A quinientos años de la llegada de los españoles a
México. 1519-1521
XIV
Ramón Moreno Rodríguez*
En un día impreciso del mes de marzo de 1520,
Orteguilla, especie de mensajero y bufón al servicio formal de Moctezuma, fue a
visitar a su otro amo (el español, Cortés) para avisarle que su señor Moctezuma
quería hablar con él; que por lo que había entendido, los caciques de México estaban
resueltos a echar a los extranjeros por la fuerza de la ciudad imperial.
En efecto, Cortés se
apersonó de inmediato ante el monarca y éste lo puso al u de lo que sucedía, o
por lo menos, dijo lo que le convenía decir. En síntesis, los señores del
Anáhuac habían decidido expulsar a los extranjeros por la fuerza en la medida
en que los insultos de éstos no tenían límite y las afrentas sufridas por su
hueytlatoani y sus Dioses los tenían gravemente irritados.
En efecto, para este
momento, después de varios meses de estar viviendo en la ciudad de México, los
extranjeros se habían entrometido en la vida y la política de los mexicanos de
una manera inusitada y jamás vista; no sólo controlaban a Moctezuma pidiéndole
( y no siempre con formas comedidas) la exploración de minas de oro, la entrega
de riquezas, la sujeción de pueblos, el entronizamiento de los caciques en los
pueblos sometidos que a Cortés le agradara, sino que habían hozado hacer el
insulto más impresionante y temerario de todos, encadenar al emperador y
llevarlo prisionero a vivir en las casas en que ellos, los españoles, estaban
alojados. A esto se sumaba el abuso más grave por ser políticamente incorrecto,
de imponer un altar a la Virgen en el templo mayor, junto a las imágenes de las
dos principales deidades mexicas.
Moctezuma le explicó a
Cortés que había logrado impedir el levantamiento, y que por el gran aprecio
que tenía por Cortés y los suyos había podido convencer a los señores de México
que les permitieran, si Moctezuma lo alcanzaba, convencerlos de que se
marcharan a su patria; si aceptaban hacer tal cosa, él les daría todos los medios
necesarios para que pudieran hacer su viaje, incluida una carga de oro para
cada uno de los españoles y dos para el mismo Cortés. Éste respondió que así lo
haría, pero que aquello no podría hacerse tan en breve tiempo, que era
necesario fabricar por lo menos dos naves. Moctezuma concedió los recursos y
los hombres necesarios, puestos en la Vera Cruz, para que se iniciara la dicha
fábrica a la brevedad.
En aquella charla nada se
dijo del supuesto o real vasallaje que Moctezuma había jurado rendir al rey de
España, ni de los planes que entre Cortés y Moctezuma había para someter a
todas aquellas monarquías indianas que hasta la fecha no tributaban a los
mexicanos, tampoco se habló del parentesco que entre muchos extranjeros y
mexicanos había a través del matrimonio, formal para los indios, indiferente
para los extranjeros y propio de la vista gorda que hacían los dos capellanes
españoles. Quiero decir, que un buen número de princesas y cacicas estaban
embarazadas por los extranjeros y presto darían a luz a no pocos mestizos que
deberían consolidar la reciente alianza entre unos y otros. Pero esta unión era
frágil y mentirosa. Todos mentían y todos tenían sus planes y sus apuestas a
dos y tres bandas.
Lo que hasta este mes de
marzo había sucedido era un reacomodo de fuerzas, intereses e intrigas. Los
extranjeros estaban decididos a someter al imperio mexicano (de forma velada,
simulando una alianza de intereses) al imperio español que encabezaba Carlos V.
Es decir, ganar la guerra sin gastos en vidas humanas y recursos. Por su parte,
Moctezuma soñaba con deshacerse de los peligrosos extranjeros sin que esto
afectara sus intereses y su estabilidad en el trono. Por otro lado, estaba la
nobleza indígena que de suyo era levantisca e inestable; en particular, un bando
de los texcocanos (encabezado por Ixtlilxóchitl) estaba dispuesto, aprovechando
la situación, tomar el control del imperio. Finalmente, y solo por mencionar
uno más --pero había otros--, estaban los tlaxcaltecas que, como fiel de la
balanza, se mecían ya para un lado ya para otro, según les conviniera para
sacudirse la opresión de los mexicas.
Es ya un apotegma decir que
la guerra es una continuación de la política por otros medios, los violentos. Y
eso es lo que estaba por suceder, pues todo lo hasta este momento habido,
demostraba que ninguno de los bandos tenía la fuerza suficiente para imponer
sus razones. La liga se había estirado todo lo que había sido posible y no
quedaba más que un grupo persuadiera a los otros, y estos aceptaran el estado
de cosas que resultara (cosa que ninguno estaba dispuesto a hacer), o bien, que
la guerra definiera quién sería el triunfante.
Cuando Moctezuma y Cortés se
separaron después de realizada esta entrevista, todos prometieron cosas, pero
ninguno estaba dispuesto a conceder. Los señores de México prometieron a
Moctezuma esperar unos días para ver si en efecto los extranjeros se marchaban,
aunque ya estaban decididos a quitarlo del trono, como lo hicieron. Cortés
había prometido fabricar sus naves a la brevedad y partir a su patria, cosa que
no hizo, aunque fingió ponerse a fabricarlas; Moctezuma fantaseó que era
posible que los extranjeros se marcharan por la ambición de recibir tanto oro
como el que había prometido, aunque no lo tuviera, así como que también soñó
con que seguiría siendo el emperador de México y en efecto, ni los extranjeros
se marcharon, ni él siguió siendo el emperador, más aún, la vorágine que
algunos meses después se precipitó por la imprudente actuación de Alvarado,
terminaría por costarle la vida al noble señor de los mexicanos. ¿El final
oscuro de la vida de Moctezuma, así como sus reiterados titubeos hacen de él un
personaje trágico? De eso nos ocuparemos en la próxima entrega.
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