Víctor
Hugo Prado
Frente al
virus que no tiene fecha en el calendario para desaparecer del mapa, el país retomó
las actividades económicas, en casi todos los órdenes. Se notó un aumento
sustancial en la movilidad, olvidando que no se acabó la pandemia, tampoco las
restricciones necesarias de movilidad en los espacios públicos, hoy con la
responsabilidad entregada a los gobiernos de los estados como autoridades
sanitarias, el número de contagios sigue creciendo y seguirá haciéndolo. Hasta
hoy suman 93, 435 contagiados acumulados, de ellos, han fallecido 10, 167
personas. El “detente” implorado por el presidente con la frase “detente
enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo” no ha surtido efecto.
Al
día de hoy, el país se encuentra con semáforo en rojo, lo que significa que en
esta etapa únicamente se permitiría adicionar la reactivación de la
minería, construcción y fabricación de transporte. No está siendo así, hoy
está abierto todo o casi todo, resistiéndonos a la nueva normalidad.
No
es para menos, la desesperación de las personas para regresar al trabajo, por
recuperar el ingreso está llegando a su límite.
Recordemos que alrededor de un millón de personas han perdido el empleo,
y millones han reducido severamente sus ingresos. La proyección de la caída del
PIB del 7.5 % representa pérdida de inversión, ingreso y bienestar de las
personas.
Hoy
se entrega a los estados una responsabilidad sanitaria en un ambiente corroído
y desprotegido, así lo evidencian muchas protestas de los profesionales de la
salud. En ese ambiente han imperado las descalificaciones a quienes piensan
distinto, con la ciencia desdeñada, con un sector salud culpado de que sus
rezagos y mal funcionamiento fueron por obra de los antecesores, puede ser,
pero a un año 8 meses se pudo hacer mucho por dignificarlos.
Hoy
con semáforo rojo se entrega la responsabilidad a las entidades y sus gobiernos
en un ambiente crispado entre el gobierno federal y los estatales. Las
interacciones y acuerdos entre gobernantes del nivel federal y estatal, para
generar oportunidades y solucionar los problemas de los ciudadanos, y para
construir instituciones y normas necesarias para generar esos cambios, no ha
prosperado.
Han
importado más las obras simbólicas y faraónicas del gobierno federal que el
rescate de los millones de micro, pequeños y medianos empresarios afectados por
la pandemia. Sin pretender ser agorero, si debemos tener presente en el
horizonte que las dificultades de la pandemia y sus consecuencias económicas y
sociales está generando un clima de desesperación entre los muchos que no
reciben ingresos, pero que si tienen egresos y que sus consecuencias pueden ser
fatales. A la crispación social hay que tomarle la temperatura, no vaya a ser
que nos resulte más caro el remedio que la enfermedad.
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