Sandra
Gómez
Estimado
lector hablaremos del JUEGO, aquello que hemos olvidado en la crianza de los
niños del siglo XXI, y en una próxima entrega (No.2) hablaremos del juego como
estrategia didáctica en la formación de la personalidad de un niño a través del
entrenamiento de habilidades que le permitan socializar.
La niñez es una etapa en donde la crianza “juega” un papel muy
importante en el desarrollo de la corteza pre-frontal de los futuros adolescentes.
De acuerdo con el Diccionario de las Ciencias de la Educación, (Del lat. iocus,
diversión, broma.) “actividad lúdica que comporta un fin en sí misma, con
independencia de que en ocasiones se realice por un motivo extrínseco”.
Dentro
del área de la psicología, que estudia la conducta y de la pedagogía que ofrece
la oportunidad de ensayar la realidad, nos hablan sobre las causas y
finalidades del ejercicio lúdico. Algunas de las explicaciones que usaremos son
las de Karl Gross (1986) quien al hablar del juego dice: “el juego es un
pre-ejercicio. El niño, a través de él, perfecciona ciertas habilidades que le
serán útiles en el futuro”; mientras que para Jean Piaget menciona que el juego
es principalmente asimilación de lo real al yo”.
Y bueno; ¿para que nos sirve esto y porque lo llamo magia?, permítame
responder con algunos ejemplos que ampliaremos en la próxima entrega. Piaget, distingue entre tres principales
funciones del juego en las primeras etapas del niño. 1) juego sensomotor que se
da desde el nacimiento hasta sus primeros dos años. En esta etapa además de
obtener placer al realizar los ejercicios de la mano de su cuidador, el bebé a
través de repeticiones se les conducen a reacciones circulares, esto se traduce
como ejercicios de motricidad gruesa. 2) El juego simbólico (aproximadamente de
2-6 años), cuya función principal es la asimilación de lo real y del yo. Es en
esta etapa cuando los aprendizajes más significativos tienen lugar a través del
juego. 3) Los juegos reglados (a partir de los 6 años) en ellos se combina la
espontaneidad del juego con el cumplimiento de normas que regulan la actividad;
por ejemplo, juegos con canicas, fichas o balones.
La función diagnostica del juego es importante tanto para los
cuidadores, como para los especialistas. Al niño le resulta difícil expresar
verbal y ordenadamente los conflictos y sentimientos que le invaden. A través
del juego podemos observar su conducta; en otras palabras, a través de la
práctica de las actividades, el niño expresa de un modo simbólico las tensiones
y deseos que no pueden expresar libremente en la realidad, y mediante la
interpretación de su modo de jugar es posible hacer un diagnóstico de su
situación (DCE, 2002; pp. 824-825).
Olvidemos por un momento la función diagnostica, ahora nos enfocaremos a
la oportunidad que se nos otorga a través de la crianza de los niños. TODOS
somos educadores, los niños nos imitan constantemente, de ahí que en consulta
siempre tengo presentes a los padres.
En mis investigaciones puedo observar como los niños son el reflejo de
sus cuidadores y afortunadamente para algunos niños esto es para “bien”. Algunos adultos se perdieron una parte de su
infancia y de alguna forma la “recuperan” a través de la crianza.
Sabemos que el ser humano juega por instinto, esta misma conducta la
podemos ver en algunos animales que tenemos en casa como gatos y perros. Se sabe por algunos estudios científicos que
jugar libremente mejora la inteligencia, la salud y la sociabilidad. Al juego
se le puede considerar como un programa de aprendizaje evolutivo que se
trasmite de generación en generación dentro de los límites de la cultura en la
que se ponga en práctica.
En lo personal como investigadora, me preocupa que los niños cada vez
“juegan menos de manera libre”, lo que incluye las actividades en espacios
abiertos. Hablemos por ejemplo de los
juegos electrónicos presentados en etapas tempranas, terminan sobre estimulando
sensorialmente al infante sin dejar alguna enseñanza.
No se tienen suficientes estudios clínicos en niños sobre la
multi-estimulación visual/auditiva. Lo que si podemos ver entre los niños en
pre-escolar es que a muchos de ellos les cuesta poner atención en clase, les
cuesta mucho seguir reglas y esperar turno. Todo esto es “entrenamiento” y se
realiza a través del juego. Desde hace
algunos años atrás, la niñera es la televisión, y si bien los programas pueden
ser educativos, en la mayoría de las ocasiones los contenidos dejan mucho que
desear en torno a los valores de respeto, tolerancia, equidad de género, solidaridad.
Algunos contenidos de videos que se etiquetan como tal, no cumplen con los
criterios educativos mínimos, y/o son usados de manera errónea.
Los padres quienes coartan la libertad de sus hijos con sobreprotección,
limitan la evolución natural de la corteza pre-frontal de ese Ser Humano. El
juego de riesgo, como la velocidad al correr o andar en bicicleta, el uso de
herramientas como martillo y serrucho para hacer “la casita”, trepar a los
árboles, hacer y usar un columpio, deslizarse por la ladera sobre un cartón,
tener contacto con plantas y animales de granja. Privar de estas experiencias,
hace a jóvenes miedosos, e incluso niños con trastornos de ansiedad. El nivel
de riesgo en el juego da la oportunidad al niño de resolver problemas y
“aprender haciendo”; por su parte el juego arriesgado, da la oportunidad de
lesionarse y luego entonces con la experiencia propia o de su compañero de
juego, aprenden a conocerse a sí mismos y a el entorno.
Jugar arriesgado es “aterradoramente hermoso”. Deja que esos niños de
pre-escolar te asombren. No sabrán para
que sirven las piernas si no las usan; no sabrán el valor de una regadera en
casa si no se bañan a cubetazos; no sabrán del valor del silencio o de la
intensidad de las estrellas sino tienen una noche al aire libre fuera de la
contaminación de las ciudades; no sabrán esperar turno en la fila o respetar el
espacio de otros sino se les enseña desde casa.
Seguiremos en la próxima entrega, hablando de jugar y aprender para la
vida. Con cariño su maestra Dra. Sandra Gómez Patiño.
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