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lunes, 29 de junio de 2020

La tentación del regreso…








Pedro Vargas Avalos


En Sayula de Alemán, Ver., el presidente de la República dijo que “siempre habrá la tentación de que regrese la corrupción, el neoliberalismo y la privatización.” Eso en alusión a que ciertos grupos se pronuncian constantemente contra la llamada 4T, (o sea la política auspiciada por el actual gobierno) añorando regímenes pasados.

La cuestión es entonces, suponiendo que dejara AMLO la presidencia del país, que tipo de administración nacional le sucedería. Hagamos algunas reflexiones al respecto, pero como dicen los abogados, “suponiendo sin conceder”.

No hay por cierto mucho de dónde escoger. Los antecedentes, que son de donde se podría tomar el modelo sustituto, lo representarían Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto. Todos por lo general de muy nefasto recuerdo para la inmensa mayoría de los mexicanos.

¿Por qué son de ingrata memoria esos expresidentes, y cuál es el señalamiento que se hace al actual primer mandatario, para desear que se vaya?

De los anteriores mandamases abundan las causas por las que con enojo y amargura se les recuerda. A Salinas se le califica como el más taimado de los presidentes priístas, si bien quizás todo mundo lo reconoce, como el más astuto, por lo que hasta la fecha se le atribuye una especie de liderazgo entre los políticos del viejo cuño. Quizás se le salió del huacal quien fue el sucesor, tras el atroz asesinato de Colosio, el muy anodino Zedillo, el de la sana distancia con su partido.

Precisamente ese principio adecuó el ambiente para la transición democrática, que no fue más que una ilusión para los ciudadanos que esperaban el arribo de la democracia sin adjetivos. Porque el inefable señor Fox, ha sido quizás la decepción mayor que nos hemos llevado los mexicanos, anhelantes siempre de justicia, progreso y tranquilidad. Su frivolidad fue mayúscula y su ineptitud tan sorprendente como su locuacidad vacía.

La continuación resultó aún más lamentable, pues inició con una transa electoral, la de “haiga sido como haiga sido” y siguió con una despiadada declaratoria de guerra a la delincuencia, la cual ahora resulta que no fue sino una mascarada, para favorecer a la criminalidad y especialmente a un cartel del narcotráfico.

Eso favoreció un regreso del priísmo, ahora más decadente y corrupto con el incompetente de Peña Nieto y su legión de subordinados facinerosos, que colmaron la paciencia del pueblo y provocaron la avasalladora votación del uno de julio de 2018.

De esa manera fue posible el arribo de una opción que solo en el período de Lázaro Cárdenas encuentra alguna semejanza. Y el nuevo Presidente encabezó un gobierno que se quiera o no, es definitivamente distinto a los que lo antecedieron. Primero porque llegó con el apoyo auténtico de la gran mayoría de votantes, en una jornada democrática que no fue posible desvirtuar. Segundo porque su lucha contra la corrupción y las acciones que buscan rescatar a los pobres, es sin parangón en nuestra historia.

Que comete errores el actual mandatario federal, no cabe la menor duda. Pero de que tiene acrisolada honradez y probada vocación de trabajar incesantemente para cambiar las cosas, es una certidumbre.

Lo que ha hecho a la fecha, en menos de dos años de dirigir los destinos de México, son de una trascendencia singular. La Constitución ha sido modificada para beneficiar a la democracia, la honradez, la educación y desterrar la pobreza a la par de combatir la corrupción, como nunca antes.
Así las cosas, ante la repetición de protestas de grupos como los que se suben a su automóvil y gritan que se vaya AMLO, de evidente minoría frente al grueso del pueblo, uno se pregunta: ¿Y quién desean que regrese: un tipo como Salinas, tibio como Zedillo, frívolo al estilo de Fox, cruento y falaz como Calderón, o de plano descompuesto como Peña Nieto? Es decir, la innegable representación de la corrupción, el neoliberalismo y la privatización.

Pues bien. Ese panorama, que sería el de la vuelta a un sistema como el que se venció en las elecciones de 2018, puede ser el precio de la tentación que significa obstruir ciegamente al actual gobierno, y alentar el regreso del pasado. No hay que comer ansias: En 2021 habrá comicios generales y en 2022 la revocación de mandato presidencial. Que la razón y las mayorías decidan, y el resultado que sea, todos lo aceptemos para vivir en paz y consolidar el sendero democrático de México.




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