Víctor
Hugo Prado
Hace
apenas unos días el consejero presidente del Instituto Nacional Electoral
(INE), Lorenzo Cordova, expresó que ese órgano nunca había enfrentado “un
ambiente tan hostil” en su historia, llamando a cerrar filas a su interior. Lo
afirmado por él al menos tiene tres aristas. La primera es que ante el eventual
relevo de 4 consejeros, el partido mayoritario en el Congreso, intente
apoderarse de esos espacios relegándolo a ser un instrumento de partido a una
institución que debe mantener autonomía ante el poder público; segundo, que el
INE enfrenta una mutilación presupuestal de mil 71 millones de pesos, en un año
en la que existe ya de si la aprobación de nuevos partidos que recibirán dinero
público a partir de julio de este año; el tercero, tiene que ver con una
controversia constitucional en contra del manual que fija los salarios al
interior del órgano electoral, en el que se incluyen montos superiores al
ganado por el presidente de la república.
El
INE partir de la reforma constitucional de 2014, evolucionó para lograr que los
estándares con los que se organizan los comicios electorales, estuvieran
orientados de manera determinante en fortalecer la democracia electoral y
garantizar el ejercicio de los derechos político electorales de los ciudadanos
y ciudadanas, bajo al menos cinco principios rectores: legalidad, certeza,
imparcialidad, objetividad e independencia, establecidos en el mandato legal
que dio origen al IFE y que se enriquecieron con el INE.
Nadie
a estas alturas de la historia de Instituto Nacional Electoral puede afirmar
que no ha rendido en lo general buenas cuentas. Ahora las elecciones se han
establecido como método aceptado y equilibrado para contender por los cargos de
elección de dos de los poderes federales y locales. Hoy por hoy las elecciones,
con la participación organizada de miles de ciudadanos, funcionan
generando una vía ordenada y pacífica para la expresión, como lo refiere José
Woldenberg, “de los cambios en los humores públicos, al tiempo que
permiten que la diversidad política pueda competir y convivir de manera
pacífica e institucional”.
Hoy
el INE sufre una seria amenaza, pues el régimen que se construye desde el
gobierno, con un poder centralizado en un solo hombre y con una cámara de
diputados afín y dispuesta a cumplir los dictados del ejecutivo federal, ponen
en peligro la autonomía que ejerce el Instituto, y en su prospectiva construyen
el anhelo de ver un INE alineado y al servicio del gobierno.
Dejan
de lado que la razón de su creación, ha sido ofrecer garantías de imparcialidad
a todos los contendientes en un momento contextual en el que las elecciones no
tenían reglas claras, el árbitro no era lo suficientemente imparcial, imperando
la trampa, la compra de votos, la emisión de votos falsos y con padrones poco
confiables. El futuro del INE es directamente proporcional al futuro de la
democracia en México. Los ciudadanos mexicanos, así como reclamamos seguridad,
debemos demandar la autonomía e independencia de un órgano que ha dado garantía
a la transición política del país de un gobierno a otro.
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