Fernanda
Larios
La
multidiversidad es una característica que ampliamente representa a la nación
mexicana; sin embargo, la cultura de una economía efectiva a través de sanos
hábitos financieros no forma parte de la ciudadanía aún.
La pandemia global ha dado lugar a la oportunidad de reacomodo del consumo y sus factores, incluyendo el ahorro y la sustentabilidad, lo que significa que, con las decisiones adecuadas, el mexicano podrá ver de nuevo estable el estado de su capital.
Pero
tomando una perspectiva realista, la educación financiera en el país ha sido un
mito que queda en segundo término, para las diferentes etapas de vida,
informando de los distintos temas, únicamente a cierto sector; desde el más
joven, quien es el mejor objetivo de estos programas, pero quienes denuncian
escases en el contenido, por ejemplo, donde se cubren temas de crédito, pero se
ignoran el emprendimiento y la inversión.
En
el caso de los mayores, existe una desventaja de similar magnitud pues, no
existen programas al alcance que brinden conocimientos de múltiple interés y de
lo contrario, se enfocan en temas que se consideran “acordes” como se destacan
el retiro y la sucesión de bienes.
El enfoque no es entonces, la seguridad en
habilidades financieras propias, sino únicamente dar significado a términos
cotidianos con los que se estima, cierto segmento se debe familiarizar para
evitar inconvenientes legales.
El
riesgo que conlleva una educación tardía de esta índole es preocupante y las
cifras lo justifican, exponiendo que un 67% de la población mexicana se encuentra
en rezago en aspectos específicos de conocimiento, comportamiento, planeación y
uso de los servicios financieros (datos obtenidos del estudio Iniciativas
Privadas de Educación Financiera en México: Oferta, Demanda y Oportunidades de
Mejora), lo que vulneraría a esta fracción, cuyas probabilidades de restaurarse
frente a una crisis son casi nulas.
El
trabajo de otorgar educación financiera absoluta desde los niveles tempranos de
escuela básica no pertenece solamente a las instituciones, sino también a todos
los mexicanos en general. Las ventajas de su empleo incluirían no sólo la
conciencia sobre los fenómenos que benefician o perjudican su estado monetario,
el desempeño adecuado en el pago de facturas y préstamos, ahorro a través de
canales formales y aprovechamiento de programas bancarios bajo completa
seguridad del sistema; sino que, en el México del futuro, se verían completas
las políticas de inclusión, cerrando la brecha entre consumidores e
instituciones financieras.
Por lo tanto, desempeñar un correcto manejo
del tema e implementarlo bajo un concepto de derecho y no como una obligación
previamente estructurada en el programa educativo, podría ser la clave de una
sociedad responsable en consumo y que contribuya a aumento en bienes comunes,
en las generaciones de mañana.
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