Sandra
Gómez
A continuación, les relato la historia de dos
de mis alumnas de quienes yo aprendí mucho más de lo que a mi corta edad podía
humildemente ofrecerles.
En
el año de 1981, después de dos años de trabajar como asistente de pre-escolar,
ingrese a la preparatoria en el turno matutino, lo que me impedía seguir con
esa labor. Así que cuando llegaron a la Preparatoria Federal Lázaro Cárdenas
(PFLC) los promotores de la campaña de alfabetización a cambio de horas de
servicio social, sí que me apunté. La primera parte consistía en aplicar
encuestas y contabilizar el número de personas quienes no sabían leer ni
escribir en nuestra comunidad, (cercana a nuestro domicilio). Una vez
entregados los cuestionarios, se nos invitó a darles clases a las personas
localizadas a través de nuestras encuestas; acto seguido la PFLC, facilito sus
instalaciones para nuestra capacitación, se nos entregó nuestra mochila con el
material y yo, como muchos otros compañeros salimos a formar grupos para
alfabetizar. El curso consistía en cinco sesiones semanales por tres meses y
las sesiones duraban como mínimo dos horas.
Al finalizar el primer trimestre, de los diez
participantes me quedaron tres personas quienes todavía no se sentían seguras,
así que me comprometí con ellas y les dije que podían volver a cursarlo y que
además podían invitar a otras personas. El esposo de Rafaelita dijo que el no,
que ya lo había intentado y que no podía, “muchas gracias, pero no”. Ante mi
insistencia recuerdo que dijo que sí, pero lo más que logre es que dejara ir a
Rafaelita. Aquí es donde aparece la
mancuerna de Naty y Rafaelita; mis más sobresalientes estudiantes
(repetidoras). Ellas se conocían de la Iglesia, doña Naty vendía cascarones de
huevo decorados en la puerta de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, y
Rafaelita asistía a la misma Parroquia. El salón parroquial fue nuestro primer
salón de clases, posteriormente una escuela primaria nos permitió trabajar dentro
de sus instalaciones.
El
método era silábico con apoyo visual. Recuerdo algunas de las lecciones como:
“pala”; todavía tengo clara la imagen. Asimismo, recuerdo claramente que
Rafaelita se veía mayor que mi mamá, pero creo que tenían la misma edad (45 –
55 años), y doña Naty decía que tenía 80 años.
No tengo los datos, pero de que eran mayores de 45 no tengo duda. Cuando
empezaron a escribir, Doña Naty tenía la más hermosa letra cursiva que haya
visto hasta el día de hoy, en ese entonces yo era incrédula de que alguien
pudiera escribir “tan bien” y no saber leer; pero ahora se, que existe una
diferencia entre transcribir y escribir. Al cuestionar a doña Naty me dijo que
todas las cartas que recibía, ellas las copiaba y que su mayor deseo era
aprender a leer y que yo se lo estaba volviendo una realidad. Imaginen mi
emoción, aun incrédula en ese entonces, pero satisfecha que ellas me tenían esa
confianza (…). Al final salieron leyendo y escribiendo precioso.
Ambas
se dirigían a mi como: “señorita”, con todo respeto y yo, por sus nombres de
pila. Al finalizar el ciclo escolar,
coincidió con la navidad, ahí me entere que doña Naty se llamaba Natividad y
que ese nombre lo tenía porque había nacido el 25 de diciembre. Como se habrán
imaginado, ya para ese fin de cursos nuestra relación alumnas/maestra, era
mucho más fuerte, entre todos los alumnos organizamos una posada y ceremonia de
fin de cursos además del pre-cumpleaños.
Todos cooperamos con un platillo, a mí me toco llevar ensalada de pollo
y tostadas, otros llevaron gelatina, refresco, entre otras cosas. Como les
había compartido, yo acababa de cumplir quince años así que tenía copas
plásticas de champan que no se habían utilizado en mi fiesta. Me las llevé, y
simulamos una gran cena; les dije que imagináramos, y así lo hicimos, el
refresco se convirtió en champán, la pasta en una del mejor restaurante, habían
cocinado los mejores chefs (…) el ejercicio resulto todo un éxito. Nos
despedimos felices, yo había contribuido a cumplir su sueño de aprender a leer
y escribir (…).
Pero
esta historia no termino ahí, como mencioné, Rafaelita era vecina: así que un día
pasando ella por mi casa me reconoció y le dije “aquí vivo” así que cada vez
que pasaba saludaba a mi mami quien generalmente estaba regando el jardín. Doña Naty quien era viuda y sus hijos vivían
en Los Ángeles California, llego el momento en el que una de sus hijas vino por
ella y se fueron a vivir a Guadalajara Jal., por su parte Rafaelita, se motivó
al grado que hizo la primaria y saco su certificado, a la vez que motivo a su
hijo para que siguiera estudiando (lo contagio). Poco a poco ella le enseño a su esposo a
leer.
A cualquier edad se puede aprender, además
también los maestros aprendemos de nuestros alumnos; Naty y Rafaelita siempre
están en mi memoria, como ejemplo de perseverancia. Las quiero Mucho.
Si tienes a alguien a tu lado que amas,
enséñalo a leer, después facilítale los recursos para que lea, se cultive y
desarrolle su imaginación. Los libros
son buenos amigos y cada vez que los visitas te cuentan lo mismo de diferente
manera.
Sé feliz, acompáñate de una buena lectura, con
cariño su maestra Dra. Sandra Gómez Patiño.
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