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jueves, 14 de mayo de 2020

La desaparición de Moctezuma






>A quinientos años de la llegada de los españoles a México. 1519-1521
(XV)


Ramón Moreno Rodríguez *


Decíamos en la entrega anterior que el fin de la vida de Moctezuma fue oscuro. Yeso es así, a nuestro parecer, por dos causas. La primera, porque no sabemos, y nunca lo podremos saber bien a bien, qué era lo que en realidad quería, y menos aún si quería algo o simplemente dejaba que le llevara el ventalle de los acontecimientos; sólo nos queda especular. La segunda porque, sabiendo tantos detalles de su vida y de su persona, en los momentos culminantes de su drama desaparece abruptamente del escenario. Hoy hablaremos de este segundo aspecto.



Como decíamos en la ocasión anterior, la situación se había tensado demasiado y los acontecimientos, por cómo iban tomando determinada deriva, urgía a los actores de aquellos sainetes políticos y palaciegos que actuasen ya, en una u otra dirección. No obstante, las cosas no se precipitaron en ese mismo mes de marzo, sino que tuvieron que posponerse por casi tres. Sucedieron dos hechos que, si no modificaron las resultas, por lo menos las ralentizaron. Uno, ocurrió en abril; el otro, en mayo, de ese año de 1520 de que vamos hablando.

El primero consistió en la aparición de un nuevo protagonista de los hechos, casi circunstancial, por no decir, real personaje de utilería: Pánfilo de Narváez, que con mil españoles intentó desposeer a Cortés, tomarlo preso y quedarse él con la conducción de los expedicionarios. El segundo, fue la cruel matanza que Alvarado hizo en el templo mayor de México. Veamos los hechos.

Precipitadamente deja Cortés la imperial ciudad que no había querido hacer, pretextando remolonamente que se estaban construyendo sus naves, pero ahora lo hace porque la necesidad lo obliga: viaja a Zempoala para enfrentarse a Narváez. Moctezuma y los señores electores del imperio miran con expectación e interés en qué acabará aquel enfrentamiento. Para este momento, es muy probable que Moctezuma ya no fuera el emperador, sino que el senado lo había ya destituido, y si no fue así, pronto lo sería; los españoles lo ignoran, pero lo mantienen preso con la ilusión de que aquel rehén será la garantía de sus vidas. Prodigiosamente y con todos los vaticinios en su contra, Cortés se impone a Narváez y ya está listo para regresar a México cuando le llega la noticia de que el anunciado motín de marzo estalló por fin en mayo. El objetivo es el mismo, echar a los extranjeros de la ciudad. Las razones son otras, no buscan conseguir la libertad de su señor, sino cobrar la más terrible afrenta que se le ha hecho a los mexicanos: la matazón de Alvarado.




Retorna precipitadamente Cortés a la ciudad de México. Le permiten entrar y el metilense puede ver los estragos de la guerra que quería evitar. Tanto las resultas de la matanza perpetrada por Alvarado como la rebeldía de los indios en contra de los españoles que permanecían en México muestran una ciudad solitaria, encastillada en sí misma, a la espera del siguiente episodio de aquel drama inevitable.

En efecto éste se da. Moctezuma es llevado por la fuerza a la azotea de sus palacios para que trate de acallar la voz del pueblo en armas. De nada sirve aquella perorata que el imperial preso acepta hacer. Ya no es el emperador, él y los suyos lo saben; si los españoles lo ignoran, se lo sospechan. El vocerío insulta al exmonarca, le grita afrentosas voces llamándole de ánimo mujeril, de barragana de los extranjeros. La tradición habla de una atrevida piedra que le impacta en el rostro. Él y sus acompañantes extranjeros, que previeron lo inevitable, huyen a los aposentos con las inútiles rodelas que pretendieron resguardar la vida del tlatoani en desgracia.

Los acontecimientos se precipitan y Moctezuma debe de salir del escenario porque muchas otras cosas están sucediendo y otras más están por suceder y en ninguna de aquellas terribles escenas hay parlamento ninguno para esta sombra de un monarca defenestrado. ¿Cómo es que murió? Existen dos principales versiones. La de los españoles, que casi lo convierten en un mártir del recién trasplantado cristianismo en tierras americanas, asesinado por los suyos, ingratos indios ignorantes y paganos. Y otra, contada por los vencidos, que habla de una última injuria en contra de Moctezuma cometida por sus captores. Lo asesinan, cuando ven que ya no les es útil, y en la precipitada huida de la Noche Triste, arrojan su cadáver a un albañal.

Cristóbal del Castillo, historiador del siglo XVI que escribió en náhuatl, cuenta con un estilo entrecortado y machacón, propio de los anales indígenas prehispánicos, la repentina desaparición de Moctezuma y el lanzamiento de su cadáver a las riberas del lago: “Pero cuando vino de la orilla del océano el gran capitán Hernando Cortés, ya estaban atacando los mexicas a los españoles a causa de que los mataron a mansalva cuando les ordenaron falsamente que hicieran su fiesta, como hemos dicho brevemente. Y cuando entró el gran capitán Hernando Cortés, ya dijimos que no le hicieron batalla los mexicas y él entró tranquilamente. No le dijo, no le contó verdaderamente el capitán Tonatiuh cómo se alborotaron los mexicas, y tampoco le dijo cómo ya padecían mucho los españoles, pues no les daban nada de lo que necesitaban, y sólo los tenían sitiados los mexicas, que ya no querían contenerse, y en vano los intentaba contener Motecuzoma. Y tampoco le dijo cómo murió y sólo se fueron a deshacer de él en la ribera de Teayotítlan.

La condición trágica, por fuerza forzada, como diría en este sabroso anacoluto el padre Las Casas, necesariamente implica también la presencia del héroe. Estos dos elementos son un binomio inseparable que, si no queremos hacer un uso irresponsable y abusivo de las palabras, no deberíamos caer en el facilismo de decir, como cierto político español lo ha hecho, que también es héroe quien se cubre la boca o se lava las manos para protegerse y proteger a su familia contra el coronavirus.

En fin, quiero concluir diciendo que si hay cierta condición trágica en la vida y muerte de Moctezuma esto implica pensarlo como un héroe. De eso, del heroísmo, hablaremos y concluiremos este mínimo repaso de tres entregas sobre Moctezuma.







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