Cine sin Memoria
José Luis Vivar
Decir Cantinflas, es ir más allá de
su figura icónica como el Peladito, como el Chaplin Mexicano, como el maestro
de la Fática, y como el protagonista del medio centenar de películas que protagonizó.
A veintisiete años de su desaparición física, se le recuerda por su legado, por
ser el Mejor Cómico de todos los tiempos, aunque para muchos ese es un título
que todavía está en discusión.
Pero,
dejando de lado esta polémica, la verdad es que Mario Moreno (1911-1993) supo
aprovechar al máximo a su personaje. De las carpas populares del México de los
años treinta del siglo pasado, pasó a los mejores teatros y de ahí al cine, en
donde dio rienda suelta a su habilidad verbal y física, obteniendo el
reconocimiento del público que reconocía a un verdadero cómico del pueblo,
entendiéndose por pueblo todas las clases sociales, y no solamente a las más
bajas, que era el personaje de Cantinflas.
Aunque
trabajó al lado de Medel, su verdadero éxito cinematográfico lo obtiene bajo la
dirección de Juan Bustillo Oro con “Ahí está el Detalle” (1940), compartiendo
créditos con Joaquín Pardavé, quien más que un patiño es el antagonista y el soporte
para cada escena que le permite sobresalir y dejar constancia de un estilo que
lo caracterizará en adelante.
Y
aunque los productores buscaron que en su siguiente película volviese hacer
mancuerna con Bustillo Oro, no se dio. Lo mismo sucedió con Alejandro Galindo
quien lo dirigió en “Ni Sangre Ni Arena” (1941) Incluso, en la película
biográfica Cantinflas ( ), hay una escena donde el cómico despide al director,
y queda a la imaginación si se trataba de Bustillo Oro, o don Alejandro. Y
todo, porque conforme pasaba el tiempo, Cantinflas no solo era el actor protagónico,
sino que se tomaba la libertad de no respetar el guion e improvisar como solo
él sabía hacerlo, desconcertando al personal que estaba detrás de cámara y a
los mismos actores.
Así
que para poder hacer eso necesitaba que la persona que lo dirigiera estuviera
de acuerdo y no se atreviera a interrumpirlo, lo cual no es del todo cierto
porque hay otras versiones que señalan que no siempre improvisaba. En fin,
parte de la leyenda de Cantinflas.
Pero
como quiera que sea, tuvo la suerte de encontrarse con Miguel M. Delgado quien
a partir de “El Gendarme Desconocido” (1941) y hasta “El Barrendero” (1982),
sería su director de cabecera, salvo en dos producciones estadounidenses: “La
Vuelta al Mundo en Ochenta Días (Michael Anderson, 1956) y Pepe (George Sidney,
1960)
Es
a partir de esa primera película de la mano de Delgado que el cómico empieza a
ser selectivo en sus proyectos. Llama la atención que en vez de filmar todo
argumento que cayera en sus manos, como hacían prácticamente todas las figuras
de la llamada Época de Oro del Cine Nacional, Cantinflas supo escoger cada
historia, lo cual le dio muy buenos resultados, de esa manera prácticamente
filmaba una o dos películas por año.
Con
el tiempo el personaje fue evolucionando, dejó de ser anónimo o llamarse
Cantinflas para adoptar otros nombres. Estos cambios permiten destacar dos
etapas fílmicas del mimo: la de blanco y negro, que para muchos es la mejor; y
la de a colores, en donde salvo tres excepciones: El Padrecito, El Señor Doctor
y El Profe, el resto no son del todo de calidad.
Y
es que, en sus últimas producciones, combinó su comicidad con la de moralista,
pontificando como un predicador y condenando el comportamiento de las nuevas
generaciones. Cintas que pasan
inadvertidas, aunque el público siempre le respondía, incluso en su última
película “El Barrendero”, que no es más que una sombra del gran mimo que fue.
Aun así, todos guardamos en la memoria al que supo hacernos reír, y darle
esperanza a México, en más de una ocasión su nombre aparecía en las boletas
electorales donde se le proponía como Presidente de la República.
Altruista incansable, ayudó a mucha
gente, tenía una oficina como las que ahora tienen algunos diputados, con la
diferencia de que él sí otorgaba dinero y no promesas. Fundó la Casa del Actor,
que todavía funciona, para dar asilo a personas del gremio que no tengan en
donde pasar sus últimos años.
Su
vida privada fue triste, perdió al amor de su vida -Valentina Ivanova-, en
1966, y no le fue nada bien con su hijo adoptivo Mario, quien lo explotó y
abusó de él como un auténtico junior. Vivió romances con distintas mujeres,
pero con ninguna volvió a casarse; una de ellas incluso lo demandó y perdió
parte de su fortuna.
Sin
embargo, para quienes lo admiramos, su imagen permanecerá vigente en la
pantalla cada vez que veamos alguna de sus películas, de preferencia en blanco
y negro, porque se quiera o no, Cantinflas solo hay uno y es por siempre.
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