Pedro
Varga s Avalos
Decía
un viejo periodista (Porfirio M. Ramos) en tratándose de cómo votan los
diputados cuando se les somete algún asunto por el que manda en el Estado: “sobre
la razón, sobre la libertad, sobre la ciudadanía, sobre la soberanía del
pensamiento, sobre todas las cosas, está la consigna brutal (…) de los de
arriba, de los que con garra y dientes se aferran a un poder que solo habrán de
soltar, como los perros el hueso.” Algo así sucedió con motivo del tan
criticado préstamo que se autorizó al ejecutivo en días pasados, por los
diputados del Congreso local de Jalisco.
Se
les presentó al gobierno y a la Cámara, gran oportunidad para discutir y
aclarar ante la comunidad, los detalles del tristemente célebre préstamo que se
autorizó. Pero fueron cerrados, sordos y ciegos, y al final se salieron con la
suya: se hizo lo que quien manda quería. Y para colmo exhibiéndose: los que
iban por la negativa sufrieron la doblez de una diputada, y de los aliados de
la mayoría, una representante de su bancada y un diputado de distinto color
votaron en contra. Por su lado casi todos los de la mayoría, o sea, del partido
que postuló al ejecutivo, ni pío dijeron y en masa votaron como se les
pidió.
El Lic. Porfirio Muñoz Ledo, no hace mucho, cuando
presidía la Cámara de Diputados Federal, al dirigirse a sus pares les mencionó
que eran parte de la Honorable Cámara de Diputados; y subrayó en esta ocasión
la palabra “honorable”, porque les dijo a todos los dizques representantes del
pueblo: “pretendemos que el Poder Legislativo sea motivo de honor, y no de
vergüenza”.
Al respecto, recuerdo al Lic. José Luis Leal
Sanabria cuando era coordinador de los diputados priístas, que eran la gran
mayoría y que, estando tratando el tema del nuevo Código Penal del Estado, cuyo
proyecto recibía impugnaciones de los adversarios del gobierno, le manifestó
humorísticamente al redactor del dicho Proyecto, quien era funcionario: “No te
preocupes, porque el Proyecto saldrá y las criticas pasarán, pero la mancha que
nunca se quitará es la de ser diputado”. No en balde afirmaba el escritor
germano Georg C. Lichtenberg (1742-1799): “Cuando los que mandan pierden la
vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”.
Si
las palabras expresadas reiteradamente en campaña, son contradichas por los
hechos, quiere decir que las cosas no caminan bien y sabe Dios si luego serán
peores. Porque encadenar nuestro destino por décadas de pagar deudas, nada
bueno augura.
En
las encuestas y consultas que se han hecho desde hace lustros, sobre la
confianza que les merecen a los ciudadanos los políticos, son los diputados los
que por lo general figuran como los peores. Ese indicativo es demoledor y
debería servir para que enmendaran su conducta tales representantes (¿?) de no
sabemos quién, porque si dicen que son del pueblo, habría que preguntarles a
los ciudadanos su opinión, y estamos seguros que éstos no lo aceptarían,
conforme lo prueban esas encuestas.
La
deuda más reciente pintó a los diputados de cuerpo entero. El bien documentado
periodista, Rubén Martín afirmó el 23 de mayo: “Lo que sigue es que en las
próximas tres décadas pagaremos cerca de $90 mil millones de pesos (unos 3 mil
MDP anuales) por el costo de una deuda pública que ahora es de cerca de $30 mil
millones de pesos. Así de irresponsable es nuestra clase política que nos ha
endeudado tanto que nos ha hipotecado el futuro.” Y claro que gran parte de tan
tétrico provenir se lo debemos a los diputados.
