A quinientos años de la llegada de los españoles a
México. 1519-1521
X
Ramón Moreno Rodríguez *
En un pequeño templo que se encuentra adosado al
muro sur de la catedral tlaxcalteca y que hace en la actualidad las funciones
de sagrario, se resguarda una singular pila bautismal. La tradición popular
dice torpemente que es la primera que hubo en América, ¡como si los españoles
no tuvieran casi treinta años de haber llegado al Nuevo Mundo y no hubieran convertido
a la nueva fe a miles de indios en las islas del Caribe, previos a los cuatro
que supuestamente recibieron las aguas lustrales de ella! Dice falazmente, por
su parte, una inmensa cartela que custodia a dicho inmueble religioso, que hay
documentos antiguos que sostienen que ahí fueron hechos cristianos los cuatro
señores de Tlaxcala en 1520.
Que el regionalismo mal entendido de algunos
tlaxcaltecas les haga sostener la primera de las afirmaciones, más propia de
las ideas pueriles, es algo que debemos disculpar. Pero la premeditada mentira que
algún miembro del cabildo catedralicio mandó labrar en las paredes de aquella
capilla es algo que no merece nuestra indulgencia, porque prima en tal acto el deliberado
fraude, la insensata manipulación; en fin, la instrumentalización de la fe religiosa
que, ante su carencia, se la busca sustituir por una ruda credulidad. Ninguna
crónica de la conquista escrita en el siglo XVI, de las muchas que he leído,
afirma tan desacertada cosa: que en esa fuente bautismal fueron cristianizados
Maxixcatzin, Xicoténcatl el viejo, Tlahuexolotzin y Zitlalpopócatl. Y dudo muy
firmemente que en las otras tantas que no conozco, se diga tan descabellada
cosa. Aparte de la presente, en una o dos entregas más hablaré del muy confuso
y complejo tema de la cristianización de los señores de Tlaxcala que supuestamente
Cortés hizo bautizar. Empecemos, pues, por el principio.
La
primera dificultad que se enfrenta cuando se estudia el tema del bautismo de
los señores de Tlaxcala es la fecha. Algunas fuentes (las menos confiables)
dicen que eso sucedió en 1519, cuando, después de los reiterados intentos de
Xicoténcatl el joven por derrotar a los extranjeros, no dieron los frutos
esperados. Si eso hubiera sucedido así, el hecho debió darse entre el 18 de
septiembre y el 12 de octubre de ese año de 1519. En la primera fecha entraron
los extranjeros a la ciudad de Tlaxcala después de haber hechos las paces en
Tzompachtépetl con sus huéspedes. En la segunda, llegaron a Cholula, cuando
marchaban en dirección a México y se alejaban de sus nuevos aliados. Es decir,
fue una estancia de aproximadamente veinte días para descansar, reponer fuerzas
y reorganizar la expedición que pretendía llegar a la capital imperial.
La
segunda ocasión propicia para realizar la cristianización de los caciques debió
ser entre principios de julio y finales de noviembre de 1520, es decir, un año
después. En esta ocasión, Cortés y los suyos regresaron a Tlaxcala huyendo de
México tras la derrota de la Noche Triste. En términos generales, las fuentes
más confiables señalan esta segunda estancia en la ciudad de la Teochichimeca,
cuando Cortés logró convencer a los caciques que aceptaran el bautismo. Y
aunque esta sea la ocasión más probable para que esto haya sucedido (si es que
sucedió), aún hay razones para dudarlo. Primero, decir que las fuentes
primarias son confusas y contradictorias en cuanto a la fecha que le atribuyen
a tal acto, además de que hubo, pocos meses después, otra ocasión propicia para
tal ritual.
En
efecto, entre fines de diciembre de este año de 1520 y hasta mayo de 1521 los
extranjeros establecieron en Texcoco su cuartel general; en el transcurso de estos
cinco meses Cortés convenció a muchos tlatoanis de que se bautizaran; entre los
más destacados estuvieron los señores acolhuas, los huejotzincas y los
cuauhquecholtecas. ¿Por qué no inferir que en esta misma ocasión en que se
bautizaron tantos otros caciques también debieron de bautizarse los de
Tlaxcala?
Por
otro lado, algunos estudiosos de hoy, como Mario Hernández Sánchez-Barba,
atribuyen el hecho a una contingencia y no a un acto puntual y deliberado.
Explica el profesor de las Canarias que a raíz de la muerte de Maxixcatzin por
la viruela (diciembre de 1520) los señores de Tlaxcala le pidieron a Cortés
reconociese al hijo segundo de éste como nuevo señor de Ocotelulco y que Cortés
aceptó de buen grado. No sólo lo reconoció como nuevo señor (era un muchachito
de doce años), sino que lo mandó bautizar con el nombre de Lorenzo Magiscazin y
que en esta ocasión es que se bautizó también a Xicoténcatl el viejo. Por lo antedicho, habría que inferir que
Maxixcatzin murió sin haber sido nunca bautizado y que los otros dos señores
tampoco estaban bautizados en estos momentos de grandes penalidades para los
indios.
Los
tlaxcaltecas, y todas las monarquías indianas, aliadas o no de Cortés, estaban
demasiado atareadas como para tener tiempo de rituales y fiestas, por varias
causas. La primera, por la epidemia de la viruela que los perseguía; la
segunda, por el mucho trajín de los extranjeros dada la intensa actividad que
desempeñaban. Como elemento preparatoria al asedios de la ciudad de México,
explica Hugh Thomas, los españoles hicieron en estos meses guerras de
devastación a las que llamaban entradas, contra las monarquías indianas que
seguían siendo fieles a los mexicanos (por ejemplo, batallaron contra Tepeaca, Itzocan,
Tochimilco, Zacatlán, Teotlalpan, Jonotla, Tetela, Teotihuacán, Tecali, Tepéxic,
Papantla, Xalapa, Chiautla y Chietla) pero sobre todo, porque los tlaxcaltecas
estaban labrando los bergantines con que se sitiaría la ciudad de México.
En
cuanto a los protagonistas, es difícil saber nada de ellos, porque los indios
no dejaron testimonio de su visión de los hechos; en cuanto a Cortés, el
artífice de tales componendas políticas teñidas de actos religiosos, nada dice
del bautismo de los señores de Tlaxcala en sus cartas de relación, aunque sí alude
a otros indios que mandó bautizar. En cuanto a los estudiosos de aquellos
tiempos, no es fácil sacar nada en claro de la veracidad de los hechos del
supuesto bautismo de 1520 y mucho menos de la existencia de la pila bautismal.
La
enorme cartela que aludimos al principio remite a tres cronistas: Diego Muñoz
Camargo, fray Juan de Torquemada y fray Agustín de Vetancurt. En la próxima
ocasión nos ocuparemos de ellos.
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Es doctor en literatura española. Imparte clases en la carrera de Letras
Hispánicas en la U. de G., CUSUR.
ramonmr@vivaldi.net
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