1847 en plena intervención norteamericana, recibió el presbiterado de manos del obispo Diego Aranda y Carpinteiro. Hizo al mismo tiempo estudios de jurisprudencia recibiendo el título de abogado el 11 de noviembre de 1846 por el Supremo Tribunal de Justicia del estado. En marzo de 1850 recibió el doctorado en Derecho Civil por la Universidad de Guadalajara. El obispo Pedro Espinoza y Dávalos lo nombró prosecretario en 1852. Al año siguiente fue nombrado secretario de cámara y gobierno, ejerciendo dicho puesto hasta 1857. Durante la Guerra de Reforma, acompaño en el destierro a su obispo en un viaje por Roma y Tierra Santa. Regresaron a Guadalajara en 1863 con el nombramiento de protonotario apostólico otorgado por el Papa Pío IX.  


Ingresó al cabildo eclesiástico como medio racionero en 1864, y fue electo canónigo de gracia el 1 de marzo de 1869. Ascendió a maestreescuela en 1878, nombrado chantre en 1883, el 6 de noviembre de 1886 ascendió a arcediano y finalmente presidió el coro catedralicio como deán desde el 12 de julio de 1892. Presidió el cabildo de Guadalajara desde entonces y hasta su muerte. Fue gobernador de la mitra, provisor, director diocesano, juez sinodal del Primer Concilio Provincial de Guadalajara. Tuvo el gran honor como vicario capitular de dirigir la sede arzobispal en dos ocasiones y casi seguidas una de otra, en las vacantes por fallecimiento de los señores obispos Pedro Loza y Jacinto López en los años de 1898 y 1901 respectivamente, tocándole la honra de presidir y ejecutar los servicios fúnebres de ambos prelados. Dotado de un espíritu diligente y laborioso fue durante un cuarto de siglo el más eficaz y fiel de los colaboradores del arzobispo Pedro Loza quien presidió la sede arzobispal durante 47 años, uno de los más largos de la historia.





Fue un incansable promotor del arte. A él se debe la fina y excelente ornamentación en la Catedral de Guadalajara, de la Capilla de la Purísima Concepción construida por el arzobispo Pedro Espinoza. Al morir éste en 1866 en la ciudad de México, su cuerpo fue trasladado a Guadalajara y dicha capilla le sirvió de mausoleo. Ahí serían sepultados posteriormente el arzobispo Pedro Loza y el arzobispo Francisco Orozco y Jiménez.


De su propio peculio, de las herencias recibidas de sus padres que constituían un fuerte capital y propiedades, sostuvo una escuela en su natal Zapotlán para la enseñanza de la niñez. Personalmente trajo de Francia a las religiosas que se hicieron cargo de dicha escuela, donde además funcionaba un asilo y un orfanato. La escuela aún permanece en pie, una enorme finca que mantiene su función primigenia, llamada ahora “Mercedes Madrigal”. Inició la construcción de un asilo, que terminó el señor cura Silviano Carrillo Cárdenas, y se empeñó en terminar la magna obra del templo Parroquial, la hoy Catedral, en honor de la Santísima Virgen de la Asunción, patrona fundadora del pueblo, apoyado en el señor cura Carrillo, párroco de Zapotlán. No desestimo recursos materiales, monetarios y morales para lograr la bendición de dicha parroquia, teniendo la gracia de ser él a sus 80 años de edad, en representación del arzobispo quien dé propia mano la bendijera, el 8 de octubre de 1900. Trajo como regalo en ese día tan especial, una hermosa copia del viacrucis que Miguel Cabrera realizó para la Catedral de Puebla, para ser colocado en la parroquia. Los 12 óleos cuelgan aún hoy dentro del recinto.





Y ante tanto amor de su parte hacia el pueblo que lo vio nacer, tan prodigo en dotar a Zapotlán de escuela, asilo, orfanato e iglesia, su pueblo lo mantiene en el total olvido. Su iglesia que es la primera que debió honrar su natalicio permanece muda, ignorante del hombre al que le debe la dignidad de su casa. Zapotlán una vez más, da muestra de su cultura al negarle el lugar que le corresponde como hijo predilecto de esta cuna de grandes “artistas”.


Francisco Arias y Cárdenas falleció el 14 de agosto de 1903 celebrándose dignísimas honras fúnebres en la Catedral de Guadalajara. Fue sepultado en el Panteón de Belén, en la cripta de su familia.

 

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