Para
concluir nos referiremos a dos casos muy sonados en la ciudad tapatía: el
edificio de la antigua Universidad y el Jardín de San Fernando. En el primer
caso, sin ser una maravilla arquitectónica pero sí histórica, el edificio que
ocupaba la Universidad, entre las calles Juárez, Galeana, Pedro Moreno y
Colón, si era de muy buena estampa y
daba originalidad urbanística al área de su ubicación, junto a su anexo que
había sido templo de Santo Tomás (creado en 1591) y luego, remodelado, Palacio
Legislativo; en el siglo pasado muchos años albergó a la Dirección de Estudios
Superiores del Estado y por 1948 era el edificio de Telégrafos, para
actualmente ser la biblioteca Panamericana. Pues ese tesoro edificado de la
ciudad, autorizó el Congreso del Estado que se vendiera por el gobernador
Everardo Topete en 1937-38.
El
primer justificante de su venta fue porque muchos pueblos de Jalisco ocupaban
agua potable y como no tenían para tuberías y además faltaba terminar la carretera a Chapala, se dijo que el
producto de la venta se aplicaría a tales fines. Los diputados, obsecuentes con
el ejecutivo, lo autorizaron sin objetar. Pero he aquí que ya no fue necesario
salir a ayudar a los pueblos que tanto necesitaban el agua, y mejor se dijo que
sería para escuelas, y entonces los “representantes del pueblo”, sumisos como
siempre, así lo autorizaron. Luego resultó que el valor fiscal ($412,500.00) se
le hizo alto al gobierno y para cerrar el trato, pidió a los diputados se
revaluara la construcción para quedar a la mitad y así venderlo en precio
mínimo a unos avezados negociantes. Los diputados ni chistaron y el negocio
siguió hasta su final: allí se edificó el edificio Lutecia.
Como la Universidad, que enseguida se reabrió ya no
tenía local, sencillamente se le dio el que había sido destinado a Recinto del
Congreso desde años atrás, o sea lo que actualmente es la Rectoría de la
Universidad y que se había iniciado como escuela en tiempos del Gral. Manuel M.
Diéguez, siendo símbolo de la labor constructiva de la Revolución. Los
diputados ni pio dijeron al perder su Palacio Legislativo.
El segundo caso que referiremos, como signo del
oprobioso papel de los diputados, fue como se tramó la enajenación del Jardín
de San Fernando, un bello vergel a un lado de la Calzada Independencia, entre
Héroes y Prisciliano Sánchez, que era resultado de la realineación de esa
arteria cuando se entubó el río San Juan de Dios y ajustó la vía. Se supone que
el predio era propiedad municipal, pero el Estado dijo que era de él y aunque
el alcalde no quería se vendiera, optó por callar y los diputados, muy poco
escrupulosos, ni lo tomaron en cuenta.
Como la ubicación del jardín era codiciada por los buitres de bienes
inmuebles, estos lograron que el gobierno de García Barragán se interesara en
la venta, y en consecuencia enviar la iniciativa al Congreso para que se
autorizara al Ejecutivo a enajenar el jardín. Por decoro o táctica se había
puesto que la venta sería con la condición de que el parque siguiese con su
mismo objeto por tiempo indefinido; así recibieron los diputados la iniciativa;
pero como esa condicionante era contraria al fin que se perseguía,
inmediatamente el ejecutivo envió nuevo escrito quitando tal requisito y sin
incluir que la operación fuera al mejor postor; los diputados como los
avestruces, ni cuenta se dieron, admitiendo todo. Y claro que se autorizó la solicitud
sin decir agua va, y lo que es peor, sin dar publicidad a la sesión que se
supone hubo en marzo de 1946. Y luego se dejó pasar un tiempo para que el
ejecutivo lo sancionara en mayo siguiente. Y se dejó transcurrir más tiempo
para publicarlo hasta el 29 de agosto, que era sábado, vísperas del último
informe presidencial de Ávila Camacho, por lo que se creyó nadie lo sabría y
periódico oficial no se podía adquirir. De ese tamaño fue la triquiñuela para
sacar adelante el asuntito, aunque al final de cuentas no se puede tapar el sol
con un dedo y se descubrió el enjuague.
Después de ver cómo se comportan nuestros carísimos
diputados, que mucho prometen y mienten igual porque no cumplen, hacen leyes
pésimas, trabajan poco, inician sesiones tardísimo, no cuidan el gasto del
ejecutivo ni la conducta del poder judicial, uno se pregunta, con todo respeto…¿Para
qué sirven?
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