A quinientos años de la llegada de los españoles a
México. 1519-1521
XI
Ramón Moreno Rodríguez*
Lo primero que habría que decir de Diego Muñoz
Camargo, fray Juan de Torquemada y fray Agustín de Vetancurt es que ninguno vio
el referido bautismo de los señores de Tlaxcala. El primero escribió su libro
como sesenta años después, el segundo, casi cien y el tercero casi doscientos. Empecemos
por el tercero, de quien debe proceder la referencia que hace la cartela de
Tlaxcala de la que venimos hablando, aunque muy alterados y deliberadamente
falseados los datos.
Vetancurt
pasa como gato caminando sobre las ascuas el hecho, y apenas le dedica unas
pocas líneas. Además de pasaportar el acto a toda velocidad, quizá avergonzado,
parece disculparse por decir tal cosa y se parapeta en el argumento: no lo digo
yo, sino Torquemada o Muñoz Camargo. Por ello es que nos inclinamos a creer que
el funcionario del obispado que falseó los hechos históricos debió leer a
Vetancurt, pero no a Torquemada ni a Muñoz Camargo, aunque los cite, que la
cita es de oídas. Otro argumento de autoridad, que no de razonamiento, es que
explica que así está pintado en su convento (no dice en cuál, si en el de
México o en el de Tlaxcala o en el de Puebla, donde vivió muchos años).
Por
otro lado, el cronista del siglo XVII, no dice fecha alguna de tal
acontecimiento, pero como su relación la escribe en orden cronológico e
introduce la piadosa leyenda previo al ataque contra Tepeaca, nosotros podemos
entender que para este franciscano del barroco el bautismo debió suceder entre
la segunda quincena de julio y principios de agosto, que es cuando inicia la
excursión en contra de los vecinos aliados de los mexicanos.
Así
pues, nada dice del jolgorio, fiestas y celebraciones que debieron hacerse para
enaltecer tal evento, mucho menos incluye una descripción de la pintura mural
aludida en que se digan algunas palabras sobre la bendita pila del agua bendita,
si es que ahí se la representó. Y si no dice que vio la fuente en una pintura
mural, mucho menos dice haber visto él personalmente tal vaso de piedra
volcánica, cuando viajó por las tierras tlaxcaltecas y moró en el convento de
sus hermanos franciscanos de tal república de indios.
En
cuanto a Torquemada, el asunto se complica más, aunque el franciscano de fines
del siglo XVI le dedicó varias e interesantes páginas al hecho. Primero,
tenemos que decir que fray Juan refiere estos acontecimientos en el libro 16 de
los 21 que escribió. En éste, no se cuentan hechos históricos, sino que está
organizado temáticamente. Es decir, este libro 16 lo dedica a los sacramentos
de la iglesia católica e inicia el tema del bautismo de los indios, narrando el
episodio de la cristianización de los señores de Tlaxcala, pero nunca da una
fecha, ni en este momento, ni en ninguno otro posterior, ni tampoco alude a
algún hecho histórico concreto que le permita al lector inferir una fecha de la
que se concluya que Torquemada piensa o sabe que fueron evangelizados y
cristianizados los cuatro caciques en un año o en el otro. Una sorpresa más que
el lector se lleva (adelantándonos un poco en nuestra exposición) es que Muñoz
Camargo, el que debería ser el más confiable de estos tres historiadores por
haber vivido muy de cerca esos tiempos, dice que el bautismo sucedió en 1519;
es decir, Vetancurt sugiere que todo acaeció en 1520, y luego da como su fuente
informativa a dos autores consultados, pero ninguno de los dos dice (ni directa
ni indirectamente) que eso haya sucedido en tal año. Por lo tanto, no podemos
sino entender de este hecho que Vetancurt dice respaldarse en estos dos autores
de prestigio, ¡pero un dato importantísimo de lo contado no fue dicho por los
mencionados! Legítimamente tendríamos que preguntarnos, ¿de dónde sacó su
información fray Agustín?; sin duda, de los dos que refiere, no. No cabe duda
que el rigor historiográfico del religioso es muy cuestionable. Cosa que, por
su parte, sus contemporáneos le afearon tales descuidos.
Necesitamos
concluir ya este repaso; dedicaremos las líneas finales de este texto al de
Muñoz Camargo. El mestizo escribió por primera vez sobre los tlaxcaltecas y su
unión con los extranjeros en los años ochenta y todavía en los noventa seguía
tratando del tema en sus papeles. Por lo tanto, la fijación del asunto de la
cristianización de los señores de Tlaxcala en sus textos debió darse unos 50
años después de acontecido el hecho, aunque se sabe que por tradición verbal y
por pinturas, nuestro cronista tenía referencias de tales consejas unos veinte
o treinta años antes, es decir, desde que mudó su residencia de la ciudad de
México a la de Tlaxcala, que debió ocurrir en los años cincuenta. Como quiera
que fuera, aunque fue un cronista muy cercano en el tiempo de aquellos
convulsos hechos, no fue testigo presencial, pues él debió nacer hacia 1528 y
tuvo conocimiento de la historia de los tlaxcaltecas cuando tenía más de veinte
años de edad.
Por
lo tanto, para ese tiempo en que se supo algo del tema por primera vez
–repetimos, década de los cincuenta–, todos los protagonistas estaban muertos,
desde Xicoténcatl el viejo hasta su hijo, Xicoténcatl el joven, pasando por
Maxixcatzin o Zitlalpopócatl; desde Cortés hasta Alvarado, pasando por fray
Bartolomé de Olmedo o Doña María Luisa Tecuelhuatzin, princesa tlaxcalteca y
esposa de Alvarado. En 1580, don Alonso de Nava, alcalde mayor de Tlaxcala,
encomendó a Muñoz Camargo escribiese la relación geográfica que el rey mandó
pedir a todas las colonias. El escritor mestizo cumplió amplia y sobradamente
la tarea, incluso, acompañó su escrito de más de un centenar de ilustraciones.
Algunos especialistas de nuestros tiempos le atribuyen al propio Muñoz la
autoría de tales imágenes. Sea esto verdad o no, entre estas pinturas se
encuentra una que da cuenta del afamado bautismo y que probablemente reproduzca
las pinturas murales que desde hacía treinta años conocía nuestro cronista. En
la gráfica, los cuatro caciques están hincados recibiendo las aguas del
bautismo de manos de Juan Diaz, el capellán, y entre los testigos están Cortés
y la Malinche. Demás está decir que por ahí no se ve ninguna pila bautismal.
En
la siguiente entrega hablaremos de la dramática relación hecha por Muñoz
Camargo de como Cortés, prácticamente, obligó a los caciques a bautizarse, y su
significado, que es más político que religioso.
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