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quinientos años de la llegada de los españoles a México. 1519-1521
XVI
Ramón Moreno Rodríguez
Para nosotros, los mexicanos de ahora, Moctezuma nunca
ha sido una regia figura en pleno, sino apenas su sombra, a diferencia de Cuauhtémoc,
a quien lo concebimos como un monarca de la luz. Esto es así por el aparente
desánimo conque enfrentó la invasión de los extranjeros. Como ya dijimos, no
debemos interpretar esta especie de pasividad como dejadez o temor; o no del
todo, sino planeación, medición de las posibilidades del otro y de las propias.
Pero también hay otras dos cosas que lo obnubilan ante nosotros aparte de la
supuesta dejadez: es el desconocimiento de su persona (y de su mundo) y el no
haber estado a la altura de los acontecimientos que lo violentaron; esperábamos
más de él. Siempre es así, siempre esperamos más de los otros, por eso nos
decepcionan.
¿Estos
tres elementos hacen de él un personaje trágico? Sí, sin duda alguna, Moctezuma
es un personaje trágico. También hay que decir que la opinión en nuestro país
está muy dividida. El espectro es muy amplio; los extremos están en los que lo
idealizan y los que lo vilipendian. Y dentro de cada uno de éstos hay múltiples
matices. Imposible hablar de todos, permítame el amable lector quedarme con una
idea, que trataré de desarrollar en este breve espacio de dos o tres
cuartillas.
Digamos
que la condición de Moctezuma, en el contexto en que estamos hablando se puede
mezclar y confundir con otras dos categorías que se suelen usar cuando de su
persona se habla; por ejemplo, se dice que es un personaje trágico, o personaje
dramático, o heroico, incluso, mártir. Todos ellos aportan matices interesantes
para ser discutidos; en particular, el último es muy polémico porque tiene que ver
con el autosacrificio, idea harto cara a los antiguos mexicanos, pero basta.
Quedémonos con que es un personaje trágico.
Desde
el punto de vista de lo literario, el dramaturgo mexicano Rodolfo Usigli
escribió muchas páginas respecto de la condición de lo trágico y de su
escenificación. Escribió tres tragedias sobre personajes relativos a nuestra
historia y nuestra identidad: Cuauhtémoc, la emperatriz Carlota y la Virgen de
Guadalupe y Juan Diego. Lo primero que hay que decir es que la figura trágica
del héroe es la de un protagonista que ya ha desaparecido. Dicho de otra
manera, los protagonistas trágicos sólo pueden ser aquellos monarcas o
personajes dirigentes de su pueblo en la antigüedad clásica griega. Jasón,
Electra, Agamemnón, Edipo pueden ser y son personajes trágicos, pero nuestro
tiempo no puede producir figuras trágicas. Zapata, Churchil, Gorvachov, Adolfo
Suárez, Bin Laden no pueden encarnar esta imagen.
Es
complicado explicar en este breve espacio por qué es así, quedémonos con esta
idea como un punto de partida para el análisis y acéptese este principio que
tendría que ver con la anacronía. Edipo, por estar tan lejos de nosotros y
responder su realidad a una tan disímil a la nuestra, sí puede ser un personaje
trágico, pero Zapata no, porque sería anacrónico verlo enredarse en la hibris
griega para precipitarse al vacío de las desdichas.
Por
su parte, Octavio Paz, sin citar a su maestro Usigli, acepta este principio en
su libro Las trampas de la fe pero, además, sostiene que la condición
trágica de su personaje (Sor Juana Inés de la Cruz) radica en su caída. Digamos
mejor que hay en Sor Juana ciertos elementos de su vida (de su repentina
muerte) que son trágicos por la manera en cómo se dieron y por la forma en cómo
los enfrentó. A sabiendas, se entregó al vértigo del precipicio; el resultado
fue la caída. Ella fue como Ícaro, que no entendió la advertencia de que podía
caer en el vacío y su temeridad, su confianza en ella misma (acaso la
imprudencia), le costó la ignominia primero y la muerte después.
Con
Moctezuma tenemos con certeza uno de los dos elementos: la caída desde lo más
alto hasta la llegada a lo más bajo y la muerte ignominiosa; el segundo
elemento, la temeridad, no lo sabemos, parece que no. No obstante, aunque sólo
poseamos la mitad del binomio es motivo suficiente para dotar al personaje de
su condición trágica.
Caer
desde lo alto de la cumbre del poder, el hecho de ser una especie de dios o
semidios al que no se está permitido verlo al rostro, a cuya presencia había
que llegar descalzo y con ropajes sucios y raídos como señal de máximo acatamiento;
y luego saberlo precipitado hasta el más bajo de los pestilentes albañales,
asesinado y vituperado por todos, es muestra de un vertiginoso viaje a la
desdicha que hasta el más duro corazón se acongojaría.
Hay
ocasiones en que el personaje que cae se vale de medios ilegítimos para
alcanzar el poder, y así, cuando se precipita en la desdicha, la reacción moral
del espectador es: se lo merecía. Así le sucede al espectador con la tragedia
de Ricardo III de William Shakespeare; la ambición ciega al rey y los medios
ilegítimos en cómo se hace coronar lo hacen ver como un ser que se despeña en
el vació como castigo por su atrevimiento y su inmoralidad (lo mismo sucedió
con Agustín de Iturbide). En otros casos, la entrega es generosa y se asume el
costo de la desdicha por el bien de la comunidad, tal es el caso de Prometeo o
de Miguel Hidalgo.
Además,
agregue el lector que con Moctezuma nos conmovemos (aunque ignoremos muchos
resortes del poder que lo encumbraron y que luego lo lanzaron a la befa
sangrienta), porque tendemos a tener simpatía por el débil. Y Moctezuma en esta
representación era el débil, al que ya veíamos derrotado, y por el contrario,
mirábamos triunfante al portador de la ignominia, la mentira, la simulación, el
abuso, la hipocresía. Todo ello hace que el público compungido vea con simpatía
al defenestrado monarca, aunque su persona esté rodeada de misterio y
sospechas.
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Es doctor en literatura española. Imparte clases en la carrera de Letras
Hispánicas en la U. de G., CUSUR.
ramonmr.mx@gmail.com
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