Pedro
Vargas Avalos
En
Sayula de Alemán, Ver., el presidente de la República dijo que “siempre habrá
la tentación de que regrese la corrupción, el neoliberalismo y la
privatización.” Eso en alusión a que ciertos grupos se pronuncian
constantemente contra la llamada 4T, (o sea la política auspiciada por el
actual gobierno) añorando regímenes pasados.
La
cuestión es entonces, suponiendo que dejara AMLO la presidencia del país, que
tipo de administración nacional le sucedería. Hagamos algunas reflexiones al
respecto, pero como dicen los abogados, “suponiendo sin conceder”.
No
hay por cierto mucho de dónde escoger. Los antecedentes, que son de donde se
podría tomar el modelo sustituto, lo representarían Salinas de Gortari, Ernesto
Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto. Todos por lo
general de muy nefasto recuerdo para la inmensa mayoría de los mexicanos.
¿Por
qué son de ingrata memoria esos expresidentes, y cuál es el señalamiento que se
hace al actual primer mandatario, para desear que se vaya?
De
los anteriores mandamases abundan las causas por las que con enojo y amargura
se les recuerda. A Salinas se le califica como el más taimado de los
presidentes priístas, si bien quizás todo mundo lo reconoce, como el más
astuto, por lo que hasta la fecha se le atribuye una especie de liderazgo entre
los políticos del viejo cuño. Quizás se le salió del huacal quien fue el
sucesor, tras el atroz asesinato de Colosio, el muy anodino Zedillo, el de la
sana distancia con su partido.
Precisamente
ese principio adecuó el ambiente para la transición democrática, que no fue más
que una ilusión para los ciudadanos que esperaban el arribo de la democracia
sin adjetivos. Porque el inefable señor Fox, ha sido quizás la decepción mayor
que nos hemos llevado los mexicanos, anhelantes siempre de justicia, progreso y
tranquilidad. Su frivolidad fue mayúscula y su ineptitud tan sorprendente como
su locuacidad vacía.
La
continuación resultó aún más lamentable, pues inició con una transa electoral,
la de “haiga sido como haiga sido” y siguió con una despiadada declaratoria de
guerra a la delincuencia, la cual ahora resulta que no fue sino una mascarada,
para favorecer a la criminalidad y especialmente a un cartel del narcotráfico.
Eso
favoreció un regreso del priísmo, ahora más decadente y corrupto con el
incompetente de Peña Nieto y su legión de subordinados facinerosos, que
colmaron la paciencia del pueblo y provocaron la avasalladora votación del uno
de julio de 2018.
De
esa manera fue posible el arribo de una opción que solo en el período de Lázaro
Cárdenas encuentra alguna semejanza. Y el nuevo Presidente encabezó un gobierno
que se quiera o no, es definitivamente distinto a los que lo antecedieron.
Primero porque llegó con el apoyo auténtico de la gran mayoría de votantes, en
una jornada democrática que no fue posible desvirtuar. Segundo porque su lucha
contra la corrupción y las acciones que buscan rescatar a los pobres, es sin
parangón en nuestra historia.
Que
comete errores el actual mandatario federal, no cabe la menor duda. Pero de que
tiene acrisolada honradez y probada vocación de trabajar incesantemente para
cambiar las cosas, es una certidumbre.
Lo
que ha hecho a la fecha, en menos de dos años de dirigir los destinos de
México, son de una trascendencia singular. La Constitución ha sido modificada
para beneficiar a la democracia, la honradez, la educación y desterrar la
pobreza a la par de combatir la corrupción, como nunca antes.
Así las
cosas, ante la repetición de protestas de grupos como los que se suben a su
automóvil y gritan que se vaya AMLO, de evidente minoría frente al grueso del
pueblo, uno se pregunta: ¿Y quién desean que regrese: un tipo como Salinas,
tibio como Zedillo, frívolo al estilo de Fox, cruento y falaz como Calderón, o
de plano descompuesto como Peña Nieto? Es decir, la innegable representación de
la corrupción, el neoliberalismo y la privatización.
Pues
bien. Ese panorama, que sería el de la vuelta a un sistema como el que se
venció en las elecciones de 2018, puede ser el precio de la tentación que
significa obstruir ciegamente al actual gobierno, y alentar el regreso del
pasado. No hay que comer ansias: En 2021 habrá comicios generales y en 2022 la
revocación de mandato presidencial. Que la razón y las mayorías decidan, y el
resultado que sea, todos lo aceptemos para vivir en paz y consolidar el sendero
democrático de México.
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