Mercedes
Imelda Avalos Ruiz*
Podemos
aseverar con certeza que en el magisterio como en cualquier ámbito laboral y
social de nuestro país, a lo largo y ancho de todo el territorio nacional,
hemos de encontrarnos con maestros que se han conformado con su educación
fundamental para ejercer su profesión.
En
el tiempo en que la norma básica no tenía el nivel licenciatura, muchos/as
compañeros/as se conformaron con esos estudios, sin procurar más capacitación y
mucho menos una nivelación académica o mejoramiento pedagógico.
De
seguro que lamentablemente la mayoría hemos de conocer o saber de la existencia
de algún educador (en especial los que ejercen en Educación Básica) que se
trasladaba a su comunidad de adscripción hasta el lunes e incluso regresar de
la misma el jueves; incumpliendo con horarios o en el mejor de los casos,
acomodarlos a sus intereses y necesidades. También, como efecto de las
precarias situaciones económicas y contextuales, nos podían reconocer por la
mochila rota, zapatos sucios y hasta desaliñados. Hay quienes, a pesar de esas
adversidades, se adaptan bien a su ámbito y se integra a su comunidad,
participando de la siembra, fiestas, problemas familiares y locales y, porque
no reconocerlo; hasta dando malos ejemplos.
Pero
también hay que aceptar que una capacitación formal no lo es todo, ni la
cobertura de un horario, ya que, aunque se contara con excelentes materiales o
instalaciones, ello no garantiza la calidad del desempeño; hay que estimar la
valentía que muchos docentes deben de tener como una de sus capacidades de
adaptación a circunstancias, contextos y poner a prueba sus habilidades, ya que
acuden a zonas rurales recónditas, con poca información sobre lo que habrán de
enfrentar.
Pasan
carencias alimenticias, económicas, de vivienda y con un traslado precario y expuestos
a la inseguridad que predomina en la mayoría de los Estados de la República
Mexicana y agreguemos a esto que las autoridades inmediatas “brillan por su
ausencia”, nadie verifica en las condiciones en que deben de laborar; si las
suerte les favorece, son escuelas “bi” o “tri” docentes y no están “tan” solos;
los supervisores los visitan una vez durante el ciclo escolar o los centros de
trabajo están “a borde” de carretera.
Pareciera
que esto sucede en lugares alejados a nuestra realidad, pero no son ni deben de
ser tan ajenas dichas situaciones, ya que en su momento, cada uno de esos
educadores, retornan a la ciudad, a la “civilización” y lo que hicieron o
dejaron de hacer en los lugares donde están sus techos financieros y laborales,
se viene con ellos hasta su núcleo familiar e impacta en su día a día; a sea
por la economía, los tiempos dedicados al traslado, el asumir costumbres y
tradiciones de un contexto aparentemente ajeno al propio o a la inversa, ya que
no son pocos los que han de llevarse a algún miembro de la familia a residir
con ellos en las comunidades de adscripción, en especial las mujeres que tienen
hijos. Situaciones difíciles a superar por la supervivencia personal y el afán
de mejora familiar.
¿Qué
perfil se requiere para poder cubrir las expectativas de una población aislada
en la que como líder fungen el sacerdote, el maestro, y algún representante
legal? ¿Qué tan congruente es la preparación académica que recibieron los
educadores ante las necesidades de la comunidad en donde se insertarán
laboralmente? Además de conocer programas y teorías educativas ¿Qué otras
habilidades deben de poseer cada uno de los Interventores Educativos que se
encuentran en zonas alejadas e inhóspitas?
Podríamos
hacer un listado de características y requisitos que deben de cubrir quienes se
aventuran en la docencia y trabajando en las zonas geográficas de nuestro “laberintuoso”
país.
Sólo
por puntualizar varios de los aspectos ya mencionados y algunos más, podríamos
explicitar los siguientes:
Repartir
sus ingresos con el pago de casa de asistencia, traslado y la obligada
alimentación
Tener
una buena alcancía inicial por lo que se puedan tardar los pagos quincenales,
en especial, cuando son comunidades en que ni bancos hay para hacer
movimientos.
Ser concretos
en el vestir, ya que para trasladarse a las “esquinitas de los mapas”, hay que
ser ligeros en el equipaje.
Tener
condición física para caminar, por si no hay transporte regular a cierta
ranchería y/o poblado o en el mejor de los casos, para subirse a camionetas
para pedir “aventón”, “al del gas”, “al de la coca” o hasta quien vaya a caballo
o burro.
Adaptarse
a costumbres y tradiciones ajenas a las propias.
Integrar
a la familia a la dinámica laboral y contextual de la comunidad en cuestión.
De
ser posible, portar un arma u objeto de protección que ayude ante los riesgos
de traslado y hasta dentro de la misma institución educativa.
Hacer
“oídos sordos” a amenazas y procurar mantenerse al margen de disputas locales,
siempre y cuando no se arriesgue la integridad personal.
Evitar
involucrarse en fanatismos religiosos que impacten su labor docente.
Tener
un estómago resistente ante la necesidad de una alimentación precaria y con
poca higiene.
Cuidar,
resguardar y prevenir la salud personal, ante moscos y bichos u otros animales
propios de determinados contextos, incluso montañosos, como hienas, lobos, etc.
Ser
hábiles en lo administrativo y procesos de gestión, ya que son parte de
nuestras funciones y en estos casos más, porque de seguro serán unitarios, bidocentes
o tridocentes.
Aprender
a adaptarse a la inestabilidad en el uso de las redes, puesto que por la
lejanía o condiciones geográficas suele no contarse con servicio de internet.
Aceptar
que puede haber comunidades sin drenaje, luz, transporte ni mucho menos
planteles educativos.
Podríamos
seguir enumerando más aspectos y situaciones que debemos de valorar y
comprender en el ejercicio del Interventor educativo, con las que se enfrentan
en especial en los primeros años de servicio. Todas ellas y muchas más, nos
hablan de manera implícita en el perfil que realmente debe de cubrir el
docente, además del cúmulo de conocimientos y teorías que debe de saber.
*Asesora
en el Centro de Actualización del Magisterio e Cd. Guzmán, Jal.
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