jueves, 10 de septiembre de 2020

Un año de prueba

 



 



Juan José Ríos Ríos

El Volcán/Guzmán

 

 

A casi seis meses de que se comenzaran a aplicar las acciones y medidas para enfrentar la pandemia del COVID-19, tiempo en que muchos expresaban sus dudas, críticas y comentarios acerca del origen y fin del mal que amenazaba, y que ahora nos tiene sumidos en una crisis que comprende lo económico, lo social y lo productivo, también está dejando a flote la crisis moral que ha permeado a muchos sectores de la sociedad que se manifiesta en un aumento en el índice delictivo, de la falta de respeto y de valor a la vida humana, así como de solidaridad para con los demás.


            Hay sus excepciones y muy claras, sobre todo en el ámbito que le toca enfrentar, de lleno, la pandemia y los contagiados por ésta, el sector salud, cuando en el cumplimiento del deber y de la ética que rige a los profesionales de la salud, ha estado por encima del riesgo, del peligro de contagio, de enfermar o morir, como lamentablemente está ocurriendo con el fallecimiento de médicos, enfermeras y de especialistas que están dando todo por los demás, incluida su propia salud y vida. Para todos ellos nuestro reconocimiento, al igual de quienes, fuera de ésta área, han hecho su mejor esfuerzo para el propósito de proteger la salud de los demás, comprendiendo gobiernos de todos los niveles e instituciones públicas o privadas que hacen lo propio.


            En este lapso de tiempo, han ocurrido muchas desgracias que se derivan del mal comportamiento social, comprendiendo la gente que atenta contra vidas y bienes de las personas, como quienes matan por apoderarse de un celular, una cartera o cualquier otra cosa de valor en la vía pública o en el transporte público, como es muy frecuente en la capital del país, así como los que se apoderan de un vehículo a motor, sacrificando incluso la vida de su dueño, o que se meten a roba y asesinar a una persona o familia dentro de sus mismos hogares o negocios, las desapariciones forzadas, las ejecuciones, la violencia  que azota a la gente de casi todos los estados de nuestro país, en algunos de ellos más recrudecido el problema de hechos ilícitos.





            Pero, en esto que nos afecta a todos, también ha tenido que ver el comportamiento que asumen las personas que, pese a las recomendaciones, a los contagios, al fallecimiento de personas por el COVID-19, que suman miles, siguen actuando de manera irresponsable, exponiendo su salud, su vida y poniendo en riesgo a los demás, tanto por omitir el cumplimiento de las medidas sanitarias al no usar el cubrebocas, o por asistir, organizar y propiciar reuniones o eventos masivos, ir a las discotecas, a los bares, a sitios donde se corre todo tipo de riesgos por la falta de medidas sanitarias y los peligros que representa la actividad de los delincuentes, que andan desatados haciendo males a quienes se les antoja.


            En esta parte está fallando, no el gobierno, sino la misma gente, que en el reclamo de hacer de su vida lo que mejor le parece se expone, corre riesgos y muchas veces es la víctima, precisamente por no observar las mínimas reglas recomendadas para su seguridad y protección, para luego exigir justicia y acusar a otros de sus males cuando ellos mismos han sido quienes se los provocaron. Bien es cierto que es obligación del gobierno, en sus tres niveles, otorgar seguridad a los ciudadanos y sancionar a quienes agreden o infringen las disposiciones legales, pero también es prácticamente imposible que cada persona que no se cuida, tenga como compañero un policía que haga lo que omite, de manera irracional, quien o quienes son víctimas de sus propios errores. Y parece que la cosa va para largo y la pandemia se extiende al igual que la maldad que están exhibiendo muchas personas dedicadas a delinquir, que se les hace muy fácil disparar un arma o hacer uso de otro instrumento con el propósito de dañar o matar, sin motivo alguno, y con ello privar la vida de una persona que estuvo en el momento y en el lugar equivocado, un mal que crece y más porque muchos piensan más por sí y para sí, sin importar los medios o las formas para su logro, mal de pocos, por fortuna, pero que afecta a inocentes.   


   

